Los fragmentos que incluyo en esta entrada de blog pertenecen a un ambicioso texto sobre el estilo literario, escrito por Dashiell Hammett en 1925, cuando inició su actividad como comentarista de libros publicitarios en la revista Western Advertising. El título del artículo era: La publicidad es literatura, y su texto (en parte) dice:
"Hablar de lavadoras como si fueran yates, es no ser demasiado literario; es no ser suficientemente literario. La floritura desproporcionada, lo chillón, gozan de peor reputación en la literatura que la que nunca han tenido en la publicidad. Hay escasos puntos literarios en los que se dé un acuerdo general, pero no conozco a ningún escritor de primera fila ni a ningún crítico que no considere como el más perfecto el estilo que viste las ideas con las palabras más adecuadas.
Otro punto -quizá el único otro punto- en el que hay acuerdo, es que la claridad es la primera y principal virtud literaria. La frase innecesariamente complicada, la imagen ensombrecida, no son literarias; son antiliterarias. Joseph Conrad, de cuya obra John Galsworthy ha dicho que es "lo único escrito en los últimos 12 años que ha enriquecido, en alguna medida, el idioma inglés", definió el oficio del escritor como "por encima de todo, que resulte claro". Anatole France, probablemente la figura más importante que haya dado la literatura moderna y, por si fuera poco, el hombre que más ha leído, decía: "¿cuál es la frase mejor escrita? ¡La más corta¡” condenó el uso del punto y coma, una resaca de la época de las frases larguísimas, que no se adecúa a una época de teléfonos y aviones. Insistió en que todos los innecesarios "cuyos" y "ques" han de ser extirpados con cuidado, ya que estropean el mejor estilo.
(…) El lenguaje del hombre de la calle rara vez es claro o simple. Si creen que exagero, hagan que una taquígrafa provista de lápiz y papel, se ponga, un rato, a escuchar indiscretamente. Se darán cuenta de que este lenguaje corriente, sin los gestos y las muecas, resulta no sólo excesivamente complicado y repetitivo, sino, por su incoherencia, prácticamente inútil. El hombre corriente quizá se exprese un poco mejor por escrito. Si desean comprobar este cuán poco, elijan al azar a media docena de hombres cuyo trabajo cotidiano no guarde relación alguna con las palabras y háganles redactar algún párrafo. El resultado será interesante e instructivo. Pero no será ni claro y sencillo.
Las palabras que prefieren hombre corriente son las que le permiten hablar sin tener que pensar (...)
Pueden leer toneladas de libros y revistas sin hallar, incluso en un diálogo de novela, intento alguno de reproducir fielmente el lenguaje coloquial. Hay escritores que le intentan, pero rara vez ven publicadas sus obras. Incluso un especialista en lengua vernácula como Ring Lardner consigue sus efectos de naturalidad gracias a una hábil montaje, deformando, simplificando, matizando la lengua nacional, y no transcribiéndola palabra por palabra.
La simplicidad y la claridad no hay que tomarlas del hombre de la calle. Son lo más difícil de obtener y el logro literario más arduo, y todo escritor que intenta conseguirlas precisa de una gran dosis de habilidad. Simplicidad y claridad son las cualidades más importantes para asegurar el máximo efecto que se desee producir en el lector; y asegurar ese máximo efecto deseado es la meta principal de la literatura..."
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