Una lengua se construye en los caminos, en los mercados, en los lugares donde las personas socializan. Después, los escritores recogen esas palabras y las ponen en los libros, luego las palabras son recogidas por la real academia de la lengua y luego le dan una dimensión superior y las incluyen en el diccionario. Pero los diccionarios siempre están atrasados, las palabras andan por la calle mucho antes de llegar a sus páginas.
Tal vez por eso, las lenguas reflejan las sociedades donde se desarrollan, donde se alimentan de conceptos que las palabras condensan y definen. Si la sociedad es de guerreros ya su lenguaje estará lleno de enfrentamientos, si es machista lo mismo sucederá, o mas buen, lo mismo ha sucedido, porque al menos el castellano es un lenguaje machista, o por lo menos sexista. La academia siempre resolvió el tema con el expediente de que si bien tal o cual adjetivo es masculino, por extensión se entiende que es para los dos sexos. Lo cual mirado desde la perspectiva contemporánea no deja de ser una salida cómoda, tan cómodo como el recurso pueril de algunas instituciones al utilizar la arroba para referirse a los dos sexos: l@s niñ@s, l@s alumn@s, etc, para posar de políticamente correctos.
En un debate sobre el sexismo en la lengua castellana, motivado por el documento publicado por la RAE sobre el tema, el escritor mexicano Jorge Volpi señalaba: Un debate así es necesario porque tenemos la sensación de que la lengua nos viene dada, como si nos sumergiéramos en una que ya existe y que apenas podemos modificar. Ninguna lengua es inocente. La española, como otras, tiene un matiz sexista inevitable, que está en el centro mismo de las estructuras gramaticales, sintácticas y también en muchos usos de la lengua. A partir de tener conciencia de que la lengua que utilizamos tiene muchos usos sexistas, viene la siguiente cuestión: ¿de estos, cuáles son modificables y cuáles no y cómo podemos avanzar para tener una lengua menos sexista?
Este es el trabajo que por ahora pocos estamentos parecen dispuestos a resolver. Algún colectivo feminista por acá, alguna oficina pública por allá. Los manuales de buen comportamiento lingüístico analizados recientemente por la RAE, y así.
Mas adelante otro participante, Pedro Álvarez de Miranda decía: Tengo que disentir de la afirmación (…) de que la RAE sea el órgano regulador de la lengua. Estoy más de acuerdo con que las lenguas son instituciones absolutamente democráticas en las que no pueden intervenir poderes legislativos. Es el cuerpo social el que acaba saliéndose con la suya, excepto en un terreno, que es el ortográfico. Ahí conviene que haya un juez o un árbitro. En el terreno gramatical y léxico los hablantes son soberanos y, a la larga, acaban haciendo lo que los hablantes quieren, le guste o no a la Academia. La lengua cambia al hilo de la sociedad.
Estas dos afirmaciones estaban en el centro del debate. De todos modos tan impositivo como el sexismo criticado por los manuales de buen comportamiento lexicográfico, a veces resultan también estos manuales, o estas imposiciones lingüísticas. Por ejemplo, “lideresa”. Aunque aceptado por la última edición del diccionario de la RAE, no pasa de ser un invento forzado por los colectivos de mujeres que en su afán por combatir la discriminación caen en un exceso sexista al revés. En este caso, el término “líder” claramente no tiene connotación sexista. Diferente a la palabra “director”, ya que no se podría decir, “señora director”, sino “señora directora”. Pero en cambio puede decirse que “ella era una líder natural”, así como “él es un líder natural”.
Otro caso interesante es el de poeta y poetisa. La palabra poeta, que viene del griego al latín y del latín al español designa a la persona, hombre o mujer, que escribe poesía. No exclusivamente al hombre poeta. Sin embargo ya el latín había adoptado la palabra “poetissa” y en español se conoce desde 1508 el término “poetisa”. Pero cuan pocas mujeres poetas aceptan para sí misma el término pues, tal vez por la crítica sexista, “poetisa” se convirtió en sinónimo de diletante. A tal punto que nunca han faltado las menciones a malos poetas como “poetisos”.
Pero lo dicho. Los cambios en el lenguaje de una sociedad deben reflejar las transformaciones sociales, no al revés. Si no, terminaremos creyendo que el uso políticamente correcto de las palabras nos vuelve correctos, cuando a lo sumo, nos hace prudentes, nada más; decentes en la forma no en el comportamiento.
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