domingo, abril 15, 2012

Un cronista con los tenis puestos

Escribí esta nota como prólogo al libro Antoniología de Antonio Morales Riveira, que recoge una buena muestra de su oficio como cronista. Es una publicación de Icono Editorial. El libro será lanzado en estos días, en la Feria Internacional del Libro de Bogotá.

Cuando pienso en el pasado que hemos compartido con Antonio, lo recuerdo como alguien que siempre estaba ejerciendo de periodista. Me vienen a la memoria pasajes diversos desde la época del colegio, cuando Antonio intentaba hacer teatro (de lo cual le quedó alguna faceta histriónica) y de la Universidad, cuando estudiaba Antropología (lo que reafirmó su compromiso con las causas humanitarias), siempre relacionados con una sala de redacción. Antes de terminar el bachillerato Antonio pasaba sus vacaciones de mitad de año haciendo prácticas en El Espectador. Luego, mientras estudiaba en la Universidad ya trabajaba haciendo noticias, escribiendo reportajes y haciendo crónicas. De ahí en más, siempre lo he visto escribiendo o dirigiendo revistas o noticieros de televisión. Siempre en el frente de la información; incluso cuando estaba en el campo del periodismo crítico con humor, que inició con Quac el Noticero y donde está todavía torciéndole el pescuezo a la seriedad de las noticias.

Por supuesto que el pasado de Antonio es mucho más diverso que el párrafo anterior, pero es que no voy a escribir sobre el amigo, ni sobre el escritor, ni sobre el entusiasta de las causas justas y por tanto perdidas de antemano, ni sobre el demente rumbero que tanto nos divierte a los demás, sino simplemente sobre su oficio de periodista.

Leer estas crónicas de Antoniología nos pone en sintonía con uno de los muchos países que conviven en Colombia: el de la gozadera, el que pone en tela de juicio al poder. Porque cómo dice él en su crónica sobre Fanny Mickey: ahora vivimos en un país cada vez menos prejuiciado, que podemos gozar del mínimo de libertad y a veces llamar las cosas por su nombre y no ser una especie de apéndice colonial de la moral monacal.

Claro que estas crónicas no solo hablan de Colombia, también de otras personas y lugares. En ellas hay dirigentes políticos o músicos o santas como la señora de Calcuta. Pero lo importante es que siempre hay una presencia perturbadora y singular atravesando el meridiano de los hechos, o la geografía de los lugares.

Y menciono la geografía porque esta es la asignatura en la que Antonio ha aprobado siempre con excelencia. Aunque más que la geografía tal vez sería mejor precisar que es la “dromomanía”, o sea el vicio de andar para arriba y para abajo, que lo ha llevado a recorrer el mundo y muchas de las infinitas veredas que forman esta tierrita llamada Colombia.

Para quienes sufrimos de la enfermedad de la dromomanía, –escribe él en alguna de sus crónicas– esa terrible pero al mismo tiempo maravillosa compulsión que nos obliga a viajar permanentemente para aquietar el alma errante, la invención del avión y el desarrollo de la aviación han sido dos elementos fundamentales que nos han permitido no solo aliviar la tensión de sentirnos presos en la insoportable quietud, sino de realizar nuestros sueños y deseos de salir corriendo. O sea, volando. Y en otra, sobre Pompeya, vuelve y lo menciona: Paso a paso veo sobre sus adoquines mis botas que me acompañan en mi “dromomanía”, esa manía del dromedario que nunca quiere dejar de andar.

Antonio sufre del mal de los tenis puestos. Ese que comparte con las personas que siempre están saliéndose de las fiestas en busca de otra mejor. Tal vez esa manía no sea buena para disfrutar las fiestas pero si es buena para un observador de la realidad noticiosa. Esa realidad tan cambiante y al mismo tiempo tan perecedera. Porque como decía Jorge Luis Borges: No vale la pena interesarse en el periodismo, pues está destinado a desaparecer. Bastaría con un periódico bimensual, ya que todos los días no se producen hechos sensacionales.

Tal vez por eso, lo fundamental de estas páginas no esté en la pertinencia de los temas, sino en la manera como son enfrentados por Antonio el periodista. Su importancia no radica o en lo sensacional que pudieron haber sido en su momento, sino en lo sensacional que los convirtió la escritura de Antonio. La manera como le da vueltas y vueltas a los temas hasta convertirlos en algo menos perecedero. Y lo que es más importante, lo suficientemente atractivos como para que sigan siendo leídos ahora; muchos años después de cuando fueron escritos y publicados al ritmo trepidante de las rotativas.

Eso tal vez explica que escriba sobre el reinado de belleza de Cartagena evitando los lugares comunes sobre él. Dice nuestro Antonio: Es el reino de la organza atravesada en cuanto vestido puede imaginar la mente truculenta de los diseñadores, un reino donde existe inclusive el color hielo, el fucsia degradé y otros inventos mucho más osados. Sí señor, realismo, el de las Paolas y las Zoraidas y cuantos nombres compuestos le disparan a sus bellas hijas las madres colombianas de las cuatro esquinas de la geografía nacional.

