jueves, abril 24, 2014

Lecturas sobre Proust

Un libro lleva a otro libro. Una temporada con Marcel Proust, de René Peter (Bruguera), mencionado en una entrada anterior, me llevó a revisar de nuevo El abrigo de Proust, de Lorenza Foschinni (Impedimenta), esta lectura a su vez me hizo volver a mirar la biografía Marcel Proust, de Ghislain de Diesbach (Anagrama) y todas estas lecturas me llevaron a abrir de nuevo (después de decenas de años) Por el camino de Swann, la primera parte de la Búsqueda del tiempo perdido y ahí estoy.

Una temporada con Marcel Proust nos ofrece una imagen de Proust antes de ser el autor de su gran novela. En ese momento se encuentra corrigiendo las pruebas de su traducción de John Ruskin y haciendo notas para su Contra Saint Beuve. Es más un señorito raro de sociedad que el intelectual que la tradición occidental ha reconocido. Es el retrato de un escritor discreto que busca un editor que quiera ocuparse de sus futuros libros pagado por sus recursos personales. Esta modesta actitud fue la que hizo que Grassett publicara el Camino de Swann pagando los gastos con el dinero del autor. Por supuesto, ante el éxito inmediato, los siguientes libros fueron publicados normalmente, es decir, reconociendo derechos de autor.

Este perfil me hizo volver a revisar el libro de Lorenza Foschinni que es una encantadora búsqueda de los objetos de Proust recogidos por un coleccionista: el perfumero Jacques Guerlain. Esta historia nos traslada a una jornada proustiana en la que presenciamos la fuerte contradicción entre la burguesía francesa, tan arribista ella, tan pobre intelectualmente y la fuerza creadora de un gran autor que morosamente busca las conexiones entre las costumbres sociales y los sentimientos. Es la historia de la cuñada de Marcel Proust empeñada en desaparecer todo vestigio de la vida personal del autor, quemando sus cartas, sus manuscritos y regalando sus objetos personales, y la pasión de un coleccionista rescatando de la basura desde la cama y la biblioteca, hasta los manuscrtios y el legendario abrigo forrrado con piel de nutria, que protegía al hipocondriaco escritor parisino.

Este pequeño recorrido por la vida del ilustre novelista permite percatarse como es de débil el mundo del escritor. Alguien que hoy es celebrado como una pieza fundamental del engranaje de la literatura universal, fue menospreciado hasta donde no está dicho por una señora que jamás lo leyó pero que se sintió afectada por los gustos sexuales de su cuñadito. Proust tampoco gozó en principio de la aceptación del mundo intelectual de su tiempo y si no hubiera sido por la porfía del escritor y dramaturgo Jean Cocteau, al que debemos otros "descubrimientos", como por ejemplo Raymond Radiguet, la obra de Proust tal vez no hubiera sido apreciada en toda su magnitud.

De hecho como nos recuerda Ghislain de Diesbach en su biografía sobre Marcel, este se quejaba amargamente de que sus libros no vendían muy bien, cuando ya estaban publicados en la Pleiade, mientras que un autor, totalmente olvidado hoy, lograba colocar más de sesenta mil ejemplares por edición.

Hoy, por fortuna todo está en su lugar y la obra de Proust sigue deparando para aquellos interesados en la lectura de páginas que detallan hasta la perfección toda la imperfección humana, horas de gratísima compañía. Por eso estoy otra vez transitando las páginas de la Búsqueda del tiempo perdido y todo gracias a esas lecturas baratas, es decir de bajo precio, conseguidas en esas librerías de viejo donde el libro descontinuado aguarda pacientemente por compradores que les ofrezcan una segunda oportunidad sobre la tierra.

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