lunes, septiembre 10, 2018

Un texto sobre el fotógrafo Lunga


Escribí este texto para el libro Archivo Gaitán (Luis Alberto Gaitán, Lunga) publicado este año por el Fondo de Cultura Económica, Colombia, con curaduría y edición de Mario Jursich.
Es una nueva reflexión sobre mi permanente interés en la historia de la fotografía en Colombia.

Reporteros bogotanos en 1948, Lunga es el primero a la derecha, de pie



A distancia de Machetazo
                                                  
Conocí a Luis Alberto Gaitán, Lunga, muy pasajeramente, cuando –junto con Marcos Roda– nos encontrábamos preparando el libro Crónica de la fotografía en Colombia 1841-1948 (1983), amparados por el Taller La Huella, del cual hacíamos parte, y editado por Carlos Valencia Editores.

Luis Alberto Gaitán era un hombre de unos sesenta y cinco años que, sin embargo, no tenía canas. Su aspecto era vital seguramente por su pasado como deportista. Atendía un pequeño estudio en la calle 17 con carrera quinta en una propiedad de su hermano Ignacio. Detrás del mostrador, en las paredes, había muchas fotografías del 9 de abril que durante ese tiempo fueron el grueso de la mercancía en venta. No recuerdo bien, pero supongo que todavía habría un estudio para tomar fotos para documentos de identidad y servicio de laboratorio. Era un negocio artesanal como muchos otros, solo que en sus cajones se guardaban impresionantes negativos sobre la vida y la muerte en Bogotá.

En la década de 1940 los periódicos bogotanos todavía no tenían un departamento fotográfico propio. Los recursos de impresión eran limitados y era una prensa más escrita que visual. Por eso no se justificaba tener bajo contrato y a sueldo a los “saca monos”, cómo se conoció en el ambiente periodístico, hasta bien entrada la década de 1970, a los reporteros gráficos. Tal vez una excepción sea el fotógrafo Alberto Garrido, que trabajaba para El Espectador. De acuerdo con Manuel H. Rodríguez, Garrido tenía su laboratorio en el diario de los Cano, en una suerte de asociación de mutuo beneficio.

La reportería gráfica era un trabajo a destajo y sus autores ganaban por foto aceptada y publicada. La mayoría de los más importantes fotógrafos regentaba su propio estudio donde hacían desde fotos de cédula hasta cubrimientos noticiosos. El cuñado de Sady, Manuel Uribe, recuerda que “en ese entonces se les vendían fotos básicamente a Cromos y a El Tiempo. Todo se manejaba desde ahí, desde la agencia. Uno iba por la noche a El Tiempo y llevaba treinta o cuarenta fotos, entre cosas sociales, policíacas, deportivas. Allá seleccionaban y devolvían el resto”.

Los reporteros de prensa hacían cualquier trabajo para llegar a fin de mes: bodas, reinados, fiestas, y cuando había algo extraordinario de carácter noticioso, pues para allá corrían, a ver si tenían suerte.

En ese tiempo todos se conocían entre sí, competían por los escasos trabajos disponibles. Luis Alberto Gaitán y su hermano Ignacio tenían una buena relación con la prensa. Lunga trabajaba como reportero para Jornada, el periódico gaitanista y para los principales periódicos de la ciudad. Ignacio ejercía su papel de agente fotográfico y regentaba un estudio en la calle 13 que fue incendiado, junto con todo su archivo, ese 9 de abril. A veces subcontrataba fotógrafos para cubrir acontecimientos que un solo lente no podría abarcar. Tal fue el caso de la Conferencia Panamericana de 1948.

Los estudios funcionaban como agencias de prensa, pero los fotógrafos que ingresaban no duraban mucho; aprendían y se iban. Los principales fueron Foto Sady, de sady González, Fotopress, de Carlos A. Jiménez, y Foto Gaitán de Ignacio Gaitán. La operación de los estudios fotográficos bogotanos era similar al de las agencias fotográficas que existían en Europa. Normalmente eran dirigidos por un fotógrafo prestigioso que actuaba como propietario y firmaba todos los trabajos. La única diferencia es que en Europa se respetaba un poco más el crédito de autor cuando el que fotografiaba era un empleado. De hecho, y para citar solo un ejemplo, así comenzó su carrera Robert Capa, el más destacado fotorreportero del siglo XX. De todos modos hay que mencionar que, en Bogotá, en general, el director y propietario era el que más fotografías hacía, por tanto su firma en todo el material que salía de su estudio estaba justificada.

