En una columna reciente publicada en el diario El Tiempo, la escritora Yolanda Reyes se quejaba de esos muchachitos que son promovidos por las editoriales y las empresas de la red (léase Google, Youtube), como nuevos fenómenos culturales y que las editoriales consideren escritores por el simple hecho de llevar al papel sus menudas aventuras. Menciona dos casos: una niña que cuenta en su canal de Youtube su relación medio incestuosa con su hermano y un muchachito, que tambien en Youtube, ha conseguido cinco millones de descargas gracias a sus confesiones sobre su experiencia al salir del closet.
Lo primero que se me ocurre es que estos fenómenos no son nuevos. Lo que resulta novedosa es la plataforma mediante la cual se difunden ahora ese tipo de cosas. Pero la industria editorial y la industria cultural, para incluir aqui a Google y a Youtube, hace rato que se alimentan de estos escandalos ligeros para tratar de comercializar el morbo que el público siente por las personas que abren una ventana hacia su propia intimidad y si esta parece un poco retorcida, mejor.
Lo que pasa es que ahora hay una gran diferencia. Antes se usaba la plataforma de la revista, de la página de periódico impresa, salir en un programa de radio o televisión. Medios que implicaban una mayor intermediación del periodista de escándalo. Ahora la red ofrece una cantidad de balcones que antes eran impensables; ahora cualquiera puede tener un canal de televisión propio en Youtube y conseguir millones de espectadores. Un blog puede ser visitado miles de veces, conseguir muchas más lecturas que la revista de antaño.
Entonces, lo que sorprende no es que una gran mayoria se interese por temas sin importancia, sino que eso es lo normal bajo la dictadura de los medios de comunicación actuales. De la imposición de un gusto nivelado por lo bajo. Es normal que el reguetón se escuche más que el son cubano. Que el nacimiento del bebé de la princesa Leticia en España sea más importante para los medios que difundir el hecho de que Antonio Muñoz Molina sacó una nueva novela (y muy buena).
Tal vez, lo que habría que mirar es como en estos tiempos de redes sociales, de viralismo e inmediatez, los jóvenes y las personas de todas las edades, leen mucho. Lo que pasa es que la lectura varió. Ya no se hace en periódicos de papel, diseñados con columnas abigarradas, como era la prensa colombiana de los años cincuenta, ni en revistas ligeras como la Cromos de diversas épocas, sino que ahora se lee en Blogs, en Twitter y se visualizan contenidos mediante canales de imagen como Instagram o Youtube. Es una nueva situación para la que hay que ofrecer nuevas respuestas. Nuevos retos que implican actitudes diferentes.
Obviamente, en las redes o en los medios análogos, el trabajo literario siempre será minoritario. Dirigido a pocos lectores, en proporción a los temas que se viralizan. Ya quisiera uno que un buen cuento literario fuera un fenómeno en las redes. Pero, en realidad, lo que más se difunde es lo que sacude, en mayor o menor escala, el morbo de la gente. Y la literatura, con su mirada crítica, está lejos de satisfacer a esos lectores más interesados en las veleidades de las celebridades que las reflexiones sobre la naturaleza humana.
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