(Este texto sirvió como base para la conferencia que Roberto Rubiano Vargas dictó en la inauguración del seminario, Geografía
de la sospecha, dedicado al Género negro, organizado por el Departamento de
Literatura de la Universidad Central en 2019.)
Mi interés sobre el género policíaco
obedece a que soy un fiel lector del género más que un autor del mismo. Mi opinión
sobre él, por tanto, no es la del investigador ni la del crítico literario; sino
más bien la de un creador que descubrió en algún momento de su vida, en esas
novelas que cuentan con agilidad relatos con trasfondo criminal, una
herramienta narrativa invaluable; una forma para contar historias a partir de
una promesa sencilla: proponerle al lector que siga una historia de crimen, que
en realidad podría importar poco, para contarle otra, que sí podría importar
mucho, que nos habla de profundas emociones humanas.
Llegué a estos
libros con la admiración que produce el descubrimiento de un mundo nuevo. Todo
sucedió en la época en la que me encontraba escribiendo mi primer libro de
cuentos, en la década de mil novecientos ochenta. Momento en el que cayó en mis
manos un volumen de Raymond Chandler, una colección de cuentos que incluía como
prólogo su famoso ensayo El sencillo arte
de matar. |
Raymond Chandler
|
Antes de ese
momento mis primeras lecturas relacionadas con el tema policiaco habían sido
pocas. Una historia sobre Eugène-François Vidocq el célebre ladrón del
siglo XIX convertido en infiltrado en el mundo del crimen, primer director de
la Seguridad Nacional de Francia y más tarde, en 1833, fundador de la que se
considera la primera agencia privada de detectives. Era una historia que leí en
una enciclopedia para niños y por tanto contaba todo en pocos rasgos, pero con
la suficiente información como para apasionarme con el personaje. Más tarde
descubrí las novelas y cuentos de Arthur Conan Doyle, que me prestó el papá de
un amigo mío a los trece años. Eran obviamente las aventuras de Sherlock
Holmes. En Un estudio en escarlata lectura incluida en este seminario, conocí
la biografía esencial de este personaje.
Lo que yo no
tenía por qué saber en aquel momento era que me había tropezado con los las dos
opciones icónicas que adoptaría el investigador en la novela policiaca. Vidocq,
amigo de la experiencia directa, se disfrazaba de delincuente –él mismo lo
había sido– para descubrir a otros delincuentes mientras que Sherlock Holmes
confiaba en la deducción y la observación de los detalles.
Por aquella
época de mi adolescencia el cine había hecho muy popular al personaje de James
Bond. Como sus películas eran para mayores de dieciocho yo no las podía ver,
pero nuevamente vino otro vecino en mi auxilio al prestarme su colección de
novelas y cuentos de Ian Fleming: Goldfinger,
Doctor no, Operación Trueno, etc. Por entonces también leía novelas de
espionaje, novelas de guerra, de vaqueros, casi todas escritas por Marcial
Lafuente Estefanía (autor español que escribió más de dos mil seiscientas).
Eran novelitas que se vendían en los mismos kioscos dónde se conseguían
los cómics y que uno intercambiaba en las peluquerías y zapaterías. De hecho
fue el zapatero de mi barrio el primer librero que me guió en esas lecturas;
esa literatura comercial barata que pronto superé porque comencé a leer un poco
más sofisticadamente cuando descubrí, en cuarto bachillerato noveno grado
actual), que mi destino estaba en la escritura.
Y eso hubiera
sido todo, en el campo de la novela criminal y sus variantes, de no haber
llegado a mis manos, como regalo de un amigo argentino, publicista, aquel pequeño
libro, de Raymond Chandler, publicado por editorial Diana de México, una
edición vintage de 1956. Allí
fue la primera vez que leí la clásica sentencia de Raymond Chandler acerca de
la diferencia entre el crimen perfumado a lo Agatha Christie y el realismo
brutal de lo policiaco como lo escribió Dashiell Hammett en Cosecha Roja.
