viernes, diciembre 30, 2011

The Doors en la tormenta

Estas memorias rockeras me recordaron una escena que encontré en el aeropuerto de Quito hace unos dos o tres años.

Era una tarde soleada cuando entré al despacho de las aerolíneas. El de Quito es un aeropuerto con escaso movimiento y esa tarde había pocos vuelos. Eché una mirada a la cola que me tocaba hacer, la de Avianca y vi que estaba más o menos vacía. Sin embargo me llamó la atención un grupo de personas que estaban contra la pared. Era la típica imagen de una banda de forajidos a la que acaban de apresar con un matute.

Al acercarme vi que eran unos gringos de diversa edad. Unos hippies de más de sesenta junto a unos peludos de treinta. Algunos parecían incluso un par de motociclistas escapados de una pandilla de los Hell Angels. Pensé, pobres tipos; seguro los agarraron con perica. Sin embargo algo no encajaba. Les estaban tomando fotos y las pocas personas presentes los miraban y cuchicheaban sobre ellos. Entonces caí en cuenta de quienes eran. Reconocí (con dificultad) a Ray Manzarek y a Robby Krieger, los dos integrantes de The Doors que estaban viajando con una nueva banda en una gira llamada Riders on the storm. Estaban por subir al mismo vuelo que yo iba a tomar con destino a Bogotá.

En el equipo que rodeaba a los músicos eran reconocibles los utileros y jefes de escenario, viejos como Manzarek, parecidos a Hell Angels envejecidos de estar en la carretera.

Más tarde vi que todos viajaban en diversas sillas de la categoría turista. Ni Manzarek Ni Krieger tomaron asientos en Bussines. Eran iguales a sus utileros y músicos. Y yo no podía dejar de notar esa modestia, esa manera de viajar, para unos músicos que habían tocado la cima del cielo del rock cuarenta años antes. Pensé que sería un asunto de dinero, claro pueden estar quebrados, pero también pensé que eso es difícil porque ellos forman parte del fideicomiso que protege los derechos de The Doors y que recoge los beneficios de unas ventas de discos que alcanzan, en promedio, un millón de ejemplares al año.

Lo que me gustó de esa hora de vuelo en la que compartimos la cabina del avión, escuchándolos conversar y divertirse durante el viaje entre Quito y Bogotá, es que esos dos músicos sesentones, parecían disfrutar el hecho de estar en la carretera, en la ruta de una larga gira por diversos países. Como si el hecho de estar en el camino, una vez más, fuera un asunto nuevo, como si fueran otra vez los mismos jóvenes que en 1964 deslumbraron al mundo con su idea de la música. Con las nuevas puertas de la percepción que abrieron al rock.

jueves, diciembre 29, 2011

Beach Boys on the road

En 1967 conocí a Olga Lucía y Alvaro, unos niños, en tránsito a la adolescencia, que tenían la mejor colección de discos de rock que yo había visto en mi corta vida. Allí estaban los Rolling Stones, Los Everly Brothers, Los Beatles, The Mamas and the Papas, y sobre todo en esa colección estaban todos los discos editados hasta entonces por una banda californiana llamada The Beach Boys.

Esos amigos míos tenían un papá que viajaba todos los meses a Miami por asuntos de trabajo y les traía siempre los últimos discos (que en esa época eran los LP) que llegaban a la tienda del aeropuerto. Ese era el origen de la colección. En realidad la dueña era solo ella, Olga Lucía, la consentida del papá, y Álvaro apenas era un usuario afortunado, como yo, a los que Olga nos prestaba los discos siempre y cuando no salieran más allá de un radio de cinco metros de su habitación.

Ahí inicié mi aprendizaje sobre la música Pop de los años sesenta. Escuchando esas canciones de los Beach Boys que hablaban del sol de california, de las chicas de medio oeste, y otros temas baladí, cantados con unas armonías extrañas para la época y que siguen siendo ejemplos afortunados de lo que el rock dio a la música contemporánea.

Ahora nos informan que la vieja banda de chicos playeros inicia una nueva grabación e intenta hacer una gira de cincuenta conciertos por diferentes países. De los integrantes originales quedan cuatro, después de pasar por decenas de cambios en la formación, decenas de pleitos legales entre ellos, contra sus managers y contra las adicciones, particularmente las sufridas por el lider de la banda, Brian Wilson.

El baterista, Dennis Wilson, murió en 1983. Era un joven percusionista inexperto cuando se hicieron famosos en 1963. Sin embargo, en un concierto memorable ("Live At Knebworth", está en YouTube) grabado en 1980, lo vemos tocando la batería como los dioses. Murió, obviamente, haciendo deportes acuáticos, buceando en el mar Pacífico.

Otro integrante de la banda, Carl Wilson murió en 1998 víctima de cáncer de pulmón, era un fumador empedernido.

Ahora los que quedan hacen lo posible para reeditar viejas glorias. En la década del ochenta, tocaban mejor que nunca. Habrá que verlos como suenan ahora.

El viejo rock, o más bien, los viejos rockeros, terminarán por morir, pero hacen lo posible por demorarlo.

miércoles, diciembre 14, 2011

Todos son fotógrafos

Ahora los medios informativos publican fotos y grabaciones de celular con contenidos oportunos –que antes le hubieran dado un premio Pulitzer a sus autores– y además les salen gratis. De hecho los grandes medios invitan a sus lectores a enviar sus fotos y grabaciones con ofertas como “sea usted el reportero de su barrio”, “conviérta sus fotos en noticias”, etc, etc.

Hoy los cronistas de guerra que trabajan para televisión o medios impresos o electrónicos, ven suplantado su trabajo por los mismos protagonistas de la noticia. La muerte de Gadafi fue filmada y fotografiada por sus verdugos y los medios no pagaron nada por tal exclusiva.

La ubicuidad de las cámaras fotográficas permite que hoy los medios cuenten con reporteros gratuitos en cada rincón del planeta. Por eso resulta sospechoso que todavía no haya una buena filmación de un Ovni, o de un extraterrestre, entre los tantos avistamientos que se reportan cada año.

En un reciente coloquio sobre fotografía, en España, se mencionaba que uno de los problemas que afronta un fotógrafo de guerra es que ahora no le pagan por su trabajo, o le pagan muy poco. Para qué necesitan los medios un fotógrafo en el lugar de la batalla, basta esperar que alguno de los combatientes saque se celular, clic y ya está. De esta manera, los fotógrafos profesionales especializados en información ven cada día más recortadas sus fuentes de financiación.

Lejanos están los tiempos en que los fotógrafos cubrían los campos de batalla y conseguían la foto de un hombre en el momento de su muerte. La famosa foto de Robert Capa, por ejemplo, en la que un miliciano republicano es abatido en el mismo momento en que el fotógrafo tomaba la foto.

Capa fue fiel a esa manera de entender la información fotográfica y estuvo en el campo de batalla en momentos muy difíciles, por ejemplo la invasión aliada en Normandía. Fue uno de los primeros fotógrafos en desembarcar en medio del fuego graneado de las defensas alemanas; tomó dos rollos arriesgando su vida en cada foto, y dos días después un laboratorista en Nueva York arruinó los rollos mientras los secaba y solo se salvaron ocho negativos. Ocho valiosos negativos que de todas formas, junto con todo el material filmado y fotografiado ese día, le sirvió a Steven Spielberg para componer su famosa secuencia con la que comienza la película Salvando al soldado Ryan. Los mejores veinte minutos del cine sobre la segunda guerra mundial.

Capa murió en su ley. Llevando dos cámaras en la mano, sobre un campo minado en Vietnam, en 1954.

Ahora ese tipo de profesional, si bien sigue existiendo, se encuentra con una competencia feroz a cargo de cualquier aficionado. Ahora los actores de la noticia controlan ellos mismos su propia imagen. Los manifestantes hacen sus propios reportajes, testimonian sobre lo que están protagonizando y difunden su punto de vista a través de las redes sociales, imponiendo una nueva agenda informativa. Es una transformación radical del uso de la imagen informativa. Ahora todos son fotógrafos y el fotógrafo profesional debe comenzar a repensar su actividad para sobrevivir en un mundo plagado de cámaras y testigos, cuyo material es suministrado a los medios de manera gratuita.

Estamos en una nueva era del periodismo gráfico.

jueves, diciembre 08, 2011

Consejitos 5

Hallar la forma correcta para un cuento es sencillamente descubrir la manera más natural de contarlo. El modo de probar si un escritor ha intuido o no la forma natural de su cuento consiste sencillamente en esto: después de leer el cuento ¿puede uno imaginárselo de una forma diferente, o silencia el cuento la imaginación de uno y parece absoluto y definitivo? Del mismo modo que una naranja es definitiva, algo que la naturaleza ha hecho de la manera precisamente correcta.

Truman Capote

(Citado en Alquimia de escritor)

miércoles, noviembre 16, 2011

Mi relación con los cuentos cortos

El cuento corto (microcuento, como prefiere llamarlo Harold Kremer) produce una fascinación especial. Ser sorprendido por un argumento bien contado en pocas palabras siempre genera una felicidad instantánea y efervecente, como una limonada en agua de coco bajo el sol del Caribe.

