Un traqueto vive mal hasta su adolescencia. Si hablamos de un traqueto promedio podemos imaginar que su vida habrá sido la de robar loncheras en el colegio, bicicletas en el parque y algún atraco por aquí y otro por allá hasta que por diversas razones, un amigo del colegio, un compañero del cuartel o del comando de policía, del parche del barrio o de la familia, le propone que se meta de campana, de raspachín o de soldado raso en una banda dedicada al narcotráfico. Entonces ingresa al fascinante mundo de la plata fácil. Antes de que ni él mismo se lo imagine estará donando una cancha de microfútbol al barrio donde nació.
Si es audaz y lo suficientemente falto de escrúpulos, ambicioso y fuerte, comenzará a escalar en el ambiente. Su vida útil dentro del negocio puede ser, calculando con generosidad, de quince años; contando el tiempo desde cuando surge su primera oportunidad y la última, cuando por culpa de un torcido, un colega lo tiende o lo manda tender, o cae preso y dependiendo del volumen de sus exportaciones vaya a templar al condado de Dade en la Florida, o a la Cárcel Distrital de Bogotá.
Durante esos quince años podrían pasar por sus manos varias toneladas de cocaína. Digamos diez para establecer un promedio bajo. Para producir esa cocaína se necesitaran mil toneladas de hoja de coca. Un producto natural que no hace daño al medio ambiente, pero los productos para procesarla como cocaína o para exterminarla sí. La participación de nuestro traqueto promedio en la deforestación de bosque amazónico –que ha sido calculada en una media de cincuenta mil hectáreas anuales–, significa que al menos será causante de la deforestación de al menos dos mil hectáreas de bosque irrecuperable.
Porque esas mil toneladas de hoja de coca pueden haber generado una aspersión de quince toneladas de Paraquat, o Glifosato. Defoliantes que no acaban con los cultivos de coca (porque cuando uno acaba otro crece a dos kilómetros del primero), pero sí acaba con la selva y con los cultivos de los colonos. Entonces esas quince toneladas de defoliantes pueden destruir unas dos mil hectáreas de bosque amazónico, lo que elimina de la atmósfera unas veintitrés mil toneladas de oxígeno al año, varios milímetros de caudal de agua fresca para alimentar los ríos y produce la muerte de decenas de animales y plantas. Además la gasolina y el ácido sulfúrico vertido para fabricar esas diez toneladas de cocaína exterminan otra cantidad de animales y plantas similar a la que acaban las avionetas de la DEA.
La contribución de este traqueto-retrato-robot a la economía también ofrece otras cifras. De una forma u otra habrá contribuido a engrosar las arcas y el ejército de algún jefe paramilitar que a su vez llenará algunas hectáreas (despojadas a campesinos que las cultivaban) con caballos y vacas que contribuirán al calentamiento global. La gasolina de sus cuatrimotos, sus Hummer y sus lanchas rápidas, pueden tasarse, con modestia, en unos mil galones al año. Ese es el combustible que necesitará para sus desplazamientos personales, si sumamos los de sus novias, esposas, amantes, hijos, asociados y guardaespaldas, tendremos que sumar otros veinte mil galones, lo que al cabo de quince años nos da la bonita suma de trescientos quince mil galones de gasolina quemada para mover autos con parlantes gigantes donde truenan rancheras, música norteña, algún vallenato y algo de salsa.
El narcotráfico es el combustible que alimenta el conflicto colombiano. Se calcula que entre el pago a los diferentes ejércitos, reposición de infraestructura volada por chantaje o por joder, daños físicos a la ciudadanía por minas quiebrapatas, rockets, atentados, masacres, ajuste de cuentas, gastos hospitalarios, pago de recompensas etc, etc, el conflicto absorbe casi el 25% del producto interno bruto colombiano. Y nuestro traqueto promedio participa de manera significativa, ya que solo unas 300.000 personas, entre parapolíticos, paramilitares, guerrilleros y bandas criminales (entre las cuales podría estar nuestro traqueto) se benefician del conflicto y absorben buena parte de ese producto interno bruto.
Su herencia será repartida con rapidez. Sus pequeñas caletas (digamos uno o dos millones de dólares) serán gastadas por familiares o antiguos asociados, en comprar algún departamento de lujo, otra cuatrimoto, otro Hummer. Después de pocos meses no habrá quedado ni rastro de esa fortuna sobre la tierra donde jugó su primer partido de fútbol.
No se puede cerrar el cómputo de estas cifras sin mencionar el costo de la posible ejecución de nuestro traqueto. A cincuenta centavos de dólar por cartucho para una nueve milímetros y considerando que sus opositores serán generosos a la hora de las cuentas finales podemos abonarle el valor de una carga completa de una pistola Glock. Catorce en el proveedor y una en la recámara nos dan la cifra final de $7,50 dólares. Su último aporte a la economía global.
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