martes, septiembre 22, 2015

El horizonte luminoso es una línea imaginaria

 Por Roberto Aguilar

Roberto Aguilar es un lúcido periodista ecuatoriano. Mantiene el blog Estado de propaganda donde analiza los medios y el lenguaje del poder en Ecuador. Sus comentarios y algunos de sus tuits, fueron utilizados por la Secom, oscura oficina de censura de prensa del Régimen para silenciar y disolver a la ONG Fundamedios, donde Roberto colabora. Además, la Secom ha tramitado un llamado de "confesión judicial" a Roberto, embeleco jurídico que en palabras simples se traduce en un vulgar juicio por delitos de opinión. El razonamiento de estos censores es impecable: Aguilar nos acusa de perseguir a los periodistas, lo cual consideramos una calumnia, entonces como respuesta a la acusación perseguirmos al periodista que hace la denuncia.

La siguiente y muy reciente columna de Roberto ilustra el inane discurso del poder en Ecuador. Lo que en Argentina el Kirchnerismo llama "El relato". Las palabras del poder.

El Ecuador no es una democracia. Lo será un día. El correísmo ha sido muy sincero al respecto. No es un nuevo país sino el proceso de construcción de ese nuevo país lo que defiende y nos ofrece. La Senplades lo llama “proceso de construcción de un Estado democrático para el buen vivir”. O sea, el verdadero Estado democrático. El plazo para construirlo es incierto pero la historia de cómo ocurrirá ya está escrita. De esa certeza proviene la confianza en sí mismos y la jactanciosa superioridad que funcionarios y militantes demuestran en sus dichos y en sus hechos. Sólo ellos saben hacia dónde va la historia. Más aún: saben cómo llegar allá y tienen las herramientas necesarias. Basta con aplicar el proyecto político trazado por su Movimiento, intérprete legítimo y vanguardia de la historia que tiene por misión encaminar a la sociedad en la ruta correcta. Y en eso estamos: no seremos una democracia pero estamos bien encaminados.

Roberto Aguilar
El problema son los que no se dejan encaminar. Los que se oponen al proyecto, que es como oponerse al curso de la historia: un esfuerzo inútil, una pérdida de tiempo que sólo consigue retrasar lo inevitable. Es el caso de las protestas que esta semana se reactivaron en el país. Lo malo con quienes participan en ellas es que, como dijo Ricardo Patiño nomás el otro día, “están equivocados totalmente en la historia”. En otras palabras: eso de protestar y manifestarse en las calles es una etapa totalmente superada. Estaba bien para los tiempos en que los hoy correístas eran unos pobres arrastrados y muertos de hambre que protestaban también. Ahora que tienen el poder se supone que las demandas de aquel entonces han sido atendidas debidamente (de hecho todos ellos ya se compraron carro y casa), así que no quedan razones para protestar. “Yo participé en las huelgas nacionales de los ochenta –recuerda Patiño– haciendo reivindicaciones que sí eran políticas pero atendían adecuadamente al momento histórico. Ahora no”.

Ayer sí, ahora no. Nosotros sí, ustedes no.

Esta pretensión de conocer el curso de la historia es –ya lo han dicho varios analistas– un convencimiento religioso. ¿Qué más podría ser? El correísmo pudo haberlo heredado de su profundo conservadurismo católico pero también de sus más ortodoxas fuentes marxistas. La creencia en el papel redentor de los justos (papel que los marxistas adjudican al proletariado y los correístas a sí mismos) es una cuestión de fe. La sociedad del buen vivir del correísmo, lo mismo que la sociedad sin clases del marxismo tal como la describe Mircea Eliade en su Historia de las creencias religiosas, recoge la esperanza escatológica judeo-cristiana del fin absoluto de la historia. Para Marx, esa nueva edad de oro de la humanidad será el resultado de la subversión del orden y de los valores burgueses operada por los desposeídos. Para el correísmo, en cambio, se trata de un proyecto ejecutado por el Estado. En esto nuestro líder ha tenido la brillante idea de seguir los pasos de Stalin, que lo hizo tan bien y tuvo tanto éxito. Más aún: el proyecto en sí consiste en la construcción del Estado: un “Estado democrático para el buen vivir” que será la expresión de la verdad (la verdadera libertad, la verdadera justicia, la verdadera democracia) y de la felicidad humana. El espíritu de la historia de este país alcanzará su realización en el Estado correísta. Si Marx resucitara para verlos diría que los correístas son hegelianos de derecha.

Bajo este esquema, ser ciudadano es un problema de fe.