Mi primera relación con los cuentos muy cortos la tuve con la Antología de la literatura fantástica y con los Cuentos breves y extraordinarios de Borges y Bioy Casares. Ahí descubrí esos fragmentos de novelas y de relatos tradicionales que los dos antólogos convirtieron caprichosa y genialmente en cuentos breves. Más tarde, y con otro registro, que me sorprendió por su humor y su poder de síntesis, descubrí a Luis Brito García, el escritor venezolano que ganó el premio Casa de las Américas de 1970 con su libro Rajatabla. Eran cuentos que hablaban de los temas de la época, las luchas estudiantiles, la cultura popular, el amor joven, la música y la velocidad. Eran cuentos de una o dos páginas, pensados como cuentos, no sacados de otros textos como habían hecho mayoritariamente los famosos antólogos argentinos. Por ese tiempo también era asiduo lector de la revista El Cuento que publicaba Edmundo Valadés en México y que circulaba un mes sí y otro no en los quioscos de Bogotá. Allí también se publicaban cuentos cortos, como los de Luisa Valenzuela que comenzaba a explorar de una manera intuitiva esos relatos de uno o dos párrafos.

En esos años comenzaba a formarme como escritor y aunque tendía a escribir cuentos de tres, seis o doce páginas, también experimentaba con cuentos de menor cantidad de palabras. De hecho, uno de los textos que forman parte de mi libro Cincuenta agujeros negros, fue publicado en su primera versión en 1975 en una pequeña revista de circulación restringida; tenía menos de 500 palabras que era la mágica cifra límite, a mi modo de ver de aquella época.

En ese tiempo estuve en un taller literario del que formaba parte Jairo Aníbal Niño quien llevó a ese taller sus primeros cuentos cortos. Eran esos cuentos sorprendentes que nacían de otros cuentos o leyendas culturales. Temas como el del sultán decapitado provenían de la saga de Las mil y una noches, o esos cuentos que establecían una tendencia en el cuento corto que con el paso de los años no ha hecho más que consolidarse. El cuento que nace de otros cuentos. La metaliteratura como dicen algunos.

Un ejemplo de Jairo Aníbal: Fundición y forja

Todo se imaginó Superman, menos que caería derrotado en aquella playa caliente y que su cuerpo fundido, serviría después para hacer tres docenas de tornillos de acero, de regular calidad.


Como vemos, este microcuento solo es posible a partir del conocimiento que todos tenemos sobre la cultura popular. De las referencias que para todos son comunes (Superman es un mito del siglo XX). La gracia estriba (o estribaba) en que el breve texto de Jairo Aníbal desmantelaba el mito del héroe. Y ese mito era el personaje del cuento. Y si había un personaje había un cuento y una historia (una batalla en la que caería derrotado, en una playa caliente). Luego este texto se parece bastante a un cuento.

Una persona que nunca haya visto una película si la sientan frente a un televisor, no entenderá por que un señor al acercarse a una puerta aparece luego al otro lado sin abrirla, o por que inmediatamente aparece una señora enseñando una salsa de tomate y más adelante un niño que canta feliz porque tiene un helado en la mano. Para él la noción de elipsis no existirá, y tendrá muchos problemas para entender la narración.

Sin embargo, hoy, en el siglo XXI ese ser extraño no existe. La narración está en todas las cosas. La vemos en la calle en las pantallas de video gigantes, en los spots publictarios que cuentan una historia mínima. Hemos leído comics, hemos visto televisión, conocemos el rudimento narrativo de las series o telenovelas. Y por último, en menor escala, hay los que hemos leído al menos un texto narrativo, novela o cuento. O por lo menos una corta crónica de prensa.

Con este arsenal ya se entiende el cuento corto que surge de las referencias culturales.

Pero el asunto, es que en ese marco de cosas comencé a elaborar mis cuentos que de todos modos no me salían de un párrafo. Se los mostraba a Jairo Aníbal y él siempre me decía, “están muy largos”. Así que dejé de luchar con lograr cuentos de un párrafo y persistí en una forma narrativa que me permitiera contar cuentos muy cortos con soluciones fantásticas en la mayor parte de las ocasiones y de ahí surgieron los cuentos que con el paso de los años publiqué bajo el título Cincuenta agujeros negros (en este Blog hay tres de esos cuentos).

No poder lograr los cuentos más breves no hizo que dejara de buscarlos. Leo muchos cuentos en busca de esa “felicidad instantánea y efervecente”, pero es muy raro encontrarla.

Un buen cuento corto es tan huidizo como un buen cuento largo. Son muchos los intentados y pocos los logrados. La escritura de cuentos en Colombia y en el ámbito de la lengua castellana ha evolucionado favorablemente por lo menos en un aspecto, ya no se cree que es el camino más corto hacia un género mayor: la novela, sino que es un destino en sí mismo; pero sigue siendo esquivo el encuentro con los buenos cuentos y mucho más con los cuentos excepcionales.

Pero esto no puede decirse todavía de la fiebre actual por el microrrelato. En realidad el microrrelato tiende a confundirse con otras formas narrativas. Con la frase bonita, por ejemplo. O con el escolio o pensamiento filosófico (o la frase ingeniosa para Twitter). También con el poema en prosa, o más bien con la sucesión de imágenes sin argumento ni personajes.

Hay algunos de estos textos más o menos filosóficos que se acercan al cuento breve, como este tomado del Blog de Triunfo Arciniegas, Mester de Brevería, que a propósito es un blog muy recomendable para leer ficción breve.

El texto en mención es de autor anónimo y dice así:

Un brevísimo cuento chino:
En el Reino de Chu vivía un hombre que vendía lanzas y escudos.
─Mis escudos son tan sólidos que nada puede traspasarlos ─se jactaba─. Mis lanzas son tan agudas que nada hay que no puedan penetrar.
─¿Qué pasa si una de tus lanzas choca con uno de tus escudos? ─preguntó alguien.
El vendedor no supo qué contestar.


Es ingenioso, pero en él no hay eso que el cuento cuenta tan bien: un acontecimiento, un suceso. Y los sucesos ocurren porque hay seres humanos que los viven. En este texto hay una paradoja, eso que tanto le atraía a Borges y que probablemente le hubieran interesado a otro escritor analítico, don Edgar Allan Poe, solo que a él el microcuento no le hubiera servido porque él escribía, entre otras cosas, para que le pagaran por palabra.

Entonces voy llegando a donde quiero llegar. Las dificultades que propone el microcuento no son muy diferentes a las que propone el cuento de extensión regular. El microcuento, el cuento y la novela, son destinos en sí mismos. Ninguno presupone un entrenamiento para llegar a otro genero.

Pero surge otra pregunta, ¿puede el microcuento conseguir eso que pide Ana María Shua?: "dejar en el lector una angustiosa duda", ¿y esa angustiosa duda es suficiente? O es suficiente obtener esa “felicidad instantánea y efervecente”.

Probablemente sí. Si el cuento provoca dudas o la construcción de una historia más grande que el mismo cuento, pues en buena hora; en todo caso ya es bastante obtener esa "felicidad instantánea". Pero hay una enorme mayoría de los textos minúsculos que se escriben y se publican en páginas web, en revistas y en periódicos, que no lo logran.

Un cuento de cualquier extensión siempre debe proponer, en cualquier caso y por el camino que sea, una ilusión.

En una próxima entrada mencionaré las características más evidentes del microcuento.

lunes, noviembre 07, 2011

La literatura de Bogotá, entre el cielo y el infierno

Hace poco participé en una conferencia junto con varios expositores sobre la literatura en Bogotá. La pregunta a resolver era ¿Hay algún factor qué hace especifica a la literatura que se escribe en Bogotá? ¿Hay un sello característico? ¿Un contenido particular? Los sitios geográficos, evidentemente no. ¿La miseria de sus habitantes como la describió José Antonio Osorio Lizarazo? Tampoco, necesariamente.

Bogotá es una ciudad que ha sido descrita como el cielo o como el infierno, en realidad, mas como el infierno que como un lugar amable. De hecho uno de los participantes en la mesa, Juan Álvarez, citaba el comentario irónico que le había hecho un amigo suyo, canadiense, que había visitado recientemente la ciudad y al cual tanta amabilidad de los bogotanos le resultaba sospechosa. Ladina. La de la puñalada trapera lanzada con una sonrisa en la boca.
Con creencias así Bogotá es una ciudad que pierde con cara pero también con sello. La ciudad de la violencia donde cada noche dos personas pierden la vida, esencialmente en peleas de tragos. Donde tres de cada diez atracadores lo hace por joder, por cuadrase la rumba del fin de semana.

Esa es la ciudad que los escritores buscan reflejar en sus escritos. Una ciudad monstruosa donde la amabilidad es sospechosa y los amigos se matan tomando pola.

¿Entonces, la condición de monstruosidad es lo que hace la literatura de las grandes ciudades?

No lo creo. Hoy las grandes historias no necesitan de las metrópolis; pueden contarse a partir del universo de pequeños caseríos. ¿Por qué la Nueva York de Paul Auster es un buen escenario literario y Bogotá no alcanza a tener su estatura? La antigüedad no es un factor. Bogotá es un poblado más antiguo que Nueva York. Obviamente sus desarrollos económicos son divergentes. Nueva York es un puerto por el que no solo corrió la riqueza del pueblo norteamericano sino su fusión de culturas y nacionalidades. Al lado suyo Bogotá es un poblacho, una ciudad aislada, encerrada en lo alto de una meseta de difícil acceso. De hecho sus pobladores contaban con su inaccesibilidad para defenderse de los Guanes y de otras naciones que los asediaban. Nueva York encierra muchas tradiciones, las pandillas de Nueva York eran una prolongación de enfrentamientos entre tribus y sociedades europeas que trasladaron enfrentamientos medievales a la época de la revolución industrial. Pero sobre todas las cosas Nueva York es un puerto por donde entraron no solo las mercancías sino también la gente con sus culturas, las ideas, los mitos y las leyendas de otras sociedades. Paul Auster narra historias que ocurren en el microcosmos de una venta de tabaco. De un trozo del parque Central, o de un apartamento en Manhattan; no de una monstruosidad urbana.

