domingo, mayo 10, 2015

Lo público y lo privado en la lectura

Hoy renové mi carnet de socio de la biblioteca Luis Ángel Arango. Necesitaba sacar unos libros, seis para Lucila y uno para mi. Así que fui, hice la vuelta y los solicité.

Produce cierta felicidad cuando uno recibe de un solo golpe un paquete de libros, porque lo hace a uno volver por esos momentos más o menos navideños, aquellos sentimientos que se producen en el acto de ser agasajado con regalos. Por eso recibí los libros encantado, como si fuera una parva de regalos, y me senté en una de las bancas de la biblioteca a revisarlos buscando las sorpresas de su contenido. Casi todos eran libros muy usados, muy leídos por otras personas. Pero esa es la función del libro de la biblioteca. Ser compartido por muchas personas. Por eso me sorprendió el estado de casi todos los ejemplares. Estaban muy usados, eso es natural, pero también muy maltratados, poco queridos. El que me interesaba a mí, un libro de Norman Cohn, titulado En pos del milenio, según el archivo de la Biblioteca, había sido prestado doscientas cuarenta veces. No muchas, considerando que es un ejemplar publicado en 1983, pero es agradable saber que otras doscientas cuarenta personas habían disfrutado de su contenido. Lo que no me pareció tan chévere fue encontrar en él y en los otros seis libros solicitados por mi, anotaciones en lápiz y bolígrafo.

Es asombroso que un libro de uso público sea subrayado por alguien. Subrayar un libro que uno ha comprado es una manera de apropiárselo, de poder volver sobre pasajes que interesaron durante la lectura, fragmentos que se quieren citar en algún trabajo. También es abrir la posibilidad de releerlo de manera rápida en otro momento de la vida. Cada subrayado, refleja una manera personal de leer, refleja intereses particulares, refleja sesgos culturales, una manera de entender un contenido, muy diferente a como lo haría otra persona. Y eso es algo que se hace, o se puede hacer (depende de los gustos personales) con los libros que uno colecciona en su bilblioteca personal.


Algunas personas que tienen el hábito de subrayar libros, lo advierten cuando prestan esos libros marcados por su impronta personal; para que el nuevo lector no sienta que lo están conduciendo por un sendero distinto al que él buscaba. Y si uno es el depositario de ese libro prestado, acepta esa regla de juego y se arregla como puede.


Pero como usuario de una biblioteca pública resulta ofensivo encontrar que los libros que son de todos, han sido marcados, secuestrados, rotulados y en cierta forma desguazadados, por lectores invasivos que no respetan lo público. 


Esta falta de respeto hacia los bienes públicos son una constante en la sociedad colombiana. Nadie asume lo público para protegerlo, quizá, a lo sumo, para apropiárselo, convertirlo en un bien personal. Una costumbre que se llama corrupción. Subrayar un libro es una forma, si se quiere, modesta de la corrupción. Pero corrupción a fin de cuentas.

1 comentario:

Carlos Prieto Serrano dijo...

Si señor. Uno pensaría que el lector es más culto o tiene una ascendencia superior en educación con respecto a aquellos no lectores, pero su nota -más de doscientas cuarenta lectores- demuestra que no todo el que lee es más que el que no. Quizás tendrá más responsabilidad, pues ha adquirido conocimiento, pero no lo traduce en comportamiento. Es como el que cree o el que no cree en Dios. ¿Se condenaría el que no y se salvaría el que sí cree? Estaría por verse si existe salvación, o la pregunta ¿salvarse de que? Quizás de encontrar un libro sin violaciones culturales, sin anotaciones de algún otro maniático que al igual que uno padece de algún tipo de corrupción, así sea intelectual, porque el infierno, a la final lo vivimos todos los que por estas experiencias terrenas nos vemos obligados a experimentar.