Para avivar la llama de esa fe, la retórica correísta está plagada de promesas de futuro. La propaganda repite que “El Ecuador va” y los medios del gobierno construyen la épica de ese proceso entre los desvaríos apologéticos de Carol Murillo y Omar Ospina. “El Ecuador no para”, redunda la agencia Andes en el título de uno de sus programas de entrevistas. Mientras tanto, la tecnocracia se mueve en territorios semánticos regidos por conceptos pletóricos de optimismo: proyecto, construcción, avance… Todo está por hacerse y eso es bueno. “Estamos avanzando en el proceso de transformación del sistema educativo”, asegura René Ramírez. “Hemos iniciado el proceso de construcción de la soberanía alimentaria”, reseña un reciente documento oficial sobre la materia. “Estamos avanzando en hacer cumplir la ley a las empresas”, sentencia un satisfecho superintendente Pedro Páez. “Estamos avanzando en la verdadera libertad de prensa”, promete el propio Rafael Correa. “Estamos avanzando en el proceso de construcción de la innovación social”, asegura el rector de una de las nuevas universidades del Estado. Y así con todo. En todo estamos avanzando, nada está listo. El proyecto es de tal magnitud (se trata nada menos que de instaurar la verdad sobre la tierra) que nada podría estarlo. Incluso aquellas cosas que creíamos ya tener, resulta que recién se están haciendo.

¿No llevamos años escuchando sobre el cambio de la matriz energética y contemplando cómo el gobierno gasta a manos llenas en un puñado de hidroeléctricas a precio inflado? Pues resulta que, en ese tema, no sabemos ni hacia dónde vamos. No todavía. En serio. Recién en abril de este año se desarrolló “una nueva etapa”, no la última, “en el proceso de construcción de la Agenda Nacional de Energía”, un “documento de política pública que, según la información oficial, “servirá como la base fundamental para desarrollar y aplicar una estrategia energética a corto, mediano y largo plazo”. Es decir que las decisiones inmediatas sobre temas energéticos en el Ecuador están siendo tomadas sobre la base de un documento que aún no existe. Lindo, ¿no? Y mientras el Cotopaxi no cesa de echar humo y El Niño besa nuestras costas, podemos decir con orgullo que “estamos avanzando en la construcción de un Ecuador preparado en gestión de riesgos”, como anticipó la semana pasada un funcionario del ministerio respectivo. O sea: no estamos preparados para una catástrofe natural pero lo estaremos. ¿Cuándo será eso, ya que ocho años fueron insuficientes? Y, de paso, ¿cuándo tendremos al menos una agenda de energía? ¿Cuándo terminaremos de transformar el sistema educativo? ¿Cuándo alcanzaremos nuestra soberanía alimentaria? ¿Cuándo cumplirán con la ley las empresas? ¿Cuándo tendremos libertad de prensa? ¿Cuándo seremos una sociedad de innovadores? La respuesta es una sola y resulta obvia: cuando hayamos terminado de construir el Estado democrático para el buen vivir. Nomás tengan fe.

¿Y cuándo será eso? Imposible decirlo. Al cabo de ocho años de construcción a todo trapo, el avance de la obra es el que describió el propio presidente en diálogo con la prensa extranjera, apenas en junio pasado: “empezamos por fin a construir la verdadera libertad”. Empezamos por fin. Es decir: recién. Ocho años de correísmo apenas han servido para poner las bases de un proceso que se perderá en los confines de la eternidad y no conoce retorno. ¿Ven cómo la reelección indefinida resulta imprescindible? Lo único que sabemos con certeza es que el proyecto político se realizará el día en que el correísmo consiga la victoria final en la lucha entre el Estado y sus enemigos.

Considérese ahora la extensa lista de enemigos: la derecha y los medios que conspiran; los movimientos sociales, los gremios, los sindicatos, las organizaciones indígenas que no representan a nadie y tienen que ser reemplazados por otras cuya representatividad esté garantizada por el Estado; las fundaciones y oenegés que incursionan ilegalmente en la política y tendrán que desaparecer o sujetarse a los controles del Estado; los defensores de los derechos humanos y las asociaciones ecologistas que perdieron el tren de la historia; los organismos internacionales que defienden los valores de la democracia burguesa; la oligarquía y los politiqueros, los tirapiedras y los terroristas, los aniñados, los pelucones, las coloraditas, las gorditas horrorosas y otros trogloditas, la argolla de buitres y gallinazos, los bichos que le llegan a la cintura al presidente y a quienes da ganas de caerles a patadas, de cometer microbicidio con ellos, en fin, todos los rezagos del viejo país que todavía subsisten agazapados…Cuando todas esas fuerzas hayan sido finalmente exterminadas o reducidas, puestas bajo control y disciplinadas, cuando el Movimiento haya conseguido encaminarlas a todas o desaparecerlas, sólo entonces la revolución habrá triunfado, el proyecto político de la felicidad y el buen vivir se habrá impuesto y tendremos, por fin, una democracia plena, verdadera. El “Estado democrático para el buen vivir” estará finalmente construido y el ministerio de Fredy Ehlers será perfectamente comprensible.

Porque en la verdadera democracia no tienen cabida los que joden: la derecha y los medios privados, los movimientos sociales independientes y los ciudadanos críticos. Como todos ellos todavía existen, la única democracia posible es la burguesa. Pero la democracia burguesa vale tres atados. El correísmo no la quiere. Prefiere dedicarse al microbicidio para preparar el advenimiento de la otra, la verdadera. Por el momento, a falta de una democracia verdadera, una libertad verdadera y una justicia verdadera que ya vendrán, nomás tengan fe, la democracia, la libertad y la justicia a secas quedan en suspenso. Hasta el fin de la historia. Amén.

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