Bogotá fue una ciudad víctima de su condición colonial. Una ciudad donde estuvo prohibida la educación para amplias capas sociales, donde no se podía leer literatura o se leía muy poco, donde las mujeres eran mantenidas en la ignorancia y las oportunidades eran (y siguen siendo) para muy pocos. Una sociedad excluyente en una sociedad segregada por las relaciones coloniales. Una ciudad que a comienzos del siglo XIX no tenía médicos, los pocos intelectuales fueron asesinados por la reconquista de Morillo. A las guerras de independencia sobrevivieron los guerreros y los hacendados. Los médicos eran conocedores tradicionales llamados despectivamente “teguas” cuando en realidad los teguas eran los que conseguían el título de médico por parte de la Corona española y sin saber medicina pero con la autorización de Madrid, ejercían como galenos.

Esa inequitativa relación se mantuvo después de la llamada independencia. Bogotá creció en cuadrantes excluyentes. La ciudad de los blancos versus la ciudad de los indios continuó estableciendo la lógica de las relaciones sociales. Y esa falta de equidad generó una sociedad con una clase media resentida y apocada. Un muy incipiente sector proletario y unas relaciones con el campo que se mantuvieron estáticas hasta hace poco.

Los barrios son microcosmos, poblaciones dentro de poblaciones. Sus habitantes se han acostumbrado a hacer breves recorridos, rutinarios. Tienen cartografías personales reducidas. Un mundo muy pequeño.

Quizá la ciudad de Bogotá no sea más que una superposición de culturas regionales. De pequeñas colonias locales, casi tribales. A lo mejor por eso sus literatos todavía no la terminan de descubrir. No saben si es el cielo hermano del cielo de Manhattan o es la entrada al mismísimo infierno provincial.

lunes, octubre 24, 2011

Fotografía digital: de la afición a la adicción

Durante el concierto de Andrés Calamaro, que cerró Rock al Parque este año, cada gesto del cantante fue grabado por cientos de cámaras digitales de fotografía, celulares y equipos profesionales. Es inoficioso calcular cuantas fotos se tomaron esa noche pero probablemente fueron demasiadas; y una enorme parte de ellas se publicaron en blogs, en páginas de Facebook, o fueron enviadas por celular.
Esto ocurre en casi todo evento público; sucede en las bodas, en las fiestas familiares, en los restaurantes y en las celebraciones de oficina. En cualquier reunión de estudio o trabajo siempre hay por lo menos una cámara digital registrando el hecho.

Las cámaras nos acechan. Si caminamos por la plaza de Bolívar seguramente quedaremos en decenas de fotos. Al bailar en una discoteca seremos el fondo de la foto que toma el vecino de mesa, al gritar en el estadio nuestro gesto es recogido por muchos celulares. Hay una adicción a la captura de imagen. Como si una ley dictara que aquello que no se registra no sucedió.

Esto no pasaba con la fotografía análoga. Con 24 o 36 negativos por carrete; con un proceso más o menos costoso y demorado entre la toma y la imagen final, el aficionado era menos generoso con sus disparos. Quemar rollo como decíamos hace veinte años, solo era posible para los profesionales que podían tomar cinco o diez rollos al día porque alguien pagaba por eso. Esa cantidad de fotos, de 120 a 360 en un día, la hace ahora cualquier aficionado en un paseo dominical. Si no le gustan las borra y vuelve a empezar, cero costo. Y además no las tiene que imprimir porque el soporte natural para sus fotografías está en el ciberespacio.

Entre la técnica y el arte
La fotografía digital enseñó a tomar fotografías básicas a la mayor parte de las personas que antes no lo hacían. En la experiencia de fotografiar en negativo y luego revelar las imágenes había una distancia muy grande antes de ver el resultado. La experiencia era difícil de asimilar para el aprendiz. Con la cámara digital este aprendizaje cambió. El aficionado de la era digital puede comenzar a experimentar observando el resultado de su toma un segundo después de hacerla. No tiene que complicarse con lecturas de luz, temperatura de color, Asa, diafragmas, profundidad de campo ni velocidad. Utilizar una cámara hoy es tan fácil como tomar un lápiz para dibujar. Sin embargo, así como la mayor parte de las personas solo pueden dibujar una carita feliz con un lápiz, obtener una buena fotografía sigue siendo tan exigente como lo era con el rollo de 36 exposiciones. El fotógrafo colombiano Jorge Mario Múnera, por ejemplo, necesita menos de un rollo para hacer uno de sus excelentes retratos. Y cuando trabaja con una cámara digital los hace en series de 36 exposiciones que nunca revisa en la pantalla durante la sesión sino que lo hace después. O sea, para él no hay diferencia en el uso de las dos cámaras.

El arte de la fotografía no depende de la técnica, esta es accesoria. Robert Capa, el más grande reportero de la historia era un pésimo laboratorista. Probablemente hubiera utilizado una cámara digital con la misma displicencia con la que usó las Leicas y Contax de su tiempo. Como un medio para un fin superior: conmover a la humanidad con sus impactantes imágenes.

En 1900 Kodak promocionó la primera cámara Brownie con el slogan “usted toma la foto y nosotros nos encargamos del resto”. Tendrían que pasar casi noventa años, para que este secreto del negocio evolucionara al punto de que “usted toma la foto y su cámara se encarga de todo lo demás”. Hoy una niña de siete años puede usar una cámara que además le permite añadir gadgets a la imagen, como los que hacían los fotógrafos de parque o ponerle adornos para hacer bromas visuales, como hizo alguna vez la Kodak regalando pegatinas con leyendas como “qué fiesta tan brava” o “esto es muy peligroso” para poner sobre las fotos de un cumpleaños, por ejemplo.

Las cámaras digitales avanzaron en diez años lo que las cámaras tradicionales en setenta. De la Brownie, a la Leica hubo menos de veinte años, de esta a la reflex promedio hubo otros 20 años de investigación. De la Sony Mavica que usaba diskette, a la reflex de 5 megapixeles hubo apenas meses, lo que tardó algún tiempo es que bajara de precio, pues al principio era un aparato muy costoso. Hoy una cámara digital que funcione bien se consigue a partir de los trescientos mil pesos.

La fotografía se ha democratizado en su aspecto más tecnológico, pero no necesariamente en los aspectos conceptuales que hacen significativa a una imagen.

La evolución del álbum
Hace años los turistas agobiaban a sus visitas mostrando álbumes con las fotos de los paseos, o proyectando slides con un carrusel Kodak. Hoy el álbum ha evolucionado, el visor de imágenes de Windows, o el muy cómodo IPhoto de Apple, pusieron el álbum fotográfico en cada computador. Y de ahí saltan a ese otro álbum virtual que se llama Facebook, o viajan por Youtube, Photobucket, o son comentadas en millones de Blogs sobre los más variados temas.

Ahora las fotografías se cargan en USB, se exhiben en portarretratos electrónicos que cambian de foto cada 5 segundos, sirven de salvapantallas en los computadores de oficina que reemplazaron a las recurrentes fotos de los niños bajo el vidrio del escritorio.

Ese es un aspecto nada despreciable de la fotografía digital, así como la red ha divulgado la información a un extremo todavía difícil de interpretar, la fotografía se tomó el ciberespacio por asalto. Las fotografías ya no se comparten en la intimidad de una aburrida velada con slides sino a través de la red, donde además son comentadas, criticadas, compartidas y reenviadas.

La cámara, como quería McLuhan, es cada vez más la extensión del ojo humano. Pero la sensibilidad para tratar la imagen no viene adosada a las pilas de litio o a los zoom digitales. La afición en la era digital obedece al mismo entusiasmo que había por la fotografía analógica, solo que ahora prácticamente todas las personas toman fotos. La diferencia fundamental es que ya no es una afición, ahora lo que hay es una adicción a la imagen. Una necesidad de certificar la existencia mediante la prueba fotográfica.

(Publicado originalmente en Carrusel de El Tiempo)

miércoles, octubre 19, 2011

El blog, manual de uso, 1

¿Para qué sirve un blog? Es una pregunta que todo bloguero se hace todos los días. Una explicación puede ser esta caricatura del New Yorker en uno de sus números de septiembre. Según esta, un tercio de los blogs se dedican a publicar “basura surtida” recetas de cocina, críticas de cine, críticas de libros, pensamientos, etc. Otro tercio de usuarios lo utiliza para promocionar al autor del blog, la venta de sus libros o sus pinturas. Y otro tercio, para las más variadas teorías conspirativas.

Como esto se dice en una caricatura todo lo dicho ahí es cierto y no lo es: es decir, es caricaturesco. Pertenece a la realidad pero la exagera para hacerla entender. Y por supuesto debemos pensar que sí, que la mayor parte de los blogs están enmarcados más o menos en una de estas opciones.

El Blog se ha convertido en un espacio que sirve para todo, desde desbloquear la comunicación en países con férreo control informativo, como Cuba o algunos países islámicos, hasta permitir que un escritor novato comience a subir sus escritos con la esperanza de que alguien les de una mirada.

El blog es un medio libre y personal. Es una de la oportunidades que ofrece la red. O como dice Arianne Huffington, “la nueva entretención de la gente es la comunicación”. Hay fenómenos curiosos como el blog Generación Y de Yoanni Sánchez que ha obtenido el favor de los lectores, los medios y es un éxito gracias a la censura cubana.

