Es domingo y acabo de leer un comentario en Facebook donde un escritor de la costa Caribe, Guillermo Tedio, reflexiona sobre una queja que hace José Luis Garcés González, otro escritor de la costa, de Montería más precisamente, sobre la ausencia de librerías en su ciudad. Lo cual considera una verguenza. Leo los comentarios añadidos al primero, la mayoría refirmando la triste idea. Alguien de Valledupar dice que allá la cosa no es diferente. Otro (Alberto Buelvas), tratando de proponer una idea ecuánime, dice que lo que sucede es que "las librería son un negocio y como cualquier negocio necesita de un punto de equilibrio para subsistir en cuanto a gastos. Las librerías se han convertido en un mal negocio, las personas que compran libros, la gran mayoría lo hacen por internet. Por otra parte, hay personas que bajan el libro lo imprimen o lo mandan a imprimir donde resulte más barato (es sumamente económico), esto ha acabado con el negocio de las librerías, y si a lo anterior le sumamos la piratería imagínese."
Ojalá fuera cierta tanta felicidad sobre el libro electrónico y la venta POD (Print On Demand).
Las librerías, como todos los negocios relacionados con la cultura necesitan ser rentables, como dice el último comentario, pero esa rentabilidad siempre será menor que la de una tienda de licores. Por eso necesitan de cierto tipo de empresarios que son una especie en vía de extinción: los libreros. Esos tipos que aman los libros y creo que hasta les duele vender sus existencias, pero ese dolor lo compensan con el sentimiento de que van a compartir las lecturas que les gustan con nuevos lectores.
Tengo un amigo que puso una librería en Bogotá hace como tres años. La lucha ha sido grande. Para sobrevivir trabaja todos los días en ella, propone actividades, escoge bien su catálogo y gracias a eso se ha inventado algo que escasea en el negocio: lectores compradores. Mi amigo es uno de esos libreros que lee los libros que vende, que lee los comentarios de los libros y que lee los catálogos. Es uno de esos pocos libreros que van quedando en esta ciudad. Por supuesto que conseguir ese personaje junto con un grupo de socios dispuestos a invertir algún capital no es fácil ni en Bogotá ni en Valledupar, ni en Montería.
Pero que los hay, los hay.
Mientras tanto quedan las esperanzas. En Ibagué, donde tampoco hay librerías, aguardan desde hace dos años la apertura de una Panamericana. En Pereira, donde no hay librerías hay un grupo de escritores que ha intentado varias veces abrir una librería de libro usado.
En Colombia comprar un tiquete aéreo por Internet todavía es un asunto de minorías, la compra de libros en línea es una actividad casi inexistente. Empecemos porque no hay una oferta masiva de artefactos de lectura, Kindle, por ejemplo. El Ipad se vende bien pero es usado más para actividades multimedia y manejo de documentos que para lectura de libros (que también sirve para eso). Pero sobre todo el problema es que la oferta de libro actualizado en español es muy escasa. El portal todoebook de España, donde las editoriales más grandes y algunas de las pequeñas, ofrecen libro electrónico todavía no incluye ni una parte mínima de los catálogos de estas editoriales. Panamericana de Colombia, que va a estar en este portal, apenas ha subido un título de prueba. Por tanto, pese a la creencia de algunos de que las librerías están condenadas por la venta de libro electrónico, en Colombia por ahora no se cumple.
Casi no hay canales para la venta de libro físico o electrónico; pero tenemos la biblioteca más visitada de América Latina, la Luís Ángel Arango. O sea que lectores no faltan. O sea que hay esperanza de que la verguenza compartida por todas las ciudades colombianas (incluída Bogotá) de tener tan pocas librerías, en algún momento se supere.
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