lunes, septiembre 16, 2019

Jack London, La literatura y la aventura

El siguiente es el prólogo a la biografía Jack London, Los caminos del agua, que hice sobre este escritor que acompañó mi infancia con sus cuentos y novelas. Edición 2019 de Panamericana Editorial.

Jack London es un escritor conocido gracias a que algunas de sus novelas se convirtieron en títulos fundamentales y continúan editándose: Colmillo Blanco o La llamada de lo salvaje, así como por un grupo de cuentos que resultan esenciales para la moderna narrativa norteamericana. En aquellas páginas describió el mundo del Klondike y la fiebre del oro en Alaska; historias urbanas, habitadas por personajes derrotados, suicidas y gente empobrecida. Son legendarios sus relatos que narran aventuras extraordinarias en el hielo canadiense, en largas sagas de navegación o en las islas del Pacífico Sur. Durante toda su vida sintió una enorme fascinación por los barcos. A los doce ya era un marino competente que podía navegar solitario por la bahía de San Francisco y a los quince era el “príncipe de los piratas de ostras” de la bahía. Fue apasionado lector de los relatos de Washington Irving y Herman Melville así como de los libros de viaje del capitán Cook. Toda la vida vivió rodeado de lobos y tiburones. De luchadores y perdedores, habitantes del agua y del hielo. Ese fue el mundo que describió.

Jack London probablemente sea el primer ejemplo del escritor contemporáneo, el modelo a imitar por su fascinante vida personal; aquel que experimenta primero sus historias antes de narrarlas. Vivió apenas cuarenta años, durante la mayor parte de los cuales estuvo viajando, a veces como vagabundo en los trenes, otras corriendo por los senderos del Klondike detrás de una caravana de perros huskies, o navegando en pequeños botes de pesca o en enormes veleros con los cuales recorrió la mitad de los mares del mundo y muchos de los grandes ríos de Estados Unidos. Hizo toda clase de trabajos, desde vocear periódicos hasta cernir oro. Desde escritor de libelos políticos a cronista deportivo y corresponsal de guerra. Probablemente su existencia fue equivalente a la vida de tres hombres de temperamento muy activo. El mismo año de su muerte, después de tres de grave enfermedad, publicó tres libros. Prácticamente publicó un promedio de tres libros entre 1902 y 1916. Póstumamente aparecieron cuatro más. Esto demuestra su impresionante vitalidad y su poderosa disposición para el trabajo literario.

Durante sus viajes escribía. Escribía a bordo de los barcos en los que navegaba; escribía apoyado en los arrumes de leña en los bosques cubiertos de nieve de Alaska donde vivió como minero; escribía en su casa, temprano en la mañana; escribía todo el tiempo que no estaba escuchando historias o viviendo sus propias aventuras. Sobrevivió a tormentas de nieve, a un huracán en las costas del Japón y a la desnutrición en su infancia. De hecho en su juventud sufrió por la falta de proteína en su alimentación, desde entonces tuvo una obsesión por la carne que se manifestó en muchos de los cuentos que escribió y sobre todo en Por un bistec. En las buenas y en las malas vivió siempre con una pluma en la mano y una historia por contar en la cabeza.

Una muestra de su efectividad al momento de escribir es Martín Adan. Comenzó a escribir esta novela, de una extensión aproximada de cuatrocientas páginas, a bordo de su barco Snark en Honolulu en el verano de 1907, digamos hacia agosto. La concluyó en febrero de 1908; es decir, después de poco más de seis meses de trabajo. La publicó por entregas en la revista The Pacific Monthly entre septiembre de 1908 y septiembre de 1909. Poco después apareció en forma de libro. En el caso del periodismo fue aún más eficiente. Escribió La gente del abismo, un libro de periodismo literario, a medida que investigaba su contenido. Tardó tres semanas investigando y otras tres para componerlo completamente.

