viernes, agosto 26, 2011

Dashiell Hammett el publicista que transformó la literatura policiaca.

Hace 50 años, en 1961, falleció Dashiell Hammett. Fue el final de una vida torturada por las enfermedades pulmonares. Al momento de su muerte llevaba más de veinte años sin publicar un libro y probablemente sin escribirlo. Además, considerando que fue un escritor más o menos tardío resulta extraño que haya podido trascender para la historia de la literatura.

Comenzó a escribir como muchos otros autores en la década de mil novecientos veinte para las revistas pulp, magazines baratos que eran leídos por gran cantidad de lectores. De manera paralela también trabajaba como redactor de publicidad para una tienda de joyería. Sus “copys” eran muy diferentes a los que hacen hoy en día los nuevos talentos de la publicidad. No eran tan sintéticos como “Diamonds are forever” que el único texto que acompaña la fotografía de un diamante y una marca norteamericana. Más bien eran pequeñas historias mediante las cuales Hammett intentaba conmover a los posibles usuarios de la joyería. Al mismo tiempo reseñaba libros de publicidad para una revista especializada por lo que a los dos años de estar en esa actividad era un reconocido y formado publicista. Podría haber intentado una carrera en el ramo y quizá ahora su nombre sería tan conocido como el de David Ogilvy, o el de Leo Burnett en el campo publicitario; su cadena internacional de agencias publicitaras se podría llamar hoy D. Hammett Advertising, pero esto no fue así porque persistió en su vocación de escritor de relatos policiacos. Y si no logró dejar una huella en la publicidad, en cambio dejó una marca indeleble para la literatura policiaca y un ícono reconocible: el del Agente de la Continental y su encarnación más lograda, el detective privado Sam Spade.

Hammett quiso ser soldado, o en todo caso participó en las dos guerras mundiales. Tal vez por eso formó parte de la agencia Pinkerton de detectives. Una organización que hoy consideraríamos de corte más o menos paramilitar, que aparte de investigar robos a empresas, también fungió de fuerza de choque contra los emergentes sindicatos de las primeras décadas del siglo XX. Esta experiencia en la Pinkerton sería fundamental para él, porque le permitió observar los entresijos del poder empresarial, la corrupción de las autoridades urbanas, el mundo de la delincuencia común y las relaciones de todos esos anillos sociales.

El detective como personaje de la narrativa policial estaba muy bien establecido desde la época en que E.A. Poe publicó sus tres relatos protagonizados por Auguste Dupin. Pero esta figura que tuvo representantes como Sherlock Holmes, había caído en un lugar común que achataba y hacia predecible la literatura policiaca hasta el momento en que Dashiell Hammett comenzó a publicar sus relatos realistas, basados en sus propias experiencias y visiones. Por eso el “Agente de la Continental” pronto fue una marca reconocible y su manera de narrar la literatura policiaca, con personajes y situaciones más realistas y profundas (intelectuales, diría alguien), hizo que sus colegas de las revistas pulp, como Black Mask, se quejaran con los editores acusándolos de que estaban “hammettisando” estas publicaciones.

Escribió su obra en un corto periodo de trabajo. No es muy extensa; cinco novelas, una de ellas mítica: El halcón maltés, un libro de relatos recogidos por él y unos 23 cuentos dejados atrás, por considerarlos muy primitivos. En 1938, prácticamente, dejó de escribir y se dedicó fundamentalmente a leer y a pensar. Lilian Hellman, su compañera durante muchos años, da cuenta de esta faceta de su personalidad en su autobiografía.

En 1951, Hammett, acusado de actividades comunistas, fue una de las víctimas del senador Joseph MacCarthy y tuvo que pagar una pena en prisión de nueve meses.

Al morir seguía intentando avanzar en una novela muy diferente a las que lo habían hecho famoso. Tulip, se llamaba y solo conocemos un fragmento publicado bajo la forma de relato corto.

Esta fue, en parte, la vida de este aspirante a publicista que escribía como si fuera Faulkner unos relatos destinados al consumo masivo. Por ironías de la vida, los autores que él admiró y trató de asimilar para su escritura, Hemingway y Faulkner, a su vez trataron de imitarlo a él. Justicia poética para un gran autor.

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