Hoy se habla mucho del magnate de los medios Rupert Murdoch; el inventor del periodismo basura, que es una versión 2.0 del periodismo amarillista de Randolph Hearst. Con un poco de suerte su sombrío reinado en los medios de comunicación perderá alguna importancia y algunos cientos de millones de euros. Pero, en este mundo de pragmatismo político donde los poderosos solo se sienten seguros con canallas pares, Murdoch sobrevivirá.
Sin embargo vale la pena recordar el papel que ha cumplido este sombrío personaje en el mundo editorial. El fue el que tiró del hilo clave para que el mundo de la edición de libros se transformara. De modo que pasó de ser un territorio donde la publicación de best sellers compensaba la publicación de libros de arte con menor venta, a un negocio donde solo vale la publicación de best seller y cuando se arriesga se hace por pagar favores políticos. Él puso las reglas que hoy rigen a las grandes empresas editoras. Básicamente lo hizo porque aplicó al negocio editorial los criterios corporativos de alto rendimiento que le permitieron expandir su imperio de medios de comunicación. Para crecer hay que ganar dinero y para ganar dinero hay que dejar de lado los escrúpulos.
La historia la cuenta con amplitud André Shifrrin en sus libros La edición sin editores y Una educación política. Y a ellos remito a los interesados.
Lo cierto es que Murdoch gracias a su espíritu empresarial de tiburón corporativo, es uno de los grandes depredadores del libro literario. Su idea básicamente consiste en concentrarse en la venta de libros dirigidos a las personas que no leen; que a lo sumo ojean los libros y en todo caso les interesan unos temas que están más cerca del periodismo basura que de la literatura y las bellas letras. Son los libros de famosos y sobre famosos. Que son famosos porque aparecen en las revistas y porque escriben libros sobre ellos mismos, en una suerte de endogamia mediática, de modo que ellos mismos terminan siendo el mensaje.
El retrato robot de un autor de estos es más o menos así. Una periodista que transmite noticias gana notoriedad por su voz y su figura. Gracias a esa condición se convierte en candidata a escribir un libro, no importa sobre qué, con tal de que ella lo firme. Y así se hace. El libro puede ser sobre sus experiencias románticas, sus mejores recetas de cocina o sus consejos de belleza. Publicar esta clase de libros siempre ha sido normal, lo anormal es que solo se publiquen este tipo de libros y que, además, cuando tienen algún rasgo imaginativo se nos quiera vender la idea de que son la "nueva" literatura.
Por fortuna a toda acción le surge una reacción. Los grandes grupos editores compiten entre sí por la venta del libro basura. Pero hay una opción, la del mercado que históricamente perteneció a la editoriales literarias, el de los lectores que leen los libros que compran. Esa franja está siendo ocupada por pequeños sellos independientes que están atendiendo el gusto y los deseos de los lectores reales. André Shifrrin en Estados Unidos dirige uno de estos. En España también se han fundado algunos. Los autores de prestigio poco a poco comienzan a migrar hacia ellos. Son empresas que funcionan bajo el principio básico con el cual funcionó la industria, que se puede vivir con utilidades marginales del 4 o del 8 por ciento para poder, de esta manera, arriesgarse a publicar libros que no siempre estén destinados a las superventas.
En Colombia el fenómeno de respuesta comienza echar raíces. Cada vez más las editoriales agrupadas alrededor de REIC son la semilla de una nueva industria editorial colombiana. Lejos, muy lejos de las premisas defendidads por los escualos empresariales comandados por Rupert Murdoch y que entre nosotros cuentan, para manejar el negocio, con algunas rémoras.
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