Su principio vital fue vivir intensamente, leer mucho y ser muy eficaz a la hora de escribir. Para cumplir este programa de vida dormía apenas cinco horas y media al día y escribía al menos mil palabras cada mañana, temprano. Por eso su credo rezaba así:
 

Preferiría ser cenizas que polvo. Preferiría que mi chispa se quemara en una llamarada brillante a que se extinguiera por el deterioro. Preferiría ser un meteorito soberbio, cada átomo de mí brillando magníficamente, que un planeta permanente y adormecido. La función propia del hombre es vivir, no existir. No voy a desperdiciar mis días tratando de prolongarlos. Voy a usar mi tiempo.

Y de la manera más provechosa posible usó su tiempo.

martes, septiembre 10, 2019

Alquimia de escritor, otra vez

Con algunos retoques, la cuarta edición de Alquimia de escritor está disponible, esta vez en la plataforma de Kindle. Antes fue publicado por Intermedio Editores de Bogotá (1991), Colección
Luna de papel (Campaña Nacional Eugenio Espejo por el libro y la lectura, 2006), Quito, Ecuador. Icono Editorial, Bogotá, 2006.

Como no tengo mucho que decir sobre este libro, prefiero que sean las palabras de otros, en sus comentarios de prensa, las que lo recuerden.

La palabra Alquimia nos refiere también a la magia, a la longevidad, a la posibilidad de convertir algo vulgar en algo precioso: a la poesía, en suma. Y Alquimia de escritor es una pequeña biblia, una colección de textos hallados después de mucho bucear en otros libros, evidentemente en busca de un tesoro.
Margarita Valencia
El Tiempo, Bogotá.

Este libro reúne citas alrededor de temas como el estilo, las manías, las preferencias, la fama y la crítica. Citas entrelazadas con la coherencia suficiente para semejar estas páginas a una mesa redonda de carácter informal. Tan informal, que vivos y muertos hablan en presente.
Revista Semana, Bogotá.


Alquimia de Escritor es como Rubiano dice "el libro que todos han querido hacer". Y tiene razón, su lectura provoca agregar algo. Este libro es el resultado de años de lectura y la confirmación de las creencias literarias de su autor a través de las palabras de otros escritores. Es la manifestación de esa manera tan sabrosa de vivir que es escribir.
Patricia Ruan
La Prensa. Bogotá.

Este texto es también una manera de acercarse a cada escritor y a su pensamiento. De leer o releer a los amados, a los no tan queridos, a quienes no son indiferentes, a los pedantes, o a los antipáticos para de repente sentir que no lo son tanto, y a los desconocidos para conocerlos. Leer estas citas es una manera de desmitificar a los escritores, o la literatura, o el oficio, o, por el contrario, de subirlos a sus pedestales.
Dora Cecilia Ramírez
Boletín Cultural y Bibliográfico (Biblioteca Luis Ángel Arango)


Allí están en la «Alquimia de Escritor", al mismo tiempo, todos los temas que usted quisiera saber de los escritores, resueltos, a veces, de modo desconcertante. Rubiano ha optado por la forma más frecuentada de vulgarizar el conocimiento: los libros de citas. Pero ha hecho un libro de citas que también puede ser un episodio en esta agonía del final del milenio, en que la escritura, el libro, se vuelve sobre su propia soledad y su torturado cuerpo, y recoge, a través de las citas, lo mejor de su fragmentada memoria.
Javier Ponce C.
Diario Hoy, Quito.


Cada capítulo de este libro se abre con una breve introducción del compilador, que sumadas a las apostillas introducidas aquí y allá, en cursivas y entre los textos extractados de mil lecturas, y a las citas que hace de sus propios artículos firmados con el extraño seudónimo de Patricia Campbell, constituyen a su vez un interesante discurso sobre el mismo tema. El discurso de un hombre que ha intentado descubrir los secretos de esa alquimia capaz de producir la piedra filosofal de la literatura. (…) Y no solo es apasionante ese hecho manifestado en este libro, producto de una buena idea y de un trabajo minucioso, sino que sus páginas resultan también útiles para todo el que se interesa por las letras, en la medida en que asiste al testimonio de las figuras principales de la literatura universal sobre su oficio. Como dice el mismo autor "este libro no enseña a escribir, pero tal vez si enseña a leer de otra manera".
Rodrigo Villacís
Diario Hoy, Quito


