Hoy la tecnología acompaña la creación de imágenes y la creación en cualquier campo del arte. Desde la invención de los sistemas de reproducción como el grabado, la xilografía, o la litografía, el arte se democratizó. Los carteles que hacía Henri de Tolouse Lautrec, a fines del siglo XIX, eran tan artísticos como publicitarios. Tan hermosos como utilitarios. Fue un momento en que el arte vivió tremendas transformaciones. La fotografía desde 1848 había revolucionado la representación de la sociedad. Las figuras de sociedad se autopromovían a través de las famosas fotos “carta de visita” que servían para anunciar la llegada de madame o monsieur.
Desde entonces los cambios no han hecho sino venir uno tras otro. Hoy se habla de arte en línea, de imágenes colgadas en la red; museos virtuales y por supuesto el arte ha encontrado miles de formas de cómo mimetizarse, a través de cine y video por medio de videoarte o reproducciones en offset. En fin, se ha desacralizado la noción de la exclusividad en pro de la difusión, si bueno y repetido, muchas veces bueno.
La fotografía, como ya lo he mencionado en este blog, se ha vuelto una obsesión. Todo se fotografía, todo se guarda en memorias digitales, una menor cantidad se imprime y casi nada se guarda en álbumes de papel. Tal vez por eso, como reacción a esta forma de almacenamiento de imágenes surgió The Impossible Project. (the-impossible-project.com). Una idea que busca recuperar el uso y el gusto por las fotografías de sistema Polaroid.
Por eso, desde el 25 de marzo saldrán al mercado, de nuevo, películas instantáneas tipo Polaroid. Esta idea tiene el apoyo económico del empresario austriaco Florian Kaps. Los entusiastas del sistema Polaroid podrán conseguir de nuevo películas en blanco y negro de revelado instantáneo PX Silver Shade, para el modelo de SX70, la más popular de la Polaroid.
Este proyecto es la punta de un iceberg que apunta a la recuperación de la idea de las piezas únicas. Los libros de artista, las ediciones literarias más o menos artesanales de unos pocos cientos de ejemplares numerados, y por supuesto, la vigencia de la pintura en caballete, la acuarela y el óleo.
Nada más personal, único e intransferible, que las fotografías en sistema Polaroid. Es un formato que algunos artistas, como Andy Warhol, convirtieron en un ícono de la vanguardia artística. El cineasta Win Wenders también le rindió homenaje al formato en algunas de sus películas (recuerdo, así de pasada, Alicia en las ciudades). Otros artistas (Annie Leibovitz, por ejemplo) convirtieron el sistema Polaroid en epítome del retrato fotográfico; de hecho, hasta hace pocos años, la fábrica seguía haciendo películas de gran formato (50 x70 centímetros, o algo así), para unos pocos fotógrafos en el mundo que siguen utilizando una gigantesca cámara (creo que se fabricaron solo cinco) con la que hacen impresionantes retratos y detallados paisajes.
En un mundo cada vez más invadido por los recursos tecnológicos, ideas como The imposible Project, recuerda el placer y el gusto por la pieza única. Por la obra artesanal o de corto alcance. Una reacción saludable que en todo caso no desdice de la importancia que ha tenido la tecnología en el desarrollo de las artes.
Como ejemplo me limito a citar al comentarista Abel Hernández, que en su blog de la revista El Cultural, de España, dice lo siguiente a propósito de la tecnología y el desarrollo de la música popular contemporánea.
Tengo la sensación de que, fuera de los círculos de estudiosos y académicos, apenas se piensa en la relación de la tecnología y la música popular en los últimos 100 años. Cuando es, ya no esencial, sino condición necesaria para su existencia. Sin fonógrafo, no habría surgido lo que entendemos por blues. Sin eso y sin batería (ese raro conjunto de instrumentos de percusión puestos juntos) ¿no deberíamos olvidar el jazz? Sin micrófono no existirían miles de canciones que lo basan todo en la interpretación. ¿Elvis, Brel, Cohen? Sin guitarra eléctrica ¿habría rock'n'roll? ¿Hendrix? Cómo pensar en la metamorfosis de Dylan sin varios de los utensilios anteriores. Sin grabación multipistas, paneles de separación, monitores de escucha, auriculares, ¿qué habrían hecho Phil Spector y los Beatles de Rubber Soul en adelante, los Beach Boys?, inmenso etcétera. Sin pedales de distorsión borra el glam, el heavy, sin amplificador ¿qué punk? Sin sintetizadores fuera casi todo el kraut, Silver Apple, Kraftwerk, Eno. Sin eco de cinta y bajo eléctrico no suena el dub y sin altavoces tampoco el resto del sound system jamaicano, así que descarta el ska, rocksteady, reggae, y, de paso, elimina el techno en sus muchas ramificaciones. Sin la cassette y los potentes radio-cassettes transportables o los giradiscos Technics SL-1200 con velocidad regulable no surge el hip hop ni la primera música disco. Sin cajas de ritmo puedes olvidarte del electro. Sin sampler, sin midi, sin ordenadores personales... no sigo. La mejor música actual es resultado de la aparición y existencia de todo eso.
Lo dicho. Está bien que existan propuestas que recuperen el aspecto más artesanal de la producción artística, pero también hay que recordar que la tecnología ha invadido de manera positiva todos los ámbitos de la creación humana.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario