El cuento corto (microcuento, como prefiere llamarlo Harold Kremer) produce una fascinación especial. Ser sorprendido por un argumento bien contado en pocas palabras siempre genera una felicidad instantánea y efervecente, como una limonada en agua de coco bajo el sol del Caribe.
Mi primera relación con los cuentos muy cortos la tuve con la Antología de la literatura fantástica y con los Cuentos breves y extraordinarios de Borges y Bioy Casares. Ahí descubrí esos fragmentos de novelas y de relatos tradicionales que los dos antólogos convirtieron caprichosa y genialmente en cuentos breves. Más tarde, y con otro registro, que me sorprendió por su humor y su poder de síntesis, descubrí a Luis Brito García, el escritor venezolano que ganó el premio Casa de las Américas de 1970 con su libro Rajatabla. Eran cuentos que hablaban de los temas de la época, las luchas estudiantiles, la cultura popular, el amor joven, la música y la velocidad. Eran cuentos de una o dos páginas, pensados como cuentos, no sacados de otros textos como habían hecho mayoritariamente los famosos antólogos argentinos. Por ese tiempo también era asiduo lector de la revista El Cuento que publicaba Edmundo Valadés en México y que circulaba un mes sí y otro no en los quioscos de Bogotá. Allí también se publicaban cuentos cortos, como los de Luisa Valenzuela que comenzaba a explorar de una manera intuitiva esos relatos de uno o dos párrafos.
En esos años comenzaba a formarme como escritor y aunque tendía a escribir cuentos de tres, seis o doce páginas, también experimentaba con cuentos de menor cantidad de palabras. De hecho, uno de los textos que forman parte de mi libro Cincuenta agujeros negros, fue publicado en su primera versión en 1975 en una pequeña revista de circulación restringida; tenía menos de 500 palabras que era la mágica cifra límite, a mi modo de ver de aquella época.
En ese tiempo estuve en un taller literario del que formaba parte Jairo Aníbal Niño quien llevó a ese taller sus primeros cuentos cortos. Eran esos cuentos sorprendentes que nacían de otros cuentos o leyendas culturales. Temas como el del sultán decapitado provenían de la saga de Las mil y una noches, o esos cuentos que establecían una tendencia en el cuento corto que con el paso de los años no ha hecho más que consolidarse. El cuento que nace de otros cuentos. La metaliteratura como dicen algunos.
Un ejemplo de Jairo Aníbal: Fundición y forja
Todo se imaginó Superman, menos que caería derrotado en aquella playa caliente y que su cuerpo fundido, serviría después para hacer tres docenas de tornillos de acero, de regular calidad.
Como vemos, este microcuento solo es posible a partir del conocimiento que todos tenemos sobre la cultura popular. De las referencias que para todos son comunes (Superman es un mito del siglo XX). La gracia estriba (o estribaba) en que el breve texto de Jairo Aníbal desmantelaba el mito del héroe. Y ese mito era el personaje del cuento. Y si había un personaje había un cuento y una historia (una batalla en la que caería derrotado, en una playa caliente). Luego este texto se parece bastante a un cuento.
Una persona que nunca haya visto una película si la sientan frente a un televisor, no entenderá por que un señor al acercarse a una puerta aparece luego al otro lado sin abrirla, o por que inmediatamente aparece una señora enseñando una salsa de tomate y más adelante un niño que canta feliz porque tiene un helado en la mano. Para él la noción de elipsis no existirá, y tendrá muchos problemas para entender la narración.
Sin embargo, hoy, en el siglo XXI ese ser extraño no existe. La narración está en todas las cosas. La vemos en la calle en las pantallas de video gigantes, en los spots publictarios que cuentan una historia mínima. Hemos leído comics, hemos visto televisión, conocemos el rudimento narrativo de las series o telenovelas. Y por último, en menor escala, hay los que hemos leído al menos un texto narrativo, novela o cuento. O por lo menos una corta crónica de prensa.
