sábado, diciembre 08, 2012

Parafernalia Bond

En los días en que estrenaban Skyfall, la nueva película con James Bond, vi,en un canal de cable, una maratón de viejas versiones de la serie James Bond, con Sean Connery, Pierce Brosnan y los demás Bonds que el cine nos construyó. A poco de ver escenas fotografiadas con ese Technicolor que hoy parece iluminación de telenovela, salta a la vista ese inventario de la guerra fría: los enemigos de la paz, mujeres fatales, tecnología aparatosa. Los computadores son grandes, un simple casete de audio puede contener el control de un satélite, esas películas son el delirio de los maletines ejecutivos, de las sociedades secretas, Spectro, una suerte de organización fascista con agentes rubios, muy malos. Maletines trucados, trampas de gas, pistolas con silenciador. Banda sonora muy expresiva, casi excesiva en su afán de poner acento donde el director no lo lograba con la puesta en escena.


Daniel Craig en Skyfal
Hoy el nombre de James Bond se ha reducido a una encuesta a ver cual de los actores que personificó al legendario agente lo hizo mejor. Quizá la serie quedó marcada por el inconmovible Sean Connery que boxeaba como un estudiante de Eton, vestía como un maniquí de los años sesenta y se peinaba con excesivo fijador. Gomina le decían en aquellos años. Pero no hay que olvidar que Bond, antes de ser un mito cinematográfico, era un personaje literario, un agente secreto de la guerra fría. Un hombre, que como su autor, Ian Fleming, había nacido casi con el siglo XX (ese siglo que se inicia, de acuerdo con el historiador Eric Hobsbawm, en 1914), que había estado en la segunda guerra mundial, que era alcohólico pues casi siempre lo encontramos con un trago en la mano o a punto de servirse una bebida alcohólica. Un hombre, además, al que le gustaban los gadgets y al cual un funcionario del MI5 le preparaba algunos juguetes, como cámaras fotográficas miniatura, bolígrafos que disparaban, capsulas de envenenamiento, botellitas de gas, un Aston Martin preparado con ametralladoras y así. En sus relatos aparecen las máquinas a menudo, Motos BSA modificadas, avionetas Cessna, el sombrero guillotina de Odjob, el mayordomo de Goldfinger, y por supuesto la pistola Walter PPK, guardada en una pistolera Burns Martin. Todo muy de su época, una época en la que Fulgencio Batista todavía no había abdicado a favor de Fidel Castro, como lo menciona en el cuento Solo para sus ojos. Un tiempo en el que la cortina de hierro estaba cerrada y con el candado oxidado y Bond volaba todavía en Comet, el defectuoso Jet producido por la industria británica.  

Todo ese conjunto de cosas forma la parafernalia Bond que estaba en los cuentos y en las novelas de Fleming, pero que el cine llevó a un delirio que el novelista británico no habría logrado imaginar. Sin embargo, después de ver la serie de películas en la maratón televisiva, me di cuenta de que la imaginación tecnológica de los sesenta no pudo imaginar este presente del siglo XXI. La única pieza de esa parafernalia Bond que sigue siendo hoy tan mortífera como lo fue en aquellos años es la pistola Walter PPK que le gustaba a nuestro agente. Esa arma sigue siendo la misma, fundamentalmente, hoy en día. El arte de matar no ha evolucionado. Es más, probablemente ha involucionado. No hay nada sofisticado en acabar con la vida del prójimo con los siete balazos de una pistola automática. 

En todo caso, la brutalidad sigue siendo el encanto de esa serie cinematográfica, hoy renovada gracias al pulso de ese gran director que es Sam Mendes.