Ese escribir con los tenis puestos hace que sus crónicas y reportajes estén cargadas por la observación sagaz. Una mirada desenfadada sobre las personas que describe, sobre los hechos que observa o sobre los lugares que visita. Hay en estas crónicas una voz personal y definida. A veces, también aparece él mismo como personaje de sus propias crónicas, muy a la manera del Nuevo periodismo pregonado por don Tom Wolfe, ofreciendo opiniones o mezclando sus gustos en los más diversos aspectos de su trabajo. Una pista: El “Godofredo” que actualmente usa en sus parodias publicadas en KienyKe, originalmente era el nombre de un equipo de sonido donde escuchábamos discos de Thelonius Monk y de Bola de Nieve, heredados de su padre, el novelista Prospero Morales Pradilla.

Obviamente entre sus gustos personales está el viajar del dromedario, esa manera de recorrer el mundo posando su rápida mirada sobre las ciudades que visita: Desde Mid Town se ven las dos caras de Nueva York: la maquillada para el turista y la llena de viruela y pústulas. Ambas en verano son alegres. En una y otra el grupo familiar de jazzistas del sur del Bronx esta en el parque, en el zaguán tocando el mejor jazz del mundo, el que se cuece a 40 grados entre latas de cerveza y palmoteo desaforado de transeúntes despreocupados. O esta otra mirada sobre la India que al mismo tiempo que hace una descripción turística la convierte en un comentario más significativo: Vamos hacia Hampi, en la India profunda en el estado de Karnataka en pleno corazón del subcontinente. Un bus destartalado como todos y que funciona gracias a esa tecnología del remiendo tan propia de la pobreza, avanza. Las carreteras en la India, salvo una o dos autopistas de locura, son de un solo carril. El mismo de ida y el mismo de vuelta, quizás para señalar que por las leyes del Karma arriba es como abajo, porque el péndulo de la historia puede ir y venir y da lo mismo.

Nada envejece más rápido que la noticia. Por eso en el periodismo surgieron la crónica y el reportaje, esos formatos periodísticos que ofrecen contexto y profundidad a la mercancía mediática y libertad a los periodistas.

Por eso, en algunos casos, muchos, tal vez, Antonio no obedeció al mandato de la mercancía periodística. Más bien él se empeño en proponer temas que normalmente no hubieran sido considerados destacables. Tal vez dentro de estos se puedan incluir retratos como el que, muy temprano en la carrera de ambos, hizo sobre la gran pianista Teresita Gómez, o sus crónicas sobre los mercados de Bogotá, o su profunda observación al mundo del bazuco cuando esta plaga social apenas comenzaba a descubrirse en la prensa colombiana (1983) y que nos costó la vida de uno de nuestros mejores amigos.

Las informaciones que sirvieron para provocar estas crónicas estuvieron destinadas a desaparecer. Las noticias que les dieron origen ya son periódicos de ayer, olvidados como la memoria de Hector Lavoe, sin embargo, gracias a la justicia poética del periodismo, siguen existiendo gracias a que Antonio las tomó a su cargo; les dio ese toque que las sacó del olvido y las convirtió en piezas de lectura vigente. En cierta forma, las volvió literatura. Algo que Antonio estaba lejos de desear mientras las componía. Él solo hacía su oficio con honestidad. Pero lo hizo tan bien que ahora son la muestra de un excepcional narrador de historias.

3 comentarios:

Horacio Yacaré dijo...

Morales nunca se graduó como antropologo en la U.N. Si pasó
por las aulas lo hizo, como lo dice en su perfil de FB, echando piedra y
fumando hierba. Lo grave es que se cree antropólogo y continua mintiendo en
todos sus perfiles..
Sigue moralitos descrestando y animando hasta el paroxismo patriótico a calentanos y por supuesto a lanudos, con la misma y eterna prosapia de encantador de serpientes. Mamertucho moralitos, sigue así.

Moralitos de verdad se cree, como calentanos y
calenturientos aduladores piensan, "prócer del periodismo" . Inspirador espurio, conduce al orgasmo a sus seguidores. Dícese provocador pero no es más que un malabarista de las ideas y del lenguaje. Dizque satírico se llama:..jajjaja, satírico es Quevedo, este moralitos es un chistoso patán...

Horacio Yacaré dijo...

Morales nunca se graduó como antropologo en la U.N. Si pasó
por las aulas lo hizo, como lo dice en su perfil de FB, echando piedra y
fumando hierba. Lo grave es que se cree antropólogo y continua mintiendo en
todos sus perfiles..

Sigue moralitos descrestando y animando hasta el paroxismo patriótico a calentanos y por supuesto a lanudos, con la misma y eterna prosapia de encantador
de serpientes. Mamertucho moralitos, sigue así.

Moralitos de verdad se cree, como calentanos y
calenturientos aduladores piensan, "prócer del periodismo" .
Inspirador espurio, conduce al orgasmo a sus seguidores. Dícese provocador pero
no es más que un malabarista de las ideas y del lenguaje. Dizque satírico se llama:..jajjaj,
satírico es Quevedo, este moralitos es un chistoso patán...

Roberto Rubiano Vargas dijo...

Señor Yacaré. El comentario no dice que Morales se haya graduado de antropógo ¿o sí?