Con este arsenal ya se entiende el cuento corto que surge de las referencias culturales.
Pero el asunto, es que en ese marco de cosas comencé a elaborar mis cuentos que de todos modos no me salían de un párrafo. Se los mostraba a Jairo Aníbal y él siempre me decía, “están muy largos”. Así que dejé de luchar con lograr cuentos de un párrafo y persistí en una forma narrativa que me permitiera contar cuentos muy cortos con soluciones fantásticas en la mayor parte de las ocasiones y de ahí surgieron los cuentos que con el paso de los años publiqué bajo el título Cincuenta agujeros negros (en este Blog hay tres de esos cuentos).
No poder lograr los cuentos más breves no hizo que dejara de buscarlos. Leo muchos cuentos en busca de esa “felicidad instantánea y efervecente”, pero es muy raro encontrarla.
Un buen cuento corto es tan huidizo como un buen cuento largo. Son muchos los intentados y pocos los logrados. La escritura de cuentos en Colombia y en el ámbito de la lengua castellana ha evolucionado favorablemente por lo menos en un aspecto, ya no se cree que es el camino más corto hacia un género mayor: la novela, sino que es un destino en sí mismo; pero sigue siendo esquivo el encuentro con los buenos cuentos y mucho más con los cuentos excepcionales.
Pero esto no puede decirse todavía de la fiebre actual por el microrrelato. En realidad el microrrelato tiende a confundirse con otras formas narrativas. Con la frase bonita, por ejemplo. O con el escolio o pensamiento filosófico (o la frase ingeniosa para Twitter). También con el poema en prosa, o más bien con la sucesión de imágenes sin argumento ni personajes.
Hay algunos de estos textos más o menos filosóficos que se acercan al cuento breve, como este tomado del Blog de Triunfo Arciniegas, Mester de Brevería, que a propósito es un blog muy recomendable para leer ficción breve.
El texto en mención es de autor anónimo y dice así:
Un brevísimo cuento chino:
En el Reino de Chu vivía un hombre que vendía lanzas y escudos.
─Mis escudos son tan sólidos que nada puede traspasarlos ─se jactaba─. Mis lanzas son tan agudas que nada hay que no puedan penetrar.
─¿Qué pasa si una de tus lanzas choca con uno de tus escudos? ─preguntó alguien.
El vendedor no supo qué contestar.
Es ingenioso, pero en él no hay eso que el cuento cuenta tan bien: un acontecimiento, un suceso. Y los sucesos ocurren porque hay seres humanos que los viven. En este texto hay una paradoja, eso que tanto le atraía a Borges y que probablemente le hubieran interesado a otro escritor analítico, don Edgar Allan Poe, solo que a él el microcuento no le hubiera servido porque él escribía, entre otras cosas, para que le pagaran por palabra.
Entonces voy llegando a donde quiero llegar. Las dificultades que propone el microcuento no son muy diferentes a las que propone el cuento de extensión regular. El microcuento, el cuento y la novela, son destinos en sí mismos. Ninguno presupone un entrenamiento para llegar a otro genero.
Pero surge otra pregunta, ¿puede el microcuento conseguir eso que pide Ana María Shua?: "dejar en el lector una angustiosa duda", ¿y esa angustiosa duda es suficiente? O es suficiente obtener esa “felicidad instantánea y efervecente”.
Probablemente sí. Si el cuento provoca dudas o la construcción de una historia más grande que el mismo cuento, pues en buena hora; en todo caso ya es bastante obtener esa "felicidad instantánea". Pero hay una enorme mayoría de los textos minúsculos que se escriben y se publican en páginas web, en revistas y en periódicos, que no lo logran.
Un cuento de cualquier extensión siempre debe proponer, en cualquier caso y por el camino que sea, una ilusión.
En una próxima entrada mencionaré las características más evidentes del microcuento.
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