Los periódicos han absorbido el blog, como una suerte de columna en la que los blogueros colaboran en ofrecerle una personalidad al periódico, en lugar de que el periódico use la personalidad de los blogueros, como si lo hace la Arianne en su afamado medio de internet The Huffington Post.

El blog también puede ser una suerte de diario personal. Pero así como hay toda clase de diarios también se dan toda clase de blogs a manera de diario. Una cosa es asomarse a las páginas del diario de un adolescente que consigna allí sus cuitas de amor y otra un poco más interesante hojear el diario de Franz Kafka o el de Adolfo Bioy Casares.

Ese es el caso de Hemeroflexia de Andrés Trapiello. Él lo llama Almanaque. Trapiello es un escritor madrileño que año tras año publica un nuevo tomo de su diario. Es un autor disciplinado que recoge su día a día y lo publica más o menos con cinco años de distancia de los acontecimientos narrados. En su blog hace otra cosa, recoge sus apuntes dirigidos a la prensa, escribe sobre arte, lecturas, impresiones diarias y actualiza su blog con una frecuencia envidiable.

Y esta es una característica fundamental del buen blog: la frecuencia. Aunque también estan la pertinencia y la calidad de lo escrito.

La frecuencia es algo normal en la red. Nadie vuelve a una página que permanece semanas abandonada (yo a veces me descuido). La pertinencia significa que uno no puede hacer un blog para hablar sobre uno mismo, como el quinceañero enamorado que solo tiene energía para hablar de sí mismo y de sus cuitas de amor. O lo que es lo mismo: se equivoca de cabo a rabo el escritor que tiene el blog solo para colgar las entrevistas que le hacen, para incluir las críticas (favorables) que se le hacen y descuida al lector de su obra que puede interesarse en conocer los aspectos culturales complementarios de esa obra. Qué lee, qué películas ve, que ideas defiende ese escritor. Por último la calidad depende siempre de algo relacionado con lo anterior, es decir, publicar sobre temas específicos, que aporten un punto de vista refrescante sobre lo conocido. Y hablar de uno mismo solo es interesante cuando se contrasta sobre la visión que uno tiene sobre el mundo.

Por último, no sobra mencionar que el blog también sirve para hablar sobre el blog… pero seguiremos.

lunes, octubre 03, 2011

Notas sobre el cuento: su longitud

Hace poco, en una lectura de cuentos y su posterior conversación sobre el genero, volvió a surgir que una definición del cuento es el tamaño. Es decir, que según la cantidad de palabras un cuento es un cuento y una novela es una novela. Engañosa definición.

Por supuesto que el primero que habla de esto es uno de los fundadores del cuento moderno, don Edgar Allan Poe, quien decía que, entre otras cosas, un cuento debe poder leerse en una sola sentada. Pero también señalaba que el cuento busca producir un efecto único y que en función de ese efecto único todo lo demás estaba a su servicio.

A mi que me gusta ir, como dicen en España, por la libre, opino que la longitud es un tema subsidiario para juzgar que un artefacto narrativo sea un cuento. Por eso no creo que un cuento largo pase a ser automáticamente una nouvelle o novela corta (sobre lo cual me extenderé en otra entrada), o que un cuento muy corto, por el hecho de ser breve, pase a ser un microrrelato; subgénero cuya existencia en tolda aparte tampoco reconozco por las mismas razones que estoy exponiendo.

Cuento es contar, y contar una sola historia que produzca una sola impresión en el lector sin importar la cantidad de páginas o renglones que esta tarea requiera. El efecto de una sola impresión lo consigue el buen cuento que utiliza la menor cantidad de elementos para referir la historia contenida en el cuento. Eso que Ruyard Kipling, en su autobiografía Algo sobre mí mismo, llamó la teoría del Iceberg (que Hemingway citó en la entrevista de la Paris Review, apropiándose de la idea) y que Ricardo Piglia explora en su teoría de la historia oculta en el cuento.

Pero sobre este tema también me extenderé en otra entrada,

Hay cuentos muy largos, como El perseguidor de Cortázar que siguen siendo cuentos a pesar de tener algo así como sesenta cuartillas mecanografiadas. Y hay novelas que no dejan de ser novelas por el hecho de ser cortas, como Bonsai de Alejandro Zambra, que en cuartillas mecanografiadas no debe llegar a cuarenta. Dos pruebas sencillas de que en el cuento la longitud no importa, sino contar una historia autosuficiente en la que el personaje está perfectamente imbricado con el argumento y el argumento, de alguna forma, explica al personaje; cuya vida, más allá del cuento, carece de interés para el lector.

Sin embargo el cuento bien logrado es el que deja palpitando en la mente del lector ese universo cerrado que se expande cada vez más a medida que la lectura va quedando atrás. Y en ese aspecto, la longitud del cuento simplemente es la que obliguen los hechos, los personajes y escenarios organizados por el autor para que este efecto suceda.

domingo, septiembre 11, 2011

A propósito de una perla de Elizabeth Taylor

Se anuncia la subasta de las joyas que pertenecieron a Elizabeth Taylor en la que esperan recaudar más de veinte millones de euros. Una de esas joyas es La peregrina, una perla extraída del mar en Panamá hacia 1514. Es una perla con forma de gota de agua y del tamaño de un huevo de paloma que pesa 115 gramos y 58,5 quilates; pero lo que me interesa es que formó parte de las muchas toneladas de perlas que los primeros conquistadores españoles extrajeron de las aguas del Caribe y del Pacífico panameño durante la primera mitad del siglo XVI.

La historia de esta perla, leída en retrospectiva, da cuenta de que fue comprada por Richard Burton en 1969 para regalársela a Elizabeth Taylor. Ella, a su vez, la hizo montar en un collar diseñado por la joyería Cartier. Antes, un siglo antes, durante la invasión francesa a España en 1808, fue sustraída del tesoro de los Borbones, robada por José Bonaparte y vendida por un hijo de este –en un momento de vacas flacas– a un mercader hacia 1844. Después pasó de mano en mano hasta la subasta donde la compró Richard Burton.

La perla, había sido regalada a Felipe II en 1580, por el Aguacil Mayor de Panamá, Diego de Tebes. El rey español se la regaló a María Tudor como presente de bodas. El gobernador panameño la había conseguido después de varias negociaciones iniciadas por Pedrarias Dávila el primer gobernador de Panamá, que a su vez se la había quitado de la mano a un anónimo pescador de perlas.

Este era ultimo reducto de la explotación perlífera en la América de aquellos años; explotación que se inició en la isla de Cubagua en la actual Venezuela, continuó en los bancos perlíferos del Cabo de la Vela en Colombia y cuando se agotaron estas zonas, los traficantes de perlas se trasladaron a Panamá, cruzaron el itsmo y se instalaron en el Golfo de Panamá, en el mar Pacífico, donde tampoco tardaron en agotar los ostrales.

La perla es un símbolo de la relación colonial que hubo entre América y el Reino de Castilla. Fue el primer bien de capital explotado con ánimo de minería y que se extinguió por culpa de la avaricia de los conquistadores.

La perla es una formación orgánica y su vida promedio se calcula en doscientos años. Debido a las limitaciones tecnológicas del siglo XVI, que impedían que los buzos se sumergieran demasiado, los bancos más profundos se salvaron del saqueo; si no hubiera sido por esto las perlas del Caribe habrían desparecido del todo y solo quedaría como testimonio de su existencia La peregrina, que quizá por su tamaño desmesurado, aún se conserva.

martes, septiembre 06, 2011

Notas sobre el cuento. La minificción.

Soy autor de cuentos breves, digamos de menos de quinientas palabras. Y de cuentos de extensión mas convencional, digamos de entre diez y veinte cuartillas. Me gusta la brevedad, pero detesto la idea que se ha erigido acerca del microcuento, el microrrelato o como quieran llamarlo. Hay tal profusión de textos amparados bajo el amplio paraguas de la minificción que ofrece patente de corso para que cualquier cosa sea un minicuento. El titular de un periódico, un haikú mal redactado, un pensamiento propio para un acróstico estudiantil, un fragmento de novela, un juego de palabras más o menos afortunado, etc, etc.

Hace muchos años, circuló en México y en América Latina, una revista famosa, El cuento, dirigida por Edmundo Valadés. Esta revista fue la primera en dar amplia cabida a los relatos de corta extensión. Allí se conocieron los primeros relatos breves de la argentina Luisa Valenzuela, de Marco Denevi, de Luis Britto García, Augusto Monterroso y del propio Valadés, quien ya comenzaba a establecer una idea sobre esta variante del género cuentístico.

“La minificción –dice Edmundo Valadéz– no puede ser poema en prosa, viñeta, estampa, anécdota, ocurrencia o chiste. Tiene que ser ni más ni menos eso: minificción. Y en ella lo que vale o funciona es el incidente a contar. El personaje, repetidamente notorio, es aditamento sujeto a la historia, o su pretexto. Aquí la acción es la que debe imperar sobre lo demás”.

La estudiosa del Género, Violeta Rojo, dice que, entre otras características los microrrelatos: “Suelen poseer lo que se llama ‘estructura proteica’, esto es, pueden participar de las características del ensayo, de la poesía, del cuento más tradicional y de una gran cantidad de otras formas literarias: reflexiones sobre la literatura y el lenguaje, recuerdos, anécdotas, listas de lugares comunes, de términos para designar un objeto, fragmentos biográficos, fábulas, palíndromos, definiciones a la manera del diccionario, reconstrucciones falsas de la mitología griega, instrucciones, descripciones geográficas desde puntos de vista no tradicionales, reseñas de falsos inventos y poemas en prosa, por no dar más que algunos ejemplos”.