Este libro se lee rápidamente y se digiere al revés. El autor, coleccionó frases salidas inclusive en periódicos, muestra lo que piensan escritores sobre su oficio, la técnica de escribir, la poesía, la prosa, el periodismo, la vida privada, el cine, el estilo, la nostalgia. Hay frases para la manchette de los periódicos y reflexiones profundas que confirman que los escritores sí analizan la metafísica de su oficio y la relación que tienen con él.
El Tiempo, Bogotá


Alquimia de Escritor es como dice su autor: "el libro que todos han querido hacer". Y tiene razón. Su lectura provoca agregar algo. Sin embargo si se lee con cuidado vemos que no le caben más "vainas a ese rollo": todo por que Rubiano está presente en cada frase y cada espacio entre frases. Él es el conductor de un diálogo entre Faulkner, García Márquez. Vargas Llosa, Eco, Capote, Borges y hasta Hitchcock. Ese es su gran mérito.
El Espectador, Bogotá


Esta es la obra de un lector/fotógrafo que ve para saber. Y después contar. No es un manual o recetario: es una cámara que nos invita a ver el otro lado de la montaña, lo que oculta la niebla.
Álvaro Castillo Granada
Presentador del libro en Bogotá


viernes, agosto 23, 2019

La guerra en éxtasis

Este artículo, basado en la lectura del libro El gran delirio, del documentalista alemán, Norman Ohler, fue publicado en la revista Mundo Diners de Ecuador, en el número correspondiente al pasado mes de julio.
 
El general Wilhelm Guderian durante el cerco a Dunkerke, en 1940



Las drogas como epidemia del siglo XX no nacieron porque un día los músicos del jazz se dedicaron a fumar marihuana, o porque a los hippies, en la década de 1960, de repente les hubieran gustado los alucinógenos. Las drogas ilegales, en sus múltiples variantes, se incubaron en laboratorios farmacéuticos legales. Las primeras versiones de la metanfetamina, o éxtasis, que hoy se considera una plaga social, fueron suministradas, bajo la marca Pervitin, de forma masiva a toda una sociedad: la alemana, en pleno ascenso del Tercer Reich.

Alemania fue el gran banco de pruebas de la drogadicción en el siglo XX (Merck, Boheringer y Knoll tenían el 80% del mercado mundial de la cocaína). Tal vez esto no se recuerda mucho pero antes del ascenso del nacionalsocialismo, en Alemania no solo existía una gran apertura política, sino también una furia rumbera en la que no faltaba la cocaína, la morfina y la heroína.

Esta sociedad relajada fue contra la que se levantó el partido nacional socialista, rechazando el consumo de fármacos y reclamando la limpieza del cuerpo como una virtud de la raza aria. Expertos en fake news, los nazis hicieron de Adolfo Hitler, que distaba mucho de ser el modelo ario, paradigma de pureza personal: ajeno a las drogas, vegetariano y más o menos célibe.

Hace un par de años apareció en español un libro que cuenta todo esto: El gran delirio de Norman Ohler, un documentalista alemán. En él, de manera muy didáctica, se narra una historia de la que se sabía muy poco: el uso masivo de la metanfetamina en la sociedad alemana entre 1937 y 1945; el ascenso de un movimiento ultra derechista cuyos soldados caían en combate mientras su cerebro acelerado les hacía creer que los visitaban las valkirias. 



Pervitin, en una de sus muchas presentaciones

Del laboratorio al trabajo

De la misma manera como lo haría cualquier dealer callejero, los laboratorios Temmer, que patentaron el Pervitin en 1937, entregaban la primera dosis gratis. Sus promotores enviaban a los médicos de toda Alemania una muestra argumentando que era una medicina reconfortante.

