Hace unos días en Medellín, la bibliotecaria de un colegio, en presencia de muchos niños y adolescentes me preguntó a quemarropa qué opinaba yo sobre la lectura en pantalla versus la lectura en papel. Obviamente en la pregunta había un interés profesional, ella es la persona que gestiona la biblioteca y para que ese lugar siga teniendo importancia se necesitan clientes, lectores. Los escritores también necesitamos clientes. También nos la pasamos en busca de lectores. De hecho, mi presencia en esa biblioteca obedecía a una, de una serie de visitas que mi editorial viene programando en colegios de diversas ciudades del país para promover algunos de mis libros, así que ese era mi oficio, buscar clientes, lectores.
Sin embargo, mi respuesta fue directa y sencilla. Busqué en mi mochila y exhibí un tableta y dos libros en papel. Leo en cualquier formato. Leo en el computador y leo en papel, en revistas impresas o en revistas electrónicas en la pantalla del Ipad, por tanto no encuentro diferencias fundamentales entre una cosa y otra. Aunque las hay, por supuesto.
Sobre este tema el blog de la revista NYRB (New York Review of Books) trae un artículo de Tim Parks, ¿Necesitamos cuentos?, en el cual reflexiona sobre la lectura de cuentos “complejos”, como la llama Jonathan Frantzen en una entrevista citada por el artículo, versus la lectura distraída que incluye consultas al Twitter y al FaceBook. En la próxima entrada me referiré con mayor atención a este artículo que pone en tela de juicio algunas opiniones “políticamente correctas” sobre la lectura.
En todo caso, en mi respuesta a la bibliotecaria había muchas zonas oscuras. Mencioné esa mañana que el riesgo que existe en la lectura en pantalla es la distracción. Uno puede concentrarse en un libro electrónico durante algunas horas y de repente sentir la necesidad de consultar el correo a ver quien escribió, o buscar información sobre un tema mencionado en el libro y entonces abre el navegador y ahí la concentración en el “cuento complejo” se acaba y caemos en esa lectura ligera que propicia la red y, en general, la pantalla.
Leer en pantalla ha beneficiado la lectura, aunque ha degradado la calidad de lo que se lee. Se lee mucho, pero se lee superficialmente, saltando de un tema a otro. De una revista electrónica a un blog, del blog al Facebook y de este a las frasesitas de Twitter en las cuales todo el mundo consigna sus pensamientos en ciento cuarenta caracteres.
El tema sigue pendiente. El problema es que yo siento que se lee menos. Uno de los libros que este año promueve mi editorial es una novela para lector juvenil titulada Una aventura en el papel. Ese libro lleva veinticuatro años circulando. Sus derechos han sido gestionados por tres editoriales distintas y la actual es la edición número tres (cada una con diseño e ilustración distinta) para no mencionar las reimpresiones. Digo esto para señalar que es un tíulo que se ha enfrentado a varias generaciones de lectores. Y siento que después de estos veinticuatro años los niños entre ocho y catorce años que me encuentro en estas charlas demuestran menos interés por la lectura convencional que los primeros que leyeron mi libro hace veinticuatro años.
A primera vista esto podría implicar que se lee menos. Que los proyectos de incentivo a la lectura han fracasado. Que los clientes de las bibliotecas y de los escritores están en retirada. Sí, todo eso se podría pensar, pero en realidad todos los niños que estaban en esa biblioteca leen en pantalla. Leen mensajes en Twitter y comentarios en Facebook. Leen instrucciones y seguramente piratean tareas de lenguaje en el rincón del vago punto com. Y eso es algo que no puede desconocerse.
Entonces la pregunta a resolver no es qué resulta mejor, si leer en pantalla o en papel. Yo creo que más bien hay que responder cómo o de qué manera canalizar la “lectura dispersa” de la pantalla como complemento de la “lectura compleja”. En un método de acompañamiento a la lectura que resuelva este tema, sin duda está el futuro de la lectura.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario