jueves, marzo 21, 2019

Lectura de Las noches todas, de Tomás González

Esta novela está escrita en clave autobiográfica aunque no pretenda serlo. El profesor Esteban comparte con el autor algunos gustos personales: vivir en el campo por ejemplo, o la práctica del yoga. No sabemos mucho sobre la vida personal de Tomás González; es un escritor que habla poco de sí mismo. Lo que sí sabemos es que su personaje también comparte con él esa mirada irónica sobre los asuntos de la realidad.


Las noches todas se puede leer como una meditación sobre la vejez. En ella el profesor Esteban abandona su vida en la ciudad y se pasa a un pueblo cercano, compra una propiedad y decide hacer un jardín en el cual invertir el resto de sus días. Tiene sesenta y siete años cuando comienza y le darán los ochenta en las mismas, viviendo las noches todas en su tránsito hacia la muerte. Lo acompañan en ese recorrido una joven instructora de yoga, un taxista, un librero, un mal vecino y otros secundarios que apuntalan a esta irónica novela.

El jardín en el que el profesor Esteban se encuentra empeñado es su manera de resolver sus demonios, pero también una metáfora sobre los esfuerzos arificiales en los que se embarca la gente para dar sentido a sus vidas. “Parecía una selva, sí, pero como pensada para un estudio de cine. Era como si los insectos que entrarán en ella se volvieran de cartón al cruzar la frontera y siguieran volando ya muertos”.

Soy de los muchos lectores que gustan de la obra de Tomás González. Lo leo desde que publicó sus primeros cuentos cuando estábamos en la Universidad. Sin embargo no puedo dejar de mencionar que esta novela –tal vez debido al tono socarrón en el que está escrita– tiene pasajes algo repetitivos. Pero aún así recomiendo su lectura, creo que los buenos momentos que se pasan en ese jardín con Aurora, la instructora de yoga, superan con creces aquellos pasajes dudosos.


Comentario publicado en la revista Mundo Diners, de Ecuador. Marzo de 2019.

lunes, marzo 11, 2019

Intolerancia en las Redes

Resulta irónico que la libertad de uso y pensamiento de las plataformas digitales, defendida por los creadores de la red internet, se haya convertido en el campo de expansión de las ideas más retardatarias posibles; de las ideas de aquellos que niegan la libertad de los otros pero defienden férreamente su propia libertad de odiar y agredir. Pero eso no es lo más grave. Ese derecho a la opinión reaccionaria se ha ido transformando poco a poco en un camino para la acción. Es decir, muchas de esas personas no solo promueven ideas excluyentes sino que también las convierten en acciones concretas. Algunos casos recientes.

En Pittsburgh, Estados Unidos, un antisemita fue detenido después de asesinar a once personas. Una vez en custodia, las autoridades encontraron en sus cuentas de redes sociales un coherente discurso antisemita y violento. De hecho su último mensaje contra los judíos, posteado poco antes de salir a matar, terminaba diciendo que iba a por ellos.

Paralela a esta noticia, se publicaba que había sido capturado un extremista acusado de enviar bombas a prominentes figuras demócratas dentro de los Estados Unidos que se oponían al discurso de odio y engaño de Donald Trump. Nuevamente las redes eran la vitrina de sus ideas, antes de ser llevadas a la realidad.

Alguien podría decir que son casos aislados y extremos. Tal vez, pero son el síntoma de una acción continuada que es quizá más grave. Ese discurso está eligiendo impresentables en todo el mundo. Trump es el más mediático, Vox en España el más reciente ascenso de la estupidez en la política.

Brasil eligió a Jair Bolsonaro, un político mediocre y oportunista, nostálgico de la dictadura militar y promotor de una plataforma política que privilegia el retorno al pasado y el compromiso con una de las muchas iglesias evangélicas. Es creyente en la solución Duterte para enfrentar el crimen, que encontró en la cadena de WhatsApp, el vehículo para cautivar a una amplia población evangélica y poco informada, que como los dinosaurios decidieron votar por el asteroide.

Por supuesto que en Colombia tenemos un proceso reciente que llevó al poder al sector más retardatario de la política. Gracias a las redes lograron propagar ideas tóxicas en contra del acuerdo de paz haciendo que un país que ha vivido cincuenta años de conflicto social, con ochenta mil personas desaparecidas y más de doscientas cincuenta mil asesinadas en los últimos veinte años nada más, haya rechazado la posibilidad de iniciar un proceso de pacificación, de cambio en la manera de ejercer la política.

El discurso libre y soberano de las redes se ha convertido en el discurso libre y soberano del intolerante y el territorio perfecto para torcerle el pescuezo a la realidad y adaptarla a los más delirantes discursos y teorías de conspiración. En Europa que una persona difunda por las redes palabras de odio islámico es suficiente para que sea examinado y probablemente detenido. El resto del mundo parece creer que los únicos fanáticos fueran algunos seguidores del Islam, pues no se dan por enterados.

Cada día seres poco dotados en su intelecto se dan garra promoviendo sus modestas ideas intolerantes. Y estas ideas se difunden de una manera que en el pasado hubiera sido imposible. Bolsonaro es el ejemplo perfecto. Votaron por él como votarían por el primo tonto que repite ideas tontas. O sea, votaron por ellos mismos, por sus temores, por sus prejuicios. Votaron por el mediocre de la familia, el que más gritaba.

Y no es que a este mediocre le falte algo para triunfar, más bien le sobra algo. No tiene filtros. Dice lo qué piensa y sus iguales lo aplauden como al niño travieso, pero, como todo niño travieso, busca la aprobación de sus mayores. Por eso, una de las primeras acciones de Bolsonaro fue entregar la Amazonía a los “ruralistas”. Empresarios del campo que sostienen que la selva es un lujo que Brasil no se puede permitir. Hay que industrializarla. Aplausos al niño por parte de los adultos.

Salir del closet está muy bien visto para la derecha, para los intolerantes y prejuiciosos que hay en todas partes. Nunca habíamos visto tanto estúpido sin ideas volverse popular con ideas bobas y frases indelicadas. El “estudien vagos” no merecía ningún retuit, ningún comentario de respuesta y terminaron por darle alto perfil a su autora. Que Bolsonaro promueva una cruzada contra lo políticamente correcto no debería ni siquiera llegar a los medios. Que Vox en España les fuerce la muñeca a los partidos de centro derecha para que se inclinen cada vez ante lo más zafio y pobre de la sociedad, resulta asombroso.

Sin embargo no siempre las cosas son tan mecánicas. Detrás de todo intolerante con suerte, como Trump, hay un Steve Bannon dispuesto a sacar provecho para promover ideas excluyentes. Hitler fue el agitador de los Steve Bannon de su tiempo, pero terminó engulléndolos. Bannon es un tipo que sabe usar las cabezas parlantes para una agenda que conviene a los privilegiados de siempre. Trump ya lo echó de su equipo de trabajo, pero eso no importa. Ahora Bannon viaja por todos los países europeos con conflictos nacionalistas creando una gran multinacional de la extrema derecha.

Frente a eso las respuestas de las personas sensatas son muy tibias. Se limitan a la burla, a la ironía.

Escribir consignas contra los tontos en las redes, es seguir convenciendo a los convencidos. Burlarse de los tontos sólo hace felices a los autores de la burla. Mientras tanto los estúpidos con poder, o sin él, siguen haciendo daño pues son inmunes a la ironía y su presencia en las redes crece minuto a minuto.

Repetir idioteces en la red daréditos. Ponerse a dar explicaciones lógicas no, porque obliga a pensar.

Hay algo tóxico en las redes tal como se usan hoy. Los idiotas pueden dominar las redes, obtener una enorme cantidad de seguidores. ¿Pero –pregunto yo– eso tiene que suceder siempre? ¿No se puede revertir? ¿Las redes replican, en la mayor parte de los casos, ideas tontas?

Tal vez aquí hay algo en qué pensar.