martes, mayo 19, 2015

Collazos

Foto: Carlos Duque
No fui muy amigo de Oscar Collazos. Coincidimos en muchas reuniones de escritores, conferencias, encuentros, festivales, etc. En ocasiones estuvimos en la misma mesa de conferencias o de restaurante y poco más. Sin embargo, por una suma de pequeñas casualidades, Oscar fue importante para mi formación como escritor en los primeros años que dediqué a estos asuntos.

Conocí a Oscar Collazos cuando yo todavía estaba en el colegio y él era un escritor que acababa de regresar a Colombia después de haber dirigido el Centro de Investigaciones Literarias de Casa de las Américas de la Habana y de haber tenido su famoso debate epistolar con Julio Cortázar y Mario Vargas Llosa en las páginas del semanario Marcha de Montevideo.

Yo estudiaba en un colegio de garaje en el norte de Bogotá donde recalábamos los estudiantes problema de los colegios bien, así como muchos profesores problema que en aquella época estaban tirando piedra en las universidades donde terminaban de formarse. Alguno de esos profesores problema invitó a Oscar a dar una conferencia en el colegio a nosotros, los estudiantes problema. No recuerdo mucho de que habló Oscar pero si recuerdo que me impresionó el hecho de haber conocido a un escritor de verdad. El primero que veía en mi vida.

Meses después, la hermana mayor de mi amiga Kelly Velásquez, Aseneth, necesitaba viajar y me pidió que le cuidara su apartamento durante un fin de semana. En aquel tiempo disponer de un apartamento prestado donde quedarse con la novia por un fin de semana era un privilegio que no se podía rechazar.

El apartamento estaba ubicado en la Macarena, era un dúplex más o menos loft (lo llamarían ahora) y contaba con una cama grande y una biblioteca aún más grande. Durante aquel fin de semana disfruté esos dos muebles de diversa manera. Pero lo pertinente para esta historia es que en aquella bien surtida biblioteca encontré los dos primeros libros de Oscar Collazos, publicados por la editorial Arca de Montevideo: Son de Maquina y El verano también moja las espaldas. Obviamente fue una coincidencia afortunada y me los devoré ese fin de semana, o a lo mejor me los robé, no recuerdo bien, el caso es que esos cuentos me gustaron mucho y los releí más de una vez.

El cuento era un género que cada vez me fascinaba más y esos dos libros de Oscar Collazos reafirmaron mi interés por esa forma perfecta de la narrativa.

Tiempo después, meses o semanas después, andaba yo con un grupo de amigos un poco hippies patrullando calles y parques y metederos varios, con unas brasileras muy bonitas y muy hippies que en algún momento nos dijeron que tenían que ir a visitar a un escritor. Seguramente si nos hubieran dicho que las acompañáramos al infierno igual hubiéramos ido, pero yo acepté acompañarlas aún con mayor gusto, porque todo lo que tuviera que ver con el asunto de escribir era importante para mí, que desde que estaba en cuarto bachillerato intentaba ser parte del oficio.

Llegamos a un apartamento de la carrera tercera con diecinueve, cerca de la escultura de La Pola. Al lado de donde quedaba la galería Belarca donde trabajaba Aseneth. Entramos al lugar y oh sorpresa, el escritor que las brasileras iban a visitar era Oscar. No estuvimos allí mucho tiempo, y en todo caso no pude manifestarle mi admiración por sus cuentos, sobre todo porque Oscar estaba más ocupado coqueteando con las brasileras que interesado en escuchar los elogios de un fan recién salido de la adolescencia. Así que aproveché para mirar los libros que leía Oscar, su máquina de escribir sobre una mesa con una cuartilla a medio hacer. Todos esos detalles que me parecían absolutamente significativos y que sumados a la lectura de sus cuentos, avivaban en mí el deseo de convertirme en escritor.

La tarde se saldó conmigo y los amigos medio hippies con los que yo andaba, patrullando solitarios esas calles bogotanas de los años setenta, sin las brasileras que, obviamente, terminaron quedándose donde Oscar. Comenzaba a descubrir una de las virtudes de la literatura: que ayudaba a tener carreta para el levante.

Años, muchos años después, en alguno de esos encuentros de escritores donde volví a encontrarme frecuentemente con Oscar, por fin pude decirle lo mucho que me gustaban sus cuentos y qué tanto los había leído. Hasta le conté el incidente con las brasileras que él cortésmente dijo recordar aunque era obvio que no tenía ni idea de qué le estaba hablando. Un hombre amable.

Ahora Oscar se ha ido y me ha parecido que la mejor manera de despedirme de él es recordar la manera como lo conocí.

Saudade.

No hay comentarios.: