miércoles, noviembre 23, 2016

Leyendo a los estudiantes de escritura creativa

En estas últimas semanas del semestre universitario los profesores leemos trabajos finales. Eso le sucede a todos los docentes, los de biología, ingeniería, medicina, a cualquiera. Y también a los que trabajamos en la Maestría en escrituras creativas de la Universidad Nacional y en la Maestría en creación narrativa de la Universidad Central de Bogotá.

Este ejercicio de lectura a veces es difícil por la escasa formación en escritura de los estudiantes colombianos. Por eso, la gran diferencia para los que acompañamos los procesos de aprendizaje en escritura creativa sea que leemos textos menos áridos que aquellos que les toca leer a los colegas que trabajan en otras áreas. Y lo digo con conocimiento de causa ya que veo a mi compañera de vida, profesora de historia en una licenciatura universitaria, leyendo, hasta altas horas de la noche, ensayos y controles de lectura redactados con escasa virtud.

Los trabajos de nuestros estudiantes de escrituras creativas por lo menos se dejan leer, algunos son francamente entretenidos y de vez en cuando aparece un texto excepcional.

Sin embargo, hace poco leí un artículo en la revista El cultural, de España, en el cual su autor (no recuerdo su nombre, pero se puede poner el de cualquiera de los muchos detractores) aseguraba con gran conocimiento y profesionalismo que los talleres y estudios de escritura creativa no sirven para nada. Que a lo sumo pueden producir novelas más o menos correctas en su escritura, pero nada más. Que él no malgastaría su tiempo leyendo un texto tan aburrido.


Este discurso contra los talleres y cursos universitarios en escritura creativa, no es nuevo, todo lo contrario, lo escucho y lo leo desde hace años. Casi siempre proviene de escritores más o menos conservadores que defienden la espontaneidad de la escritura y el valor del talento nato. 

Pues bien, en medio de mi actividad lectora de final de semestre tuve que leer una novela con la cual uno de nuestros estudiantes va a graduarse. Es una novela distópica ambientada en un mundo y una Bogotá interconectada en la que el poder se ha apropiado de la vida personal de los ciudadanos. Tema frecuentemente tocado por el cine y la literatura contemporánea. Sin embargo encontré aquí un tratamiento personal sorprendente, vigoroso, raro, incluso en las colecciones editoriales que publican este tipo de narrativa. 
En pocas palabras pese a ser una obligación académica, la novela me proporcionó aquello que esperamos de cualquier libro. Que nos sorprenda, nos entretenga y nos abra puertas a un mundo que no conocíamos. Un tiempo bien empleado que sorprendería a nuestro olvidable autor español enemigo de estos textos creados al amparo de los estudios universitarios de escritura creativa.

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