“Todavía
hay gente que dice que Hammett no escribió novelas detectivescas sino
simplemente crónicas de barrios bajos con un elemento superficial de misterio
incluido en la obra como una aceituna en un Martini. Estas gentes son damas
otoñales que gustan de crímenes perfumados con magnolias en floración y
detestan que se les recuerde que el crimen es un acto de infinita crueldad aún
cuando a veces el que lo cometa sea un muchacho juguetón, un profesor de la
Universidad o mujeres hondamente maternales que peinan cabello cano.” [i]
Chandler se
refería, por supuesto a algunas novelistas inglesas, como Dorothy Sayers y
Agatha Christie, autoras especializadas en la llamada “novela enigma” que es
como la novela rosa de lo policiaco. Más adelante continúa desarrollando sus
ideas:
“El
realista del crimen escribe sobre un mundo donde los pandilleros pueden llegar
a gobernar ciudades y poco les falta para gobernar naciones enteras; mundo en
que los hoteles, las casas de apartamentos, los más distinguidos y elegantes
restaurantes, son propiedad de hombres que han hecho su fortuna en casas de
asignación; donde una estrella de cine puede ser el contacto con bandas de
malhechores y tras el atento recepcionista que espera en el vestíbulo se encuentra
un jefe de chantajistas; un mundo en que el juez cuyos sótanos de la casa están
atiborrados de licor contrabandeado, recluye en prisión a un individuo por
llevar un pequeño frasco de vino la bolsa del pantalón; donde el alcalde de la
ciudad puede perdonar el crimen si le pagan por ello y donde nadie puede sentir
seguridad al andar en las calles oscuras porque la ley y el orden son cosas que
se predican pero no se practican.”[ii]
Gracias a ese
ensayo, El sencillo arte de matar, que supongo de obligada lectura para
este seminario, comenzó mi interés por el género policiaco realista, género
negro, hard boiled, genero duro, o como quieran llamarlo. Una categoría
de la literatura policiaca que estaba más cerca del mundo y de la naturaleza humana,
por tanto más cercana a la literatura a secas.
A partir de
la lectura de esa colección y nuevamente gracias a mi amigo publicista, conocí
a los grandes autores del género. Era el final de los años setenta en Bogotá y
a nadie le interesaban estos libros que en cambio eran muy comunes en México y
Argentina, países donde había una tradición lectora y un medio editorial
interesado en el tema. Sin embargo, cuando terminé mi primer libro de
cuentos que se publicó en 1981 la única referencia que hice al género es que un
personaje lee en un bus una novela de Dashiell Hammett.
Luego completé mi educación
sentimental literaria sobre el género a través de la inolvidable colección de
novela negra de editorial Bruguera. Con la lectura de esos escritores comencé a
fascinarme por esa capacidad de síntesis para desarrollar la acción. El
inteligente empleo de eso que yo llamo el “síndrome de Sherezada”, o sea el
buen uno del suspenso para mantener la atención en los detalles, en las características
de los personajes, en el proceso de la narración. En fin, descubrí que esas
novelas eran un tren de alta velocidad para contar historias de manera
vertiginosa sin perder la noción de la buena literatura. El suspenso inherente
al género hace que literalmente el lector no pueda detenerse durante horas.
De las muchas razones que
se me ocurren para explicar esta condición, tal vez valga mencionar que los
primeros cuentos de esta forma narrativa, publicados en las revistas populares,
terminaron vertidos en novelas y en guiones que luego fueron llevados al cine.
Del cine, volvieron a la narrativa. El género negro escrito y filmado se ha
retroalimentado mutuamente.
Un elemento común a las
dos formas de narrar, el suspenso, suele hacer énfasis en elementos que son
importantes para los personajes, pero no para el escritor. Es lo que se recoge
en la que podríamos llamar la teoría del Macguffin. Quien mejor la cuenta es el
director de cine Alfred Hitchcock.
De acuerdo con este director
inglés, el Macguffin es la zanahoria que se le pone al frente al lector (o
espectador en el caso de Hitchcock) mientras se le propina el golpe sorpresivo
del argumento.
Dice Hitchcock, en su
famosa entrevista con el también director Francois Truffautt:
(El Macguffin) “es un
rodeo, un truco, una complicidad, lo que se llama un «gimmick». Bueno, esta es
la historia completa del Mac Guffin.