Al mismo tiempo lanzaron una campaña publicitaria qué usó como modelo la siempre famosa publicidad de Coca Cola. El éxito fue inmediato. Incluso hubo funcionarios que consideraron ordenar el uso masivo del Pervitin por decreto. Esto no fue necesario; la metanfetamina se convirtió en una pasión nacional. Desde los camioneros “que iban a toda pastilla sin parar a descansar por autopistas construidas en tiempo récord”, los obreros en las fábricas, los oficinistas, las SS, y hasta las amas de casa que la consumían mientras ordenaban el hogar, todos los ciudadanos se dejaron llevar por la droga de los laboratorios Temmer. El apetito sexual aumentó (la propaganda argumentaba que eliminaba la frigidez femenina) y el entusiasmo colectivo creció con la misma vehemencia que los discursos de su líder.

Por supuesto uno de sus principales usuarios fue el ejército alemán con el que el Führer esperaba consolidar un imperio de mil años, pero que solo duró doce.

Aunque los nazis pretendían ser la pureza hecha carne y el estado alemán había firmado el acta de prohibición de las drogas opioides, el Pervitín y la cocaína se vendían en las farmacias y eran anunciadas en revistas y periódicos.

El Pervitin, no sobra decirlo, es el mismo éxtasis con el que los adolescentes, hoy armados con una botella de agua y un chupete, se van a las discotecas a bailar toda la noche.

High Hitler

La guerra, –en los dos lados del frente– se luchó en un estado mental bastante alterado. Sobre el uso de drogas en el ejército norteamericano durante la Segunda Guerra Mundial se sabía mucho. Las anfetaminas y benzedrinas estaban incluidas en el morral de los soldados y sólo en el frente del Pacífico se repartieron más de veinte millones de dosis. Gracias a ellas podían combatir ocho días seguidos sin pegar el ojo. Los nazis usaban Pervitin que de lejos era una versión mejorada de la anfetamina: su efecto era más suave y prolongado. Antes de empezar a combatir los soldados alemanes ya ganaban por puntos.

El promotor del Pervitin dentro del ejército del Reich, fue el doctor Otto Rank, fisiologo de la Whermacht. Él concluyó que el enemigo de los soldados era el cansancio. Decidió hacer experimentos con esta droga y descubrió que era una sustancia militarmente valiosa. Su gran banco de pruebas fue la invasión a Polonia, en 1939. Iluminados por el Pervitin, los soldados fueron a la guerra a cumplir su trabajo –matar personas–, como si fueran de fiesta.

El experimento le costó a Polonia, solo en el primer año, la vida de cien mil soldados y sesenta mil civiles. La jerarquía nazi calificó de heroico a ese ejército dopado. Sin embargo, en los sectores más conservadores de la cúpula militar prusiana –que consideraba un error ir a la guerra–, se gestaba un golpe de estado que finalmente no prosperó. Hacia 1939, los primeros efectos negativos del Pervitin comenzaron a observarse. El agotamiento nervioso apareció como un claro resultado de su consumo. Se recomendó suministrarlo bajo receta médica, pero ya el hábito estaba consolidado.

Felix Haffner, secretario de salud del Reich, llegó a decir, clamando por el control de la droga, qué “nuestros jóvenes soldados ofrecen un aspecto penoso, a menudo parecen extremadamente decaídos y envejecidos”. Pero cómo la suya era una dependencia civil, no le hicieron caso. En medio de toda esta discusión se estaba concretando la invasión a Francia a través de los bosques de las Ardenas, y se emitió un decreto “sobre el uso prudente pero necesario de la sustancia en situaciones especiales”. En el primer párrafo se mencionaba el éxito militar en Polonia y se animaba a los médicos de tropa a usar el Pervitin de manera generalizada. El pedido militar inicial hecho a los laboratorios Temmer fue de setenta millones de pastillas.

La invasión a Francia comenzó con una larga jornada insomne: en tres días rompieron las defensas y acorralaron al ejército aliado. El acelerado ejército invasor completamente dopado tomó por sorpresa a los soldados galos. Más que un golpe a Francia fue un asalto al cerebro de la juventud alemana.

Al frente de la invasión estaban el general Rommel y el general Guderian. Ambos consumidores de Pervitin. Esta campaña abrió la primera grieta entre los expertos militares de tradición prusiana y la cúpula nazi que era, esencialmente, un grupo de amateurs en términos militares.

