viernes, febrero 22, 2013

La memoria de Jack London

Cuando pienso en el cuento, como género, pienso en Jack London. Probablemente este autor fue el primer cuentista que leí en mi vida, muy temprano, quizá a los siete años o algo así. Por supuesto que en ese momento yo no tenía idea de lo que era un cuento o una novela o una versión resumida de la revista Selecciones. Era un lector que buscaba entretención en un mundo superpoblado de hermanos (el de mi casa) y con pocas ofertas de diversión.
Escritorio de Charmian Kitteredge

Desde entonces London ha sido un autor que ha acompañado mis mejores momentos de lectura. Me he convertido en algo así como un especialista en su obra. Escribí una biografía sobre él, he traducido algunos de sus cuentos (para Libro al viento) y sigo leyéndolo con entuasiasmo. Tal vez por eso tuvo tanto sentido mi visita, el pasado mes de enero, a su casa en el condado de Sonoma, entre Napa y San Francisco, en California. Una zona de viñedos,  pueblos de aspecto agradable, pequeñas propiedades de hippies estabilizados en el sopor de la marihuana californiana (que podrá ser muy buena pero huele horrible y la fuman en todas las esquinas de San Francisco) y carreteras secundarias donde nadie tiene afán, a diferencia del resto del estado donde las autopistas devoran conductores que no parecen ir a ningun parte, solo hacia al horizonte como los cowboys de los westerns de John Ford.

La casa hacienda de Jack London es ahora un museo administrado por los Parques nacionales de California. Es atendido por voluntarios que trabajan por amor al arte y casi sin paga, porque el estado de bienestar está desapareciendo en los Estados Unidos a velocidades estratosféricas y los presupuestos para los museos y parques cada vez son mas escasos.

Hoy queda muy poca de la tierra que en su momento London acumuló en su granja de inclinación colectivista (Rancho Bonito), donde había un techo para cualquiera y donde el escritor intentaba hacer un paraíso socialista. Algunas edificaciones son apenas ruinas, como ruinas son los restos de su Casa del Lobo. La casa que iba a ser la mejor casa de todo Estados Unidos, creía él y que se quemó al día siguiente de haber sido terminada, en 1914. La mayoría de las tierras pertenecen a los herederos de quien fuera su ama de llaves. Ahora, como la mayoría de esas tierras, están dedicadas al cultivo de la uva para la industria vinícola.

Recorrí los bosques donde London reflexionaba mientras galopaba a caballo, Sailor on horseback como tituló Irving Stone la biografía que escribió sobre él. Visité su modesta tumba, a medio camino de su Casa del Lobo y al lado de la tumba de los niños que sirvieron de modelo para su relato sobre el Valle de la Luna.
Estudio de Jack London

Pero quizá el momento más revelador para mí, como escritor, fue observar su estudio. Un amplio lugar, iluminado por el sol estival de enero, donde se acumulan muchos de los objetos que utilizó para producir su abundante obra (56 libros escritos en menos de dieciseís años). London fue una suerte de Gadget man de su época. Había varios modelos de dictáfonos, máquinas para reproducir textos (primitivas versiones del sténcil o mimeógrafo), cámaras fotográficas, por supuesto también aparatos de música y el escritorio con la máquina de escribir donde su esposa, Charmian Kitteredge, pasaba a limpio su correspondencia diaria y las cinco cuartillas que el escritor escribió cada día, "menos es poco, más es demasiado"; esas más o menos 1500 páginas que escribió cada año y que poco corrig. Esa tarea la cumplían sus hermanas y la propia Charmian. También es notable su rincón de lectura, un camastro donde tomaba notas y las colgaba de una cuerda como ropa tendida.
Notas en el tendedero del estudio

De todos modos, esa capacidad para producir explica la abundancia de su obra y también su disparidad. London fue un autor profesional que consideraba su obra, en parte, simple "mercancía cerebral", aunque desde luego también se sentía orgulloso de ella. Eso lo llevó a emprender los más variados esfuerzos, periodismo, novelas, cuentos, piezas de teatro, e incluso alcanzó a tener alguna experiencia con el cine.

Frente a las ruinas de la Casa del Lobo (Foto de Lucila Escamilla)
Esas obras produjeron enormes réditos económicos que de una u otra forma se invirtieron en comprar más hectáreas de tierra para su Rancho Bonito, para construír una fábrica de vino, una curtiembre, criaderos de animales y otras actividades agroindustriales que buscaban beneficios para financiar una comunidad solidaria (algo como una comuna hippie a comienzos del siglo XX). Los restos de ese sueño libertario forman el Parque Museo Jack London. Una experiencia obligatoria, reveladora y recomendable para todo entusiasta de su obra.




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