Ya sabe que (Ruyard) Kipling
escribía a menudo sobre los indios y los británicos que luchaban contra los
indígenas en la frontera del Afganistán. En todas las historias de espionaje
escritas en este clima, se trataba de manera invariable del robo de los planes
de la fortaleza. Eso era el «Mac Guffin». «Mac Guffin» es, por tanto, el nombre
que se da a esta clase de acciones: robar… los papeles, robar… los documentos,
robar… un secreto. En realidad, esto no tiene importancia y los lógicos se
equivocan al buscar la verdad del «Macguffin». En mi caso, siempre he creído
que los «papeles», o los «documentos», o los «secretos» de construcción de la
fortaleza deben ser de una gran importancia para los personajes de la película,
pero nada importantes para mí, el narrador.”[iii]
El Macguffin, de acuerdo
a esta propuesta, consiste en proponerle
al lector que se obsesione con una historia mientras se le cuenta otra, que de
manera previsible es la verdaderamente importante. Es casi el mismo principio del cuento. La historia
sumergida o paralela en el cuento es la importante, no la evidente, o la que le
da sentido a la historia evidente. Tal vez por eso el género negro, en un
principio, encontró su mejor encarnación en el formato del cuento moderno donde
se desarrolló durante sus años iniciales en las revistas de Pulp fiction. |
Alfred Hitchcock
|
Porque si
bien es un género que nació como literatura dirigida a personas poco
ilustradas, en sus vagones pueden subirse toda clase de historias, desde la muy
vulgares y solo interesadas en el crimen, hasta sofisticados relatos con
personajes poderosos casi salidos de la pluma de William Shakespeare. De hecho,
algunas sentencias del detective Phiiph Marlowe, personaje de Raymond Chandler,
parecen escritas por el dramaturgo de Avon.
De lector a autor
Mi primer intento en el género fue
una novela corta destinada al lector juvenil (Una aventura en el papel) en la cual hice una parodia del detective
de las novelas de Raymond Chandler. Cuando la escribí (1987) pensé que sería apropiada
exclusivamente para algunos lectores jóvenes. Había en ella un cierto juego de
metaliteratura, qué entonces me parecía arriesgado pero que hoy resulta muy
común, al punto de que en la actualidad Una
aventura en el papel la leen niños desde los ocho años de edad hasta adolescentes
que ya despuntan barba. Además continúa siendo reimpresa de manera periódica, asunto
que no deja de sorprenderme. Luego de esa novelita publiqué mi segundo libro de
cuentos, El informe de Gálves y otros Thrillers (1992) que fue mi barco
insignia con el cual levanté la bandera de la calavera y las tibias
entrecruzadas. Fue una declaración pública de mi compromiso con el genero
negro, pero también una manera de explicar mi particular manera de entenderlo:
lejos del estereotipo del detective vintage, del detective paródico, o
del detective a secas. En ese conjunto de cuentos no incluí casi elementos
convencionales del género negro más comercial. No había ni detectives privados,
ni policías y el crimen era un hecho casi marginal. Sin embargo la esencia del
género estaba en cada página, en la mirada que hacía a los fragmentos de la
realidad narrada.
Luego esos elementos
y esta pasión han evolucionado, he cambiado muchos puntos de vista, pero sigo
empeñado en hacer una versión propia de este género. Mis cuentos, mis novelas
se acercan y se alejan del genero negro en una búsqueda personal que no termino
de explorar. Porque para mí la virtud principal de este género es que puede adaptarse
a casi cualquier forma narrativa, a casi cualquier historia, en cualquier
novela y dotarla de recursos eficaces para narrar con profundidad y amenidad; un
factor que no es despreciable en los tiempos que corren.
Hago esta
aclaración porque lo que expondré esta noche será, más o menos, el producto de
mi experiencia como lector y escritor de esta literatura considerada de consumo
en los países del primer mundo, pero más o menos poco reconocida por el famélico
mercado lector de Colombia. Tal vez por eso un editor me decía, hace algunos
años, que los lectores colombianos asocian esta narrativa con el periodismo
amarillista, crímenes y sangre y nada más.
Quizá esta situación
haya evolucionado un poco, pero todavía encuentro personas que creen que esta
narrativa no es más que la página de al lado de la crónica roja. Un prejuicio, en
todo caso, pues el género negro es mucho más que un cadáver en un callejón.
La novela
policiaca realista, es más bien una encarnación de la novela de caballerías
como la entendía don Alonso Quijano. La expedición de un héroe en busca de desfacer entuertos sociales e
injusticias. Es por tanto una versión de la novela de aventuras.
La aventura
es un elemento que considero fundamental en la lectura. No concibo leer un
libro que no me lleve a compartir una aventura. Esto no siempre tiene que ver
ni con crímenes ni con barcos piratas, o caballeros con armadura. Creo que toda
buena novela o cuento nos lleva a una exploración intimista de un aspecto de la
vida y de unos sentimientos humanos. Y aquí radica un aspecto de lo que me
interesa subrayar esta noche. Escribir sobre asesinos no es interesante, tampoco
lo es develar su modesta naturaleza; por eso prefiero más el punto de vista de
la victima que del victimario. Prefiero la mirada compasiva de un Heining
Mankell, que no se priva de mostrarnos la violencia del crimen en cualquiera de
sus novelas (La quinta mujer, Los perros de Riga, etc), al regodeo en
el alma del asesino que hace un Jim Thompson, también en cualquiera de sus
novelas (1270 Almas, El asesino dentro de mí, etc).