Mientras los generales profesionales al mando de sus soldados puestos hasta las cejas de Pervitin avanzaban sobre las praderas francesas, los jerarcas nazis jugaban a la guerra en mapas cubiertos de alfileres de colores. Cuando ordenaban que se tomaran un pueblo, el general Rommel les respondía que lo habían tomado el día anterior.

Los nazis, temerosos de perder la influencia sobre la tropa primero y el país después, decidieron detener la marcha de su entusiasta ejército que en pocos días había hecho claudicar a Francia. Esto probablemente aclara el misterio de por qué se detuvieron en Dunkerke sin una razón válida.

La explicación farmacológica –de acuerdo con Norman Ohler– es que en medio de sus delirios de morfina (a la que era adicto) el mariscal Göring, jefe de la fuerza aérea, la armada más pura del ideal nacional socialista, convenció a Hitler de que sus aviones se encargarían de abatir al ejército aliado en retirada y así bajarle los humos a la oficialidad prusiana. Sin embargo, el mariscal se equivocó. Los británicos obtuvieron la supremacía aérea y el general Guderian desde su tanque, con los británicos a tiro, pero detenido por las inexplicables órdenes superiores, tuvo que verlos escapar sin poder hacer nada.

Dos drogos encerrados en un refugio de hormigón decidieron quitarle el mando al ejército de tierra para que no les minaran su poder político y dejaron escapar a trescientas cuarenta mil tropas aliadas. Fue el primer clavo en el ataúd del fracaso nazi, el último lo pondría el hielo ruso cuatro años más tarde.
El paciente A

Con raras excepciones, la cúpula nazi consumía, Pervitin, morfina, cocaína y alcohol. También les gustaban los mitos nórdicos, la brujería y otros juguetes medievales. Creían que el sol estaba en el centro del planeta, y que este era cóncavo.


El líder epónimo de esta campaña guerrera en drogas, fue obviamente Adolfo Hitler. Su médico personal, un charlatán llamado Theodor Morell, en plena efervescencia bélica, hacia 1942, le suministraba diariamente una bomba de preparaciones absurdas, en las que Hitler creía sin dudar. Le inyectaba células de pato y de oveja y otros químicos (hasta setenta y cuatro sustancias diferentes). Esta información quedó en los diarios de Morell en los que se menciona a su importante cliente como el paciente A.
Theodor Morell. Médico personal de Hitler.
En el atentado con bomba, en 1944, Hitler sufrió laceraciones en su oídos. Un otorrino, el doctor Giesing, le aplicó cocaína líquida durante casi dos meses.

Hitler, en un momento crítico de la guerra, dirigió sus ejércitos en la periquera más pura que se pueda concebir; dos brochazos de cocaína líquida por la mañana, dos por la tarde y otros dos cuando hicieran falta. Eso sí, el nuevo médico tranquilizó al paciente A al explicarle que los cocainómanos consumen la droga en polvo y que ese no era su caso, explicación que tranquilizó a su cliente. Este, más tarde dejó la cocaína pura y empezó a tomarla en combinación con Eukodal (un opioide); algo que hoy se conoce con el nombre de speed ball, una de las más funestas formas de drogadicción.

En su último otoño de vida, el Paciente A empezó a consumir una creciente combinación de drogas y fármacos, ya no era uno, sino tres los médicos (incluyendo al cirujano personal) que lo atendían, sin consultar sus recetas uno con otro. Tal intoxicación farmacológica explicaría el delirio que se menciona en las biografías de Hitler en el que dirigía ejércitos inexistentes y abría frentes de batalla donde ya todo estaba perdido.