El funcionamiento de estos estudios como agencias más o menos formales fue la base para la creación del Círculo de Reporteros Gráficos que se fundó el viernes 24 de noviembre de 1947, por impulso de Alberto Garrido, Sady González e Ignacio Gaitán, y con el apoyo de todos los fotógrafos que hacían periodismo.

Entre los que estaban trabajando durante el 9 de abril en Bogotá sabemos que se encontraban entre otros Leo Matiz, que cubría el evento para Life, Alberto Garrido para El Espectador, Tito Celis, que iba por cuenta propia, Daniel Rodríguez, entonces vinculado a El Tiempo, Jorge Obando, que vivía en Medellín, y Julio A. Sánchez. A la lista debemos sumar a Sady González, que vendía fotografías para El Tiempo y Cromos, y naturalmente a Lunga, agente libre de Jornada y El Tiempo. Para todos ellos la experiencia de ese día significó un punto de inflexión en sus carreras. Y puede decirse que para la fotografía periodística colombiana, también. El oficio dio un salto gigante, obligado por la fuerza de los hechos.

Fundación del Circulo de Reporteros Gráficos de Bogotá, 1947

También hubo algunos aficionados (Manuel H. lo era hasta ese día, aunque ya había vendido fotos a revistas) y se destaca el agregado naval del gobierno de los Estados Unidos, el teniente coronel W. F. Hausman, que dejó un conjunto de fotografías de gran calidad (así como un completo informe escrito) de lo sucedido no sólo durante el viernes sino en los días posteriores, aprovechando su posición privilegiada que le daba acceso a lugares a los que los reporteros locales no podían llegar.

Un aspecto que cabe mencionar es el de las cámaras usadas por la mayoría de los fotógrafos de aquel momento. Algunos usaban la Speed Graphic, una cámara de placa habitual en el periodismo norteamericano, pero en general preferían la Rolleiflex, de formato medio (seis por seis centímetros), no muy rápida en su operación, que obliga a enfocar con el visor puesto a la altura de la cintura o del pecho, inclinado sobre ella. Algunos también tenían (aunque las usaban poco) cámaras de treinta y cinco milímetros que eran una norma en el periodismo europeo desde la década del treinta y con la que se cubrió la guerra civil española y la segunda guerra mundial. Pero aquí el periodismo era más fotografiar reuniones de políticos, gente tranquila, lugares apacibles. Lo más movido eran los deportes.


Y con una Rolleiflex colgada del hombro a Lunga lo sorprendió el 9 de abril. No era el mejor equipo para cubrir esa situación. Tal vez por eso las imágenes más dinámicas de su archivo sean los fotogramas de la cámara de 8 o 16 milímetros (hay dudas sobre este dato) que Lunga rescató, porque se manipulaba como una pequeña cámara fotográfica y se le podía cambiar de objetivos con facilidad. Estas cámara tenían en la parte frontal una montura que llevaba al menos tres lentes de distinta medida: gran angular, teleobjetivo y normal. En la práctica era como una cámara fotográfica con disparo múltiple y posibilidades de fotografiar a larga distancias la situación periodística. En cambio, la Rolleiflex no tiene teleobjetivos y obliga al fotógrafo a estar a dos pasos del sujeto que se fotografía, lo cual hace más meritorio el trabajo de Lunga y de sus colegas, porque sus fotos fueron tomadas a distancia de machetazo.