Hasta aquí ningún problema con los dos fragmentos más o menos definitorios del microrrelato. En general, tales preceptos no estarían lejos, tampoco, de los del cuento en su versión moderna. Digamos que tomando la última frase de Valadés, el cuento es “aquello donde impera la acción sobre lo demás”. Y lo demás es descripción, reflexión, invocación, historia y poesía.

Y, además, debe existir un personaje, aunque esté rudimentaria o esquemáticamente construido. Hasta en el famoso El dinosaurio de Augusto Monterroso hay un personaje. “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Quien despierta es un sujeto con conciencia de sí mismo, un ser humano, y hay una acción: despertó. Y otra acción implícita: despertó a una pesadilla; al miedo, a ser cazado probablemente. Y bueno, no vamos a hacer más interpretaciones sobre el microcuento más citado de todos los tiempos. Solo quería decir que incluso en ese relato de una sola frase hay un personaje.

Pero hay problemas con este microgénero. Para dar un ejemplo propongo un caso particular: el de la revista El Cultural, del Diario El Mundo de España, que tuvo un concurso que se llevó a cabo en el blog del escritor Montero Glez. Se llamó, Cuenta 140. O sea los caracteres de un mensaje de twitter. El cuento reducido a los limites de un "tweet". Ya tiene ganadores después de diez meses de estarlo promoviendo. Y como decía al principio casi cualquier cosa pasa por minicuento Claro que Montero Glez no dice en ninguna parte que lo que el promueve es un cuento. Dice simplemente, “cuenta 140”, es decir cuenta algo. Y eso algo a veces parece un cuento, como este escogido entre los gandores:

“Encontraron su cadáver junto a la máquina de escribir. Nunca escribió nada importante. Pero su nota de suicidio fue un éxito de ventas.”

Y a veces no lo parece; como este otro, también incluido entre los ganadores:

“El microrrelato se indignó contra la novela, igual que Plutón contra la Tierra, nunca conseguirá ser planeta”.

Que se parece mucho a este encontrado en un sitio de la red dedicado al género. Se titula "La noche 1001" Y dice así:

"En la última noche a Sherezade sólo se le ocurrió un relato hiperbreve. Realmente lamentó estar falta de inspiración."

Lo dicho, en este microgénero cualquiera se puede hacer un maestro. O al menos pasar como escritor cuando tal vez no sea más que un afortunado redactor de frases ingeniosas.

jueves, septiembre 01, 2011

Patti Smith, sobreviviente

Acaba de ganar el premio Polar (2011) en Suecia. Hay una foto de ella muy sonriente recibiéndolo. Una imagen impensable para esta mujer que nos ha (me ha) acompañado con su música y sus actitudes desde hace muchos años.

El primer disco suyo, Horses, que escuché tardía pero intensamente, por ahí en el 82, me dejó ya una indeleble impresión. Fue publicado en 1975, exactamente el 10 de noviembre, en el aniversario de la muerte de Arthur Rimbaud, lo cual ya era una declaración de intenciones por parte de doña Patti. Este disco fue reconocido, en al año 2000, por la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos como una de las grabaciones más significativas en su aspecto histórico, cultural y estético.

Después de este disco inaugural conocí más de su obra como poeta y de su vida al lado de Robert Maphelthorpe, (sobre cuya relación hizo su libro más reciente, Kids) y la escuché con distintas agrupaciones y formatos. Hace poco la vi en el programa de Jools Holland, con un nuevo grupo de muchachitos, (ella la eterna muchachita ya con sesenta y tantos) escupiendo al piso del estudio y pateando los amplificadores como en sus mejores tiempos.

Pese a todo, ha sobrevivido a la estirpe de rockeros suicidas y autodestructivos. Sobrevivió a su amado Robert Maphelthorpe y sobrevive a la muerte de su más reciente compañero.

El jurado del premio Polar, que según la prensa (adicta a los superlativos) es considerado como el Premio Nobel de la música, se lo entregó a Patti Smith por "dedicar su vida al arte en todas sus formas y demostrar cuánto rock and roll hay en la poesía y cuánta poesía hay en el rock and roll".

Recomiendo este enlace para escuchar una de sus canciones que mas me gustan: Because the nigth, escrita en compañía de Bruce Springstein.

http://www.youtube.com/watch?v=MWqefennouo&feature=related

lunes, agosto 29, 2011

El publicista Hammett reflexiona sobre literatura

Los fragmentos que incluyo en esta entrada de blog pertenecen a un ambicioso texto sobre el estilo literario, escrito por Dashiell Hammett en 1925, cuando inició su actividad como comentarista de libros publicitarios en la revista Western Advertising. El título del artículo era: La publicidad es literatura, y su texto (en parte) dice:

"Hablar de lavadoras como si fueran yates, es no ser demasiado literario; es no ser suficientemente literario. La floritura desproporcionada, lo chillón, gozan de peor reputación en la literatura que la que nunca han tenido en la publicidad. Hay escasos puntos literarios en los que se dé un acuerdo general, pero no conozco a ningún escritor de primera fila ni a ningún crítico que no considere como el más perfecto el estilo que viste las ideas con las palabras más adecuadas.

Otro punto -quizá el único otro punto- en el que hay acuerdo, es que la claridad es la primera y principal virtud literaria. La frase innecesariamente complicada, la imagen ensombrecida, no son literarias; son antiliterarias. Joseph Conrad, de cuya obra John Galsworthy ha dicho que es "lo único escrito en los últimos 12 años que ha enriquecido, en alguna medida, el idioma inglés", definió el oficio del escritor como "por encima de todo, que resulte claro". Anatole France, probablemente la figura más importante que haya dado la literatura moderna y, por si fuera poco, el hombre que más ha leído, decía: "¿cuál es la frase mejor escrita? ¡La más corta¡” condenó el uso del punto y coma, una resaca de la época de las frases larguísimas, que no se adecúa a una época de teléfonos y aviones. Insistió en que todos los innecesarios "cuyos" y "ques" han de ser extirpados con cuidado, ya que estropean el mejor estilo.

(…) El lenguaje del hombre de la calle rara vez es claro o simple. Si creen que exagero, hagan que una taquígrafa provista de lápiz y papel, se ponga, un rato, a escuchar indiscretamente. Se darán cuenta de que este lenguaje corriente, sin los gestos y las muecas, resulta no sólo excesivamente complicado y repetitivo, sino, por su incoherencia, prácticamente inútil. El hombre corriente quizá se exprese un poco mejor por escrito. Si desean comprobar este cuán poco, elijan al azar a media docena de hombres cuyo trabajo cotidiano no guarde relación alguna con las palabras y háganles redactar algún párrafo. El resultado será interesante e instructivo. Pero no será ni claro y sencillo.

Las palabras que prefieren hombre corriente son las que le permiten hablar sin tener que pensar (...)

Pueden leer toneladas de libros y revistas sin hallar, incluso en un diálogo de novela, intento alguno de reproducir fielmente el lenguaje coloquial. Hay escritores que le intentan, pero rara vez ven publicadas sus obras. Incluso un especialista en lengua vernácula como Ring Lardner consigue sus efectos de naturalidad gracias a una hábil montaje, deformando, simplificando, matizando la lengua nacional, y no transcribiéndola palabra por palabra.

La simplicidad y la claridad no hay que tomarlas del hombre de la calle. Son lo más difícil de obtener y el logro literario más arduo, y todo escritor que intenta conseguirlas precisa de una gran dosis de habilidad. Simplicidad y claridad son las cualidades más importantes para asegurar el máximo efecto que se desee producir en el lector; y asegurar ese máximo efecto deseado es la meta principal de la literatura..."

viernes, agosto 26, 2011

Dashiell Hammett el publicista que transformó la literatura policiaca.

Hace 50 años, en 1961, falleció Dashiell Hammett. Fue el final de una vida torturada por las enfermedades pulmonares. Al momento de su muerte llevaba más de veinte años sin publicar un libro y probablemente sin escribirlo. Además, considerando que fue un escritor más o menos tardío resulta extraño que haya podido trascender para la historia de la literatura.

Comenzó a escribir como muchos otros autores en la década de mil novecientos veinte para las revistas pulp, magazines baratos que eran leídos por gran cantidad de lectores. De manera paralela también trabajaba como redactor de publicidad para una tienda de joyería. Sus “copys” eran muy diferentes a los que hacen hoy en día los nuevos talentos de la publicidad. No eran tan sintéticos como “Diamonds are forever” que el único texto que acompaña la fotografía de un diamante y una marca norteamericana. Más bien eran pequeñas historias mediante las cuales Hammett intentaba conmover a los posibles usuarios de la joyería. Al mismo tiempo reseñaba libros de publicidad para una revista especializada por lo que a los dos años de estar en esa actividad era un reconocido y formado publicista. Podría haber intentado una carrera en el ramo y quizá ahora su nombre sería tan conocido como el de David Ogilvy, o el de Leo Burnett en el campo publicitario; su cadena internacional de agencias publicitaras se podría llamar hoy D. Hammett Advertising, pero esto no fue así porque persistió en su vocación de escritor de relatos policiacos. Y si no logró dejar una huella en la publicidad, en cambio dejó una marca indeleble para la literatura policiaca y un ícono reconocible: el del Agente de la Continental y su encarnación más lograda, el detective privado Sam Spade.