Finalmente la pandilla del Paciente A desechó al otorrino y al cirujano personal y dejaron a cargo al doctor Morell. Extraño privilegio, ya que le tocó acompañar a su importante paciente hasta los minutos finales en el bunquer de Berlín del que logró escapar por los pelos. Se escondió unos meses y finalmente cayó prisionero. Murió en la miseria absoluta en un hospital de la Cruz Roja en 1948.

jueves, marzo 21, 2019

Lectura de Las noches todas, de Tomás González

Esta novela está escrita en clave autobiográfica aunque no pretenda serlo. El profesor Esteban comparte con el autor algunos gustos personales: vivir en el campo por ejemplo, o la práctica del yoga. No sabemos mucho sobre la vida personal de Tomás González; es un escritor que habla poco de sí mismo. Lo que sí sabemos es que su personaje también comparte con él esa mirada irónica sobre los asuntos de la realidad.


Las noches todas se puede leer como una meditación sobre la vejez. En ella el profesor Esteban abandona su vida en la ciudad y se pasa a un pueblo cercano, compra una propiedad y decide hacer un jardín en el cual invertir el resto de sus días. Tiene sesenta y siete años cuando comienza y le darán los ochenta en las mismas, viviendo las noches todas en su tránsito hacia la muerte. Lo acompañan en ese recorrido una joven instructora de yoga, un taxista, un librero, un mal vecino y otros secundarios que apuntalan a esta irónica novela.

El jardín en el que el profesor Esteban se encuentra empeñado es su manera de resolver sus demonios, pero también una metáfora sobre los esfuerzos arificiales en los que se embarca la gente para dar sentido a sus vidas. “Parecía una selva, sí, pero como pensada para un estudio de cine. Era como si los insectos que entrarán en ella se volvieran de cartón al cruzar la frontera y siguieran volando ya muertos”.

Soy de los muchos lectores que gustan de la obra de Tomás González. Lo leo desde que publicó sus primeros cuentos cuando estábamos en la Universidad. Sin embargo no puedo dejar de mencionar que esta novela –tal vez debido al tono socarrón en el que está escrita– tiene pasajes algo repetitivos. Pero aún así recomiendo su lectura, creo que los buenos momentos que se pasan en ese jardín con Aurora, la instructora de yoga, superan con creces aquellos pasajes dudosos.


Comentario publicado en la revista Mundo Diners, de Ecuador. Marzo de 2019.

lunes, marzo 11, 2019

Intolerancia en las Redes

Resulta irónico que la libertad de uso y pensamiento de las plataformas digitales, defendida por los creadores de la red internet, se haya convertido en el campo de expansión de las ideas más retardatarias posibles; de las ideas de aquellos que niegan la libertad de los otros pero defienden férreamente su propia libertad de odiar y agredir. Pero eso no es lo más grave. Ese derecho a la opinión reaccionaria se ha ido transformando poco a poco en un camino para la acción. Es decir, muchas de esas personas no solo promueven ideas excluyentes sino que también las convierten en acciones concretas. Algunos casos recientes.

En Pittsburgh, Estados Unidos, un antisemita fue detenido después de asesinar a once personas. Una vez en custodia, las autoridades encontraron en sus cuentas de redes sociales un coherente discurso antisemita y violento. De hecho su último mensaje contra los judíos, posteado poco antes de salir a matar, terminaba diciendo que iba a por ellos.

Paralela a esta noticia, se publicaba que había sido capturado un extremista acusado de enviar bombas a prominentes figuras demócratas dentro de los Estados Unidos que se oponían al discurso de odio y engaño de Donald Trump. Nuevamente las redes eran la vitrina de sus ideas, antes de ser llevadas a la realidad.

Alguien podría decir que son casos aislados y extremos. Tal vez, pero son el síntoma de una acción continuada que es quizá más grave. Ese discurso está eligiendo impresentables en todo el mundo. Trump es el más mediático, Vox en España el más reciente ascenso de la estupidez en la política.

Brasil eligió a Jair Bolsonaro, un político mediocre y oportunista, nostálgico de la dictadura militar y promotor de una plataforma política que privilegia el retorno al pasado y el compromiso con una de las muchas iglesias evangélicas. Es creyente en la solución Duterte para enfrentar el crimen, que encontró en la cadena de WhatsApp, el vehículo para cautivar a una amplia población evangélica y poco informada, que como los dinosaurios decidieron votar por el asteroide.