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Ese viernes de abril sorprendió a la ciudad con un magnicidio a la hora del almuerzo. Casi todas las personas que dicen haber estado en las cercanías del lugar donde asesinaron a Gaitán (muchos de esos testimonios fueron recopilados por Arturo Alape en su libro El Bogotazo) mencionan que se encontraban almorzando. A Gaitán mismo, sus asesinos (porque se ha confirmado la presencia de al menos dos en el lugar de los hechos) lo sorprendieron mientras salía con un grupo de amigos para almorzar en el hotel Continental (aunque, según Julio Pedro Eliseo Cruz, uno de los acompañantes de Gaitán, se dirigían en realidad al restaurante la Île-de France, situado en un costado del parque Santander).

Lunga era uno de esos bogotanos que se encontraba en un restaurante del sector. Sus fotos nos permiten deducir que llegó al lugar unos cinco o diez minutos después de los disparos, cuando Roa Sierra iba a ser arrastrado o ya estaba siendo arrastrado por los lustrabotas que vengaron al líder liberal. Las fotos que le tomó al hombre que amanecería con dos corbatas anudadas al cuello sirvieron para confirmar posteriormente su identidad.


Sin embargo, en el libro de Alape hay una declaración de un testigo, el abogado Julio Enrique Santos Forero, que menciona la presencia de un fotógrafo en el lugar del crimen de Gaitán:

Yo estaba junto al cuerpo del doctor Gaitán, fui a ayudarlo a recoger y al efecto me agaché para hacerlo, cuando por mi lado izquierdo fui empujado bruscamente por un individuo macizo, alto, que se me atravesó y casi se pone en cuclillas y quién portaba una máquina de retratar y al efecto retrató al doctor Gaitán en el suelo, en el sitio preciso donde él había caído. Este individuo se enderezó como para arreglar la máquina nuevamente y yo le toque las espaldas y el hombro y le dije: el muerto no importa, al muerto no, retrate a ese miserable, al asesino (...) Yo veía que uno de los policías tenía sujeto con su mano derecha al individuo de vestido carmelito de rayas blancas que yo había visto hacer el cuarto disparo contra el grupo de personas. Este individuo estaba en actitud de decisión, mirando a todos lados con unos ojos exaltados y de fiereza, intensamente pálido, siendo un moreno aceitunado que tenía sombrero negro puesto y cuando yo le dije y lo señalaba al fotógrafo para que lo retratara por mi espalda surgió un individuo de overol que atacó al hombre...

Y en este tono el abogado continúa describiendo la conocida situación que terminó con el linchamiento de Roa Sierra.


Resulta curioso saber que hubo un fotógrafo que llegó con tanta prontitud al lugar del asesinato. Sin embargo, ningún periódico publicó la foto de Gaitán en el piso, que por otro lado hubiera sido una pieza importante en la investigación del asesinato. Hasta donde se puede saber, esta foto no existe. Si Lunga la hubiera tomado, seguramente la hubiera publicado.

Aunque el fotógrafo descrito podría ser Lunga, también pudo haber sido cualquiera de esa decena de reporteros que trabajaban en ese momento en Bogotá, ya que otros también compartían esas señas de identidad. (Sady González para sólo dar un ejemplo, también era “alto y macizo”). Con certeza sabemos que al menos dos fotógrafos sí estuvieron en la droguería Granada (los primeros) donde estaban linchando a Roa Sierra. Uno fue Lunga, cuyas fotos existen. El otro, por referencia de otro testigo citado por Arturo Alape, es Alberto Garrido, de El Espectador. Dice el testigo Luis Elías Rodríguez:

Luchando con las gentes llegamos hasta las rejas. Un hombre se contorsionaba ya en el suelo en los estertores de la agonía. La cara estaba un poco desfigurada por los golpes, pero no se veía herida alguna de carácter mortal. Alfonso Waked y Alfonso Guevara levantaron en hombros a (Alberto) Garrido para que éste, desde afuera, pudiera tomar una instantánea del hombre que había asesinado al jefe del liberalismo.