Hammett quiso ser soldado, o en todo caso participó en las dos guerras mundiales. Tal vez por eso formó parte de la agencia Pinkerton de detectives. Una organización que hoy consideraríamos de corte más o menos paramilitar, que aparte de investigar robos a empresas, también fungió de fuerza de choque contra los emergentes sindicatos de las primeras décadas del siglo XX. Esta experiencia en la Pinkerton sería fundamental para él, porque le permitió observar los entresijos del poder empresarial, la corrupción de las autoridades urbanas, el mundo de la delincuencia común y las relaciones de todos esos anillos sociales.

El detective como personaje de la narrativa policial estaba muy bien establecido desde la época en que E.A. Poe publicó sus tres relatos protagonizados por Auguste Dupin. Pero esta figura que tuvo representantes como Sherlock Holmes, había caído en un lugar común que achataba y hacia predecible la literatura policiaca hasta el momento en que Dashiell Hammett comenzó a publicar sus relatos realistas, basados en sus propias experiencias y visiones. Por eso el “Agente de la Continental” pronto fue una marca reconocible y su manera de narrar la literatura policiaca, con personajes y situaciones más realistas y profundas (intelectuales, diría alguien), hizo que sus colegas de las revistas pulp, como Black Mask, se quejaran con los editores acusándolos de que estaban “hammettisando” estas publicaciones.

Escribió su obra en un corto periodo de trabajo. No es muy extensa; cinco novelas, una de ellas mítica: El halcón maltés, un libro de relatos recogidos por él y unos 23 cuentos dejados atrás, por considerarlos muy primitivos. En 1938, prácticamente, dejó de escribir y se dedicó fundamentalmente a leer y a pensar. Lilian Hellman, su compañera durante muchos años, da cuenta de esta faceta de su personalidad en su autobiografía.

En 1951, Hammett, acusado de actividades comunistas, fue una de las víctimas del senador Joseph MacCarthy y tuvo que pagar una pena en prisión de nueve meses.

Al morir seguía intentando avanzar en una novela muy diferente a las que lo habían hecho famoso. Tulip, se llamaba y solo conocemos un fragmento publicado bajo la forma de relato corto.

Esta fue, en parte, la vida de este aspirante a publicista que escribía como si fuera Faulkner unos relatos destinados al consumo masivo. Por ironías de la vida, los autores que él admiró y trató de asimilar para su escritura, Hemingway y Faulkner, a su vez trataron de imitarlo a él. Justicia poética para un gran autor.

martes, agosto 23, 2011

Una de Maray


Todas las grandes pasiones son desesperadas: no tienen ninguna esperanza, porque en ese caso no serían pasiones sino acuerdos, negocios razonables, comercio de insignificancias.

Sandor Maray (En El último encuentro)

domingo, agosto 21, 2011

Las librerías en Colombia

Es domingo y acabo de leer un comentario en Facebook donde un escritor de la costa Caribe, Guillermo Tedio, reflexiona sobre una queja que hace José Luis Garcés González, otro escritor de la costa, de Montería más precisamente, sobre la ausencia de librerías en su ciudad. Lo cual considera una verguenza. Leo los comentarios añadidos al primero, la mayoría refirmando la triste idea. Alguien de Valledupar dice que allá la cosa no es diferente. Otro (Alberto Buelvas), tratando de proponer una idea ecuánime, dice que lo que sucede es que "las librería son un negocio y como cualquier negocio necesita de un punto de equilibrio para subsistir en cuanto a gastos. Las librerías se han convertido en un mal negocio, las personas que compran libros, la gran mayoría lo hacen por internet. Por otra parte, hay personas que bajan el libro lo imprimen o lo mandan a imprimir donde resulte más barato (es sumamente económico), esto ha acabado con el negocio de las librerías, y si a lo anterior le sumamos la piratería imagínese."

Ojalá fuera cierta tanta felicidad sobre el libro electrónico y la venta POD (Print On Demand).

Las librerías, como todos los negocios relacionados con la cultura necesitan ser rentables, como dice el último comentario, pero esa rentabilidad siempre será menor que la de una tienda de licores. Por eso necesitan de cierto tipo de empresarios que son una especie en vía de extinción: los libreros. Esos tipos que aman los libros y creo que hasta les duele vender sus existencias, pero ese dolor lo compensan con el sentimiento de que van a compartir las lecturas que les gustan con nuevos lectores.

Tengo un amigo que puso una librería en Bogotá hace como tres años. La lucha ha sido grande. Para sobrevivir trabaja todos los días en ella, propone actividades, escoge bien su catálogo y gracias a eso se ha inventado algo que escasea en el negocio: lectores compradores. Mi amigo es uno de esos libreros que lee los libros que vende, que lee los comentarios de los libros y que lee los catálogos. Es uno de esos pocos libreros que van quedando en esta ciudad. Por supuesto que conseguir ese personaje junto con un grupo de socios dispuestos a invertir algún capital no es fácil ni en Bogotá ni en Valledupar, ni en Montería.

Pero que los hay, los hay.

Mientras tanto quedan las esperanzas. En Ibagué, donde tampoco hay librerías, aguardan desde hace dos años la apertura de una Panamericana. En Pereira, donde no hay librerías hay un grupo de escritores que ha intentado varias veces abrir una librería de libro usado.

En Colombia comprar un tiquete aéreo por Internet todavía es un asunto de minorías, la compra de libros en línea es una actividad casi inexistente. Empecemos porque no hay una oferta masiva de artefactos de lectura, Kindle, por ejemplo. El Ipad se vende bien pero es usado más para actividades multimedia y manejo de documentos que para lectura de libros (que también sirve para eso). Pero sobre todo el problema es que la oferta de libro actualizado en español es muy escasa. El portal todoebook de España, donde las editoriales más grandes y algunas de las pequeñas, ofrecen libro electrónico todavía no incluye ni una parte mínima de los catálogos de estas editoriales. Panamericana de Colombia, que va a estar en este portal, apenas ha subido un título de prueba. Por tanto, pese a la creencia de algunos de que las librerías están condenadas por la venta de libro electrónico, en Colombia por ahora no se cumple.

Casi no hay canales para la venta de libro físico o electrónico; pero tenemos la biblioteca más visitada de América Latina, la Luís Ángel Arango. O sea que lectores no faltan. O sea que hay esperanza de que la verguenza compartida por todas las ciudades colombianas (incluída Bogotá) de tener tan pocas librerías, en algún momento se supere.

viernes, agosto 19, 2011

¿Cómo escribir más rápido?

Este parece un tema baladí pero a muchos autores les preocupa de sobremanera. Hay autores que escriben con lentitud, o corrigen excesivamente y les toma tiempo cada pagina. Otros autores, la mayoría, al margen de que les quede fácil o difícil escribir, optan por la procrastinacion, el aplazamiento, el no escribir.

Sin embargo, para los que si escriben y quieren escribir más rápido, encuentro un articulo en la revista Slate que se ocupa del asunto. Perezoso, se titula y su subtitulo resulta un poco contradictorio: ¿Como ser un escritor mas rápido?

Dice el autor, Michael Agger, que "echado sobre mi teclado me he dedicado a cazar anécdotas sobre escritores rápidos" y menciona el caso del historiador Cristopher Hitchens que escribe una columna en la misma revista y es capaz de componerla en veinte minutos, después de salir de un sesión de quimioterapia y después de una cena con amigos, un sábado en la noche, tarde. También menciona al novelista del siglo XIX Anthony Trollope que escribía en papel hecho a su medida donde cabían 250 palabras, la misma cantidad de palabras que Williams Buckley escribía en 15 minutos y cuando se le acababan los quince minutos y no había llegado a las 250 palabras aceleraba el paso.

No esta mal, eso significa que Buckley podía escribir una cuartilla normal en media hora de trabajo. Multiplicado por ocho horas quiere decir que podía hacer 16 cuartillas diarias. Bastante, pero apenas cerca de las cifras del novelista francés Georges Simenon que escribió algunas de sus novelas en diez días; por algo dejó un legado de mas de cien novelas de diversa extensión, una larga obra periodística y muchas adaptaciones al cine.

Otro escritor muy rápido, en el ámbito español es Jordi Sierra i Fabra. De él se dice también que puede componer una novela en diez días. Para estos días su obra ya debe superar los cuatrocientos títulos. Por lo que puede concluírse, según estos dos casos, que a mayor velocidad mayor cantidad de obra. Comparado con ellos, un industrioso de la literatura, como Mario Vargas Llosa, queda como un perezoso, ya que su conjunto literario no llega a treinta títulos. Menos mal algunos de ellos ya pertenecen a la historia grande de la literatura.

Hay casos curiosos como el de John Banville que escribe su literatura mas
acabada y detallista bajo su propio nombre, pero hace novelas policiales bajo el seudónimo de Benjamín Black. Una confesión del autor define muy bien la diferencia entre los dos autores: "como Benjamín Black escribo unas dos mil quinientas palabras al día, como John Banville si logro doscientas al día soy muy, muy feliz." Entonces surgen dos preguntas: ¿La diferencia está en la velocidad, o en la libertad que ofrece el seudónimo? ¿Bajo seudónimo, sin la presión de escribir como se espera de un cierto prestigio literario, se escribe mas rápido?

Las respuestas quedan pendientes.

Existe, por supuesto la diferencia en la velocidad de composición de un periodista y de un autor literario. El primero está habituado a la presión, a una cantidad limitada de caracteres para comprimir la información. El otro solo tiene la presión de sí mismo. Por eso a veces aplaza y aplaza la conclusión de sus obras hasta límites exagerados.