Por supuesto que en Colombia tenemos un proceso reciente que llevó al poder al sector más retardatario de la política. Gracias a las redes lograron propagar ideas tóxicas en contra del acuerdo de paz haciendo que un país que ha vivido cincuenta años de conflicto social, con ochenta mil personas desaparecidas y más de doscientas cincuenta mil asesinadas en los últimos veinte años nada más, haya rechazado la posibilidad de iniciar un proceso de pacificación, de cambio en la manera de ejercer la política.

El discurso libre y soberano de las redes se ha convertido en el discurso libre y soberano del intolerante y el territorio perfecto para torcerle el pescuezo a la realidad y adaptarla a los más delirantes discursos y teorías de conspiración. En Europa que una persona difunda por las redes palabras de odio islámico es suficiente para que sea examinado y probablemente detenido. El resto del mundo parece creer que los únicos fanáticos fueran algunos seguidores del Islam, pues no se dan por enterados.

Cada día seres poco dotados en su intelecto se dan garra promoviendo sus modestas ideas intolerantes. Y estas ideas se difunden de una manera que en el pasado hubiera sido imposible. Bolsonaro es el ejemplo perfecto. Votaron por él como votarían por el primo tonto que repite ideas tontas. O sea, votaron por ellos mismos, por sus temores, por sus prejuicios. Votaron por el mediocre de la familia, el que más gritaba.

Y no es que a este mediocre le falte algo para triunfar, más bien le sobra algo. No tiene filtros. Dice lo qué piensa y sus iguales lo aplauden como al niño travieso, pero, como todo niño travieso, busca la aprobación de sus mayores. Por eso, una de las primeras acciones de Bolsonaro fue entregar la Amazonía a los “ruralistas”. Empresarios del campo que sostienen que la selva es un lujo que Brasil no se puede permitir. Hay que industrializarla. Aplausos al niño por parte de los adultos.

Salir del closet está muy bien visto para la derecha, para los intolerantes y prejuiciosos que hay en todas partes. Nunca habíamos visto tanto estúpido sin ideas volverse popular con ideas bobas y frases indelicadas. El “estudien vagos” no merecía ningún retuit, ningún comentario de respuesta y terminaron por darle alto perfil a su autora. Que Bolsonaro promueva una cruzada contra lo políticamente correcto no debería ni siquiera llegar a los medios. Que Vox en España les fuerce la muñeca a los partidos de centro derecha para que se inclinen cada vez ante lo más zafio y pobre de la sociedad, resulta asombroso.

Sin embargo no siempre las cosas son tan mecánicas. Detrás de todo intolerante con suerte, como Trump, hay un Steve Bannon dispuesto a sacar provecho para promover ideas excluyentes. Hitler fue el agitador de los Steve Bannon de su tiempo, pero terminó engulléndolos. Bannon es un tipo que sabe usar las cabezas parlantes para una agenda que conviene a los privilegiados de siempre. Trump ya lo echó de su equipo de trabajo, pero eso no importa. Ahora Bannon viaja por todos los países europeos con conflictos nacionalistas creando una gran multinacional de la extrema derecha.

Frente a eso las respuestas de las personas sensatas son muy tibias. Se limitan a la burla, a la ironía.

Escribir consignas contra los tontos en las redes, es seguir convenciendo a los convencidos. Burlarse de los tontos sólo hace felices a los autores de la burla. Mientras tanto los estúpidos con poder, o sin él, siguen haciendo daño pues son inmunes a la ironía y su presencia en las redes crece minuto a minuto.

Repetir idioteces en la red daréditos. Ponerse a dar explicaciones lógicas no, porque obliga a pensar.

Hay algo tóxico en las redes tal como se usan hoy. Los idiotas pueden dominar las redes, obtener una enorme cantidad de seguidores. ¿Pero –pregunto yo– eso tiene que suceder siempre? ¿No se puede revertir? ¿Las redes replican, en la mayor parte de los casos, ideas tontas?

Tal vez aquí hay algo en qué pensar.