Cabe también la posibilidad de que Garrido no fuera el fotógrafo descrito y que más bien fuera Lunga, pero, al margen de esta especulación, la superficial reconstrucción de los pasos de Lunga según sus fotos nos permite saber que llegó a la droguería Granada (aunque no es posible que haya podido tomar la foto de los lustradores arrastrando a Roa, que pertenece a su colección y que probablemente sea un fotograma de la película filmada por el camarógrafo de la British Pathé, pietaje que Lunga rescató. Muchos de esos fotogramas fueron considerados obra suya, pero en realidad él lo que hizo fue convertirlos a negativo fotográfico y darlos a conocer en medios impresos. El camarógrafo que hizo esas tomas, de acuerdo al testimonio de Manuel H. Rodríguez, aparentemente se encontraba en el café Okey y llevaba consigo una cámara de 8 milímetros (esto puede ser un recuerdo falso de Manuel H., no una certidumbre).

Durante las siguientes horas, Lunga hizo un registro de los acontecimientos del 9 de abril. No volvió a su casa sino dos días después, cuando su familia ya lo estaba considerando parte de la lista de los incontables muertos de arrojaron los disturbios. Llegó con la chaqueta de Parmenio Rodríguez, el fotógrafo amigo suyo muerto en medio de los disparos de los soldados en la Plaza de 
Boln﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽aun lo cuenta con precisiados de los años treinta.INENTAL.ívar.


Herbert Braun cuenta así los incidentes relacionados con los fotógrafos del nueve de abril:
 

El conocido fotógrafo Parmenio Rodríguez fue herido en esa misma esquina (de la Plaza de Bolívar). La bala le atravesó la mano, la cámara fotográfica y la pierna. Daniel Rodríguez Rodríguez, decano de los fotógrafos bogotanos, se precipitó al lugar cuando supo que su primo estaba herido. Con la ayuda de unos desconocidos lo llevó a la Clínica Central, donde falleció horas después. Leo Matiz un fotógrafo colombiano que trabajaba en el exterior había vuelto a Bogotá para cubrir la Conferencia Panamericana. También fue herido por la espalda. Mientras yacía indefenso en la calle alguien lo despojó del abrigo, de un anillo y de la cámara. Otros lo llevaron a la Clínica Central, dónde lo dejaron tendido en el suelo con otros heridos.

Aunque Herbert Braun se basa en la entrevista que le hizo a Daniel Rodríguez, en 1979, en la familia de Luis Alberto Gaitán se sabe que él era quien estaba con Parmenio y de hecho se quedó con su chaqueta manchada de sangre.

De esta manera, esquivando machetazos y disparos, Lunga consiguió reunir esa serie de imágenes que fueron publicadas el 12 de abril y en las ediciones posteriores de El Tiempo y de la revista Cromos.

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Hay otro aspecto que se destaca en la actividad y la curiosidad de Lunga: la manipulación de sus fotografías para hacer propaganda política a favor de Jorge Eliécer Gaitán.

Probablemente Lunga conoció (directa o indirectamente) los fotomontajes políticos de John Heartfield, el artista alemán que, veinte años antes, con sus provocadoras imágenes se burló del naciente fascismo alemán encarnado en Adolf Hitler. Esos montajes fueron un modelo que se imitó mucho en las publicaciones de mediados de los años treinta. Algún rastro de estas ideas se ven en los diseños de Lunga. Cómo fotomontajista fue un propagandista del gaitanismo. Sin embargo, la fuente más directa de estas habilidades tal vez sea de origen familiar, pues una de sus tías trabajaba como retocadora de negativos y fue quien inició las actividades fotográficas en la familia Gaitán Castro.

Para hacer sus fotomontajes, Lunga se aprovechó de una condición técnica de los sistemas de impresión de la época. Para imprimir fotografías se utiliza una rejilla de puntos que traduce los negros y grises sobre el blanco. Desde 1880, fecha de publicación de la primera fotografía en un periódico, este método no ha cambiado. Hoy se hace directamente en los programas de diseño de los computadores. Pero en la década de 1940 los periódicos colombianos usaban en la fotomecánica unas láminas para tramar fotos cuya calidad se medía por la cantidad de puntos por centímetro cuadrado. Con el margen de calidad en los sistemas de impresión de aquel entonces se debían usar tramas de sesenta u ochenta puntos máximo. Es decir, su definición era muy baja. Por eso se preferían las fotos tomadas con cámaras de placa o formato medio, que ofrecían la mejor calidad posible.