Para terminar citaré al autor del articulo de Slate, que a su vez cita a un sicólogo de la Universidad de San Louis que dice que algunos escritores son "bethovianos" porque componen borradores instantáneos para descubrir que es lo que quieren decir. Y, por otro lado, dice el sicólogo, hay escritores "mozartianos" que saben alargar el desarrollo de sus borradores por largos periodos de tiempo con el fin de reflexionar y planificar mejor.

Escribir para blogs también garantiza cierta eficiencia. ¿La prueba? escribí este texto en menos de veinte minutos. Solo para ganarle a Cristopher Hitchens, aunque por supuesto yo no acabo de salir de quimioterapia ni de una cena con amigos.

domingo, agosto 07, 2011

El colega de Homero

Conocí a Jairo Aníbal Niño cuando él ya era una celebridad en el medio del teatro (con su obra El Montecalvo había ganado el premio al Mejor Espectáculo Libre del V Festival Mundial de Teatro de Nancy, Francia, en 1967). Había dirigido el teatro de la Universidad Nacional de Medellín, había sido censurado por la curia por su obra El baile de los arzobispos, y su frenética actividad creadora le había dado tiempo hasta para tener un grupo de títeres y haber escrito algunas obras para niños. Por entonces comenzaba su carrera como narrador. Era el año de 1974 y formábamos parte de un taller de creación literaria que dirigía, casualmente, el director editorial de Panamericana, Conrado Zuluaga, y del cual hacían parte, entre otras personas, Piedad Bonnett, Guillermo Alberto Arévalo y Amalia Iriarte.

En ese grupo Jairo presentó sus primeros cuentos. Aquellos sorprendentes textos de pocas líneas que después serían publicados con el título de Puro pueblo. A partir de aquellas reuniones desarrollé con él una relación más o menos profesional, más o menos amistosa, que se prolongaría en otras reuniones en la sala de su casa o en cualquier esquina donde uno se lo encontrara, porque Jairo se detenía a conversar con un entusiasmo inagotable sin importar ni la hora ni el lugar. Era un contador de cuentos implacable. Hablaba y hablaba sin dejar de improvisar cuentos, recuerdos trucados, mitos personales, mentiras y otras imaginerías. Él hacía honor a la noción de su arte según Nabokov: “La literatura no nació el día en que un chico llegó corriendo del valle Neanderthal gritando “el lobo, el lobo” con un enorme lobo gris pisándole los talones; la literatura nació el día en que un chico llegó gritando “el lobo, el lobo” sin que lo persiguiera lobo alguno”.

Jairo siempre gritó que el Lobo venía detrás suyo; la literatura era una estela a su paso. Así nos lo recuerdan sus propias palabras en una entrevista que Guillermo González le hizo en 1983 sobre sus estudios y orígenes literarios.

“Porque de pronto yo empezaba a leer a Homero, La Ilíada, ese lindo cuento de bandidos, en un parque de Bucaramanga, al lado de un taxista amigo y con el taxista amigo empezábamos a hablar de los personajes de Homero. Hasta que al final, de pronto, yo sabía que el taxista se estaba enamorando de Helena, de una manera peligrosa –porque todo enamoramiento es peligroso, porque es de vida o muerte cuando es de verdad, entonces uno no sabe lo que va a pasar-; así aparecían las cosas del amor y de la guerra. Y a mí me parecía mucho más emocionante y mucho más inteligente y para mi aprendizaje mucho más sensato, estar al lado de los choferes de camión, conversando sobre los personajes de Homero, que en un salón, donde no meramente no estaba aprendiendo nada, sino que estaban matando a La Ilíada”.

Poco tiempo después de aquel taller inaugural, dejamos de vernos porque me fui a vivir durante año y medio a Medellín donde mi mujer había sido contratada por la agencia de publicidad Leo Burnett (dato que ya veremos tiene alguna relevancia en esta pequeña memorabilia). Y aquí incluyo otra historia más o menos ilustrativa sobre la personalidad de Jairo.

Humberto Dorado me contó alguna vez que en un largo viaje que hicieron a China como integrantes del Teatro Libre de Bogotá había compartido habitación y cabina de tren con Jairo. En una de esas noches este le contó una historia muy divertida acerca de un duelo entre un profesor y un carnicero de pueblo enfrentados por el amor de la mujer de uno de ellos dos y como Jairo aseguraba “todo enamoramiento es de muerte”. Además Jairo juraba que era real (como el lobo de Nabokov). A Humberto se le grabó ese argumento en la memoria y a partir de él terminó por escribir un guion de cine muy celebrado: Técnicas de duelo; que fue convertido en película por Sergio Cabrera. Obviamente cuando el guión estuvo listo Humberto buscó a Jairo y le comentó que lo había escrito a partir de esa historia que él le había narrado en alguna noche de conversación interminable. Jairo soltó la risa y le dijo que sinceramente no se acordaba de haberle contado ese cuento ni mucho menos que él hubiera jurado que era una historia real. Al final le dijo, que mucho le gustaría aceptar que ese cuento era suyo pero como no recordaba haberlo narrado ahora el dueño real era Humberto.

Así era Jairo. Los cuentos le brotaban con una facilidad envidiable. En una de esas charlas en las que leía mis cuentos y los cuentos de otros colegas que buscábamos su aprobación, le escuché decir algo que sonaba a “boutade” pero que Jairo solía decir con esa cara de palo que lo caracterizaba: “uno no es colega de sus contemporáneos sino de Homero, si uno no pone su mira alta su obra tampoco lo será”.

Esta idea que poco a poco dejó de parecerme descabellada, vuelve a mi mente cada vez que leo un texto ajeno o intento un texto propio. Todos somos parte de la misma tradición literaria. No somos escritores del barrio de la Soledad, o de la Candelaria, o de Bucaramanga o de Sonsón, sino parte de un cuerpo textual que crece en cada página que se escribe en cualquier rincón del mundo y que se inició con grandes contadores de cuentos como Homero.

En la navidad de 1976 (yo acababa de regresar de Medellín), más exactamente en la noche de Inocentes, Jairo me llamó con una urgencia irreprimible. Quería leerme algo. Eran como las seis de la tarde y le dije que bueno, que yo estaba en mi casa.

Al rato llegó con un cartapacio en la mano. Era uno de esos originales más o menos impecables que escribía con precisión de relojero; redactado en una máquina de escribir con tipos grandes. Casi sin mediar saludo siguió a mi estudio que en esa época no era muy cómodo. Jairo se sentó en el piso sobre un cojín y yo me acomodé en la silla de mi escritorio. A partir de ahí y por espacio de dos horas me leyó un texto que hablaba del ave tente y del sicario con un ojo verde y otro violeta. Obviamente era el texto de Zoro que iba a enviar (o ya lo había enviado) al jurado del premio Enka de literatura infantil cuya admisión de originales cerraba el 31 de diciembre.

Ese premio se había creado ese mismo año como una iniciativa de la empresa de hilos de Medellín, representada por Jaime Cadavid, por sugerencia, de la escritora Rocío Vélez de Piedrahita y apoyada en su divulgación por la agencia de publicidad donde trabajaba mi mujer.

El proyecto fructificó y entonces le pidieron a la agencia unas bases para el concurso. En ese tiempo yo era experto en bases de concursos porque era un escritor en proceso de formación y comenzaba a participar en ellos. Así que, como un favor a mi mujer, terminé redactando la primera versión de las bases de un certamen que con el tiempo tendría una importancia grande para la literatura infantil y juvenil en Colombia.

Cuando el concurso fue lanzado, Manuel Mejía Vallejo le comentó a un amigo común que él creía que se premio estaba hecho a la medida de gente como Jairo Aníbal Niño. Me pareció extraño que lo dijera pues hasta ese momento Jairo no había publicado sino unos pocos de aquellos relatos cortos, pero Manuel Mejía conocía sus obras de teatro para niños y sobre todo su prodigiosa imaginación. Tal vez por eso lo dijo. En todo caso no deja de ser curiosa esa sucesión de pequeñas casualidades que confluyeron esa noche en el estudio de mi casa.

Obviamente mi reacción al terminar la lectura de Zoro fue, hombre Jairo ese premio está en su bolsillo porque un texto como este no lo ha escrito nadie en este país. O tal vez lo dije de una manera menos sentenciosa. La memoria es traicionera, pero todavía recuerdo con felicidad esa noche en la que Jairo en menos de dos horas me leyó ese texto y a pesar de la hora no pude ni bostezar.

Supongo que no fui ni el primero ni el último de los devotos escuchas de esa primera lectura de Zoro. Yo me imagino a Jairo en esa semana crucial leyéndoselo a todo el mundo, a sus hijos, a su mujer, al embolador de la calle diecinueve, y a muchos de sus amigos escritores. Supongo que no esperaba que le dijéramos mucho, ni que le corrigiéramos comas, yo creo que él solo quería confirmar que el texto dejaba estupefactos a todos los que se enfrentaban a él por primera vez.

El resto es historia. Zoro ganó el premio Enka con todos los honores. Es un texto que entonces y ahora resulta sorprendente. Estableció un antes y un después para la literatura colombiana. Jairo inició con él un larga serie de obras destinadas al público infantil que lo convirtieron en un héroe para muchas generaciones de jóvenes lectores. Su relación con los niños y jóvenes no solo se dio a través de sus textos sino mediante sus constantes visitas a colegios, bibliotecas y festivales donde entretenía a decenas de pelados con sus cuentos escritos o improvisados que sacaba del cubilete de su imaginación.