En ese margen de grises e indefiniciones es en el que Lunga hizo sus fotomontajes en los que aumentaba la audiencia de Gaitán mientras ofrecía sus discursos sin que nadie notara los tijeretazos. También hizo un diseño gráfico más o menos naive utilizando los retratos que le tomó a Jorge Eliécer. Era el militante gaitanista que dejaba a un lado su faceta documentalista mientras hacía montajes de propaganda para ser publicados por Jornada.


Esas habilidades y esa curiosidad por los asuntos técnicos fueron los que le permitieron traducir para la prensa los fotogramas de ocho milímetros de la película usada por aquel camarógrafo del café Okey. Que lo llevaron al laboratorio a probar película de artes gráficas para hacer internegativos. Que lo pusieron a fotografiar las páginas de los periódicos donde se publicaban sus fotos porque confiaba más en la perennidad de la foto que en el efímero papel periódico.
 

Foto de Lunga con la Rolleiflex
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Desde el 9 de abril y hasta la década de 1970 los reporteros gráficos apenas si tuvieron reconocimiento. Pasarían años antes de que se comenzara a mirar su trabajo más allá de su interés noticioso. Que se aceptara la posibilidad de que detrás de cada foto había un concepto acerca de cómo registrar la realidad. Nereo, por su relación con el grupo de Barranquilla, tal vez fue el primero en ser apreciado, luego Leo Matiz por su relación con el medio cultural mexicano. En 1976, la gran retrospectiva de Carlos Caicedo en el Museo de Arte Moderno, con curaduría de Hernán Díaz y Rafael Moure fue una referencia importante para juzgar de otra manera el trabajo de los fotógrafos periodistas.

Lo que primero necesita el fotógrafo es ver la foto sin cámara, como lo hacen los directores de cine. La cámara solo es el complemento de la escogencia que hace el fotógrafo. Por eso lo mejor es observar sin cámara y, cuando se encuentra el cuadro preciso, apuntar y disparar.

Dijo Carlos Caicedo sobre su trabajo de reportero, citado por Daniel Samper Pizano en el texto del catálogo. Una muestra de que estos fotógrafos eran mucho más que unos “sacamonos”.

También fue importante, la inclusión de sus visiones personales en los libros de fotografía de aquellos años, los del Taller La Huella y el del Museo de Arte Moderno. En ellos comenzó a emerger de a poco la imagen de Lunga como creador de imagen y no como simple documentalista. Por eso la revista Fotografía Contemporánea que impulsó el impresor Alberto Umaña y de la cual fue editor Jorge Mario Múnera le hizo uno de los primeros reconocimientos monográficos.

A propósito de esto, Jorge Mario se hizo miembro del Circulo Colombiano de Reporteros Gráficos en 1982, cuando era un joven fotógrafo que deseaba ser parte del movimiento en Colombia. En ese momento el Círculo era realmente una asociación muy cerrada, ya que a Jorge Mario, después de treinta años de existencia de la asociación, le asignaron el carnet número 79. En tres décadas de funcionamiento no habían llegado a sumar ni ochenta socios. El círculo como ente gremial no ofrecía mucho y sus reuniones se dedicaban sobre todo a imaginar medios para obtener dinero para pagarle los tratamientos médicos a los socios más veteranos. Era una asociación que comenzaba a desaparecer en el polvo del tiempo, así como los archivos de estos aguerridos reporteros se perdían en las cajas de los trasteos, en rincones olvidados de sus estudios transformados en toda clase de negocios.

En aquel momento Lunga era uno de los socios que todavía se encontraba activo. Seguía siendo ese atleta fotógrafo. Sin embargo, estaba claro que era el final de una generación de reporteros colombianos. Aquella que cubrió los sucesos de ese viernes de abril y de los cuales todavía el país no se repone.

Aunque muchas de sus fotos se esfumaron, lo que sobrevivió nos ha permitido ponerle cara a esa fecha terrible de nuestra historia.

Parte de eso está aquí, en este libro.