La literatura es un organismo vivo y una de sus células vitales fue sin duda Jairo Aníbal con esa actitud graciosa, amable y feliz con la que asumió su oficio de narrador. Hizo de sí mismo una encarnación de sus creencias. Un colega de Homero, un encantador de la palabra, un hombre que contaba cuentos con gracia y que dijo sobre su propia muerte:

“Yo voy a morir de literatura. Es decir, el día en que sea incapaz de responder a la llamada de un cuento, hay que enterrar a Jairo Aníbal Niño, porque estará muerto.”

Sin embargo este vaticinio no se le cumplió porque Jairo sigue respondiendo a los cuentos que se cuentan en este país. Y acaso el bacilo de esa fiebre por contar historias con la que vivió toda su vida continúa circulando por ahí, en decenas de pacientes que en este momento inspirados por alguno de sus cuentos, poemas u obras de teatro, redactan su primer esfuerzo literario.


(Escribí este texto por encargo de Editorial Panamericana, para una publicación en homenaje a Jairo Anibal Niño que debe aparecer en estos días)

viernes, agosto 05, 2011

Notas sobre el cuento. El lector

Quisiera creer que en este tiempo de apresuramiento los escasos lectores que quedan por ahí podrían interesarse por un género –el cuento– que se despacha en una sola sentada, en un solo viaje de Trasmilenio o de Metro; sin embargo creo que me equivoco. Me temo que esos lectores con entrenamiento básico prefieren el lado opuesto de la brevedad, o sea el best seller, ese objeto de papel y tinta que no baja de ochocientas páginas.
¿Por qué?

Tal vez por deformaciones del gusto; prejuicios acerca del cuento como género; creencia de que es una forma fácil y por tanto engañosa. Que el término cuento es sinónimo de fantástico y fantástico es sinónimo de brujas y dragones. Y por último que ochocientas páginas pueden contener más vida que dos u ocho, lo cual no es del todo cierto porque hay novelas de ochocientas páginas absolutamente prescindibles, como El código Davinci y cuentos de Borges, de solo dos páginas, como El espejo y la máscara, que son indispensables.

Por eso sospecho que el cuento se ha convertido en estos tiempos de velocidad y superficialidad, en un género para lectores con paladar más o menos refinado.

Cristina Fernandez Cubas, la gran cuentista española, sostiene que los lectores de cuentos son lectores exigentes. Que quieren estar despiertos frente a lo narrado, no quieren que los adormezcan, quieren vivir la adrenalina del cuento. Frente al lector de best sellers que quiere adormecerse durante una enorme cantidad de páginas que muchas veces tiene argumento apenas para un capítulo o dos y no muy buenos.

Por la misma razón que existe el best seller, es evidente que las novelas no del todo resueltas ( o abiertamente mediocres) se pueden terminar. Y eso se puede hacer saltando parrafos, perdonando obviedades, rellenando los espacios vacíos. Estrategias de lector. En cambio el cuento procura un juego de inteligencia entre el lector y el autor. Un cuento mediocre deja ver sus costuras demasiado pronto, por eso un cuento mediocre, a diferencia de la novela mediocre, no se puede terminar de leer.

Toda obra literaria se completa en la mente del lector. Depende de la experiencia lectora para cumplir sus objetivos. Pero ninguna como el cuento donde el lector sigue viviendo en ese universo recién leído durante largo, largo tiempo.

lunes, agosto 01, 2011

Una de Hernando Téllez (en 1952)

Es injusto exigir que tengamos críticos especializados cuando ningún otro género literario, fuera del periodismo, existe plenamente. Los literatos en Colombia escriben por afición, por lujo, en horas extras robadas al trabajo corriente que los defiende de la adversidad financiera. El país puede vivir sin literatura, no siente la necesidad de leer, se encuentra aún en el forcejeo del contratista, del ingeniero, en vísperas de Paz del Río. El escribir no está clasificado como un oficio. Todos tenemos que pagar nuestros zapatos. Pero el escritor se le invita a colaborar en las revistas o a coronar reinas sin remuneración alguna, por el simple honor, como un deber gracioso de la inteligencia. El intelectual no tiene clientela.

Hernándo Téllez

lunes, julio 25, 2011

Murdoch, el depredador del libro literario

Hoy se habla mucho del magnate de los medios Rupert Murdoch; el inventor del periodismo basura, que es una versión 2.0 del periodismo amarillista de Randolph Hearst. Con un poco de suerte su sombrío reinado en los medios de comunicación perderá alguna importancia y algunos cientos de millones de euros. Pero, en este mundo de pragmatismo político donde los poderosos solo se sienten seguros con canallas pares, Murdoch sobrevivirá.

Sin embargo vale la pena recordar el papel que ha cumplido este sombrío personaje en el mundo editorial. El fue el que tiró del hilo clave para que el mundo de la edición de libros se transformara. De modo que pasó de ser un territorio donde la publicación de best sellers compensaba la publicación de libros de arte con menor venta, a un negocio donde solo vale la publicación de best seller y cuando se arriesga se hace por pagar favores políticos. Él puso las reglas que hoy rigen a las grandes empresas editoras. Básicamente lo hizo porque aplicó al negocio editorial los criterios corporativos de alto rendimiento que le permitieron expandir su imperio de medios de comunicación. Para crecer hay que ganar dinero y para ganar dinero hay que dejar de lado los escrúpulos.

La historia la cuenta con amplitud André Shifrrin en sus libros La edición sin editores y Una educación política. Y a ellos remito a los interesados.

Lo cierto es que Murdoch gracias a su espíritu empresarial de tiburón corporativo, es uno de los grandes depredadores del libro literario. Su idea básicamente consiste en concentrarse en la venta de libros dirigidos a las personas que no leen; que a lo sumo ojean los libros y en todo caso les interesan unos temas que están más cerca del periodismo basura que de la literatura y las bellas letras. Son los libros de famosos y sobre famosos. Que son famosos porque aparecen en las revistas y porque escriben libros sobre ellos mismos, en una suerte de endogamia mediática, de modo que ellos mismos terminan siendo el mensaje.

El retrato robot de un autor de estos es más o menos así. Una periodista que transmite noticias gana notoriedad por su voz y su figura. Gracias a esa condición se convierte en candidata a escribir un libro, no importa sobre qué, con tal de que ella lo firme. Y así se hace. El libro puede ser sobre sus experiencias románticas, sus mejores recetas de cocina o sus consejos de belleza. Publicar esta clase de libros siempre ha sido normal, lo anormal es que solo se publiquen este tipo de libros y que, además, cuando tienen algún rasgo imaginativo se nos quiera vender la idea de que son la "nueva" literatura.

Por fortuna a toda acción le surge una reacción. Los grandes grupos editores compiten entre sí por la venta del libro basura. Pero hay una opción, la del mercado que históricamente perteneció a la editoriales literarias, el de los lectores que leen los libros que compran. Esa franja está siendo ocupada por pequeños sellos independientes que están atendiendo el gusto y los deseos de los lectores reales. André Shifrrin en Estados Unidos dirige uno de estos. En España también se han fundado algunos. Los autores de prestigio poco a poco comienzan a migrar hacia ellos. Son empresas que funcionan bajo el principio básico con el cual funcionó la industria, que se puede vivir con utilidades marginales del 4 o del 8 por ciento para poder, de esta manera, arriesgarse a publicar libros que no siempre estén destinados a las superventas.

En Colombia el fenómeno de respuesta comienza echar raíces. Cada vez más las editoriales agrupadas alrededor de REIC son la semilla de una nueva industria editorial colombiana. Lejos, muy lejos de las premisas defendidads por los escualos empresariales comandados por Rupert Murdoch y que entre nosotros cuentan, para manejar el negocio, con algunas rémoras.

viernes, julio 22, 2011

Gentecita del montón por Esteban Carlos Mejía

Gentecita del montón es una obra irrepetible en (la historia de) la literatura colombiana. Retrata una época que, como tantas, ya no existe, y habla de un país que hace rato dejó de existir, y nos cuenta un mundo que dejó de ser ilusión para volverse recuerdo o ficción.
Escritos con todas las vísceras, repletos de pasión y método, estos textos relatan aventuras y desventuras sin sentido o, mejor, con un sentido oculto, con el errático sentido de la experiencia, de lo que vendrá, de lo que ha sido y no volverá a ser. Seres casi inmateriales (jipis, gringos marihuaneros, un par de lesbianas españolas, vagos al rebusque, fracasados, adolescentes en trance de inmortalidad) a los que la existencia zarandea no sin severidad, con injusta falta de equilibrio y de sosiego, logran sobrevivir, escapar y ser felices, a sabiendas de que la vida, al igual que las cosas, tampoco tiene sentido, es un túnel sin salida, un socavón a la nada. Por eso, sus historias nos resultan tan íntimas, tan cercanas, tan personales.

Estos cuentos son, qué duda cabe ahora, una anticipación de (la literatura de) otro Roberto, el entrañable Roberto Bolaño: engañosos y patéticos apocalipsis, uno encima de otro, narrados con talento y oficio en un álbum de “gente extemporánea” y de “tipos solitarios y perplejos.” En cada página de Gentecita del montón flota la punta de un iceberg, a lo Papá Hemingway, con elegancia y sobriedad, dejándonos ver apenas lo imprescindible, lo inevitable. Es, como ya dije, una obra que no se repetirá. Y que, por lo demás, no se olvidará.

Esteban Carlos Mejía