Toda
gran literatura es una expedición de aventuras. Cuando leemos una novela como Madame
Bovary estamos explorando el territorio íntimo del ser humano. Cuando
leemos La Isla del Tesoro penetramos en los misterios de la exploración
del siglo XIX. Toda gran lectura es la expansión de la capacidad intelectual.
Ese estado de gracia en que la imaginación suele dejarnos sumidos.
Por eso me
interesa más el genero negro realista, que la novela policiaca criminal
propiamente dicha, que se encarga de manipular el crimen como si fuera un juego
de mesa, solo que más parecido a las damas chinas que al ajedrez.
Pero, continúo
aclarando estas ideas.
¿Qué es el género negro?
Lo primero que tendría que proponer en esta charla introductoria a
este seminario sobre este género, sería preguntar, pregunta retórica puesto que
voy a la respuesta yo mismo ¿Que es, o que no es? ¿Es un género menor? ¿Es una forma
comercial, nada más?
Tal vez podría comenzar con una aclaración, el
género negro pertenece al universo de la narrativa policiaca, sin embargo no
toda narrativa policiaca pertenece al género negro. Dentro del amplio espectro
de la literatura policiaca existe una gran diversidad de posibilidades
formales, desde la novela de enigma, novela criminal o ficción política, hasta
el policiaco realista, como lo bautizaron los editores franceses al crear la
serie “noir”. El género negro es un punto aparte dentro de lo policiaco. Es, claro
está, una mirada crítica a la sociedad; es una novela de entretenimiento, pero
también es un vehículo de alta velocidad para contar historias y su influencia
desborda el marco al que algunos editores han querido ceñirlo, porque influye
en toda forma narrativa. Cada vez resulta más difícil encontrar un libro
exitoso donde no se encuentre su influyente presencia. |
James Ellroy
|
La novela
policíaca de enigma suele estar poblada por personajes estereotipados donde el
detective es solo otra más de esas caricaturas aristocráticas, atendidas por
meseros de frac. Incluso en las muy inteligentes novelas de Chesterton,
protagonizadas por el padre Brown tiende a pasar lo mismo. La búsqueda y el
castigo de un culpable es la redención posible en estas novelas. La razón es
sencilla: en esas novelas el crimen es el fin en sí mismo; es la razón de ser
del argumento y de los personajes; el motivo que mantiene la atención en la
lectura, por tanto sus personajes tienden a ser pobres porque lo importante es
la trama. En cambio, en las novelas policiacas realistas el crimen solo es un
medio que permite contar otras historias, otras tragedias. A veces la trama
criminal también es interesante y atractiva, pero en ese caso solo es un bonus track. La ausencia de una solución
agradable también es un constante. Capturar al culpable puede ser un motivo más
de perplejidad, porque lo importante no es la revelación de la trama criminal,
sino interpretar al crimen como el hilo conductor que lleva del cadáver a los
perpetradores intelectuales. Por eso la
literatura criminal que se reduce a la encuesta del crimen es un poco limitada.
En el negro el crimen es más el punto de partida para construir personajes y
situaciones complejas.
Los elementos de lo que podríamos llamar literatura
criminal ya se encuentran presentes en obras milenarias como Edipo Rey de Sófocles.
Es la historia de Edipo que asesina a Layo, su padre,
el vigente rey de Tebas. Luego se casa con su viuda, Yocasta, y da cumplimiento
a una terrible profecía. Edipo matará a su padre y se acostará con su madre.
El centro de esta historia que ha sobrevivido por veinticuatro
siglos, es una oscura trama criminal: un
asesinato en un cruce de caminos. Aunque Edipo Rey es una primera noción de la
literatura criminal, pero ya contiene todo lo que un buen thriller quisiera
tener: crimen, sexo, incesto y conflicto político.
Edipo Rey, desde un primer punto de vista, es una encuesta
investigativa sobre un crimen. Es un drama criminal. Sin embargo esta obra es
recordada por sus temas de fondo, no por su historia criminal. Las razones para
su permanencia en el tiempo no es el crimen sino la aparición de un elemento
cultural que nos habla de las creencias de los hombres de su tiempo: el oráculo
como representación del pensamiento mágico o la superstición y las terribles consecuencias
morales que desencadena aquel asesinato.
El crimen de Edipo es una metáfora sobre la lucha por el poder tribal en un reino de
hace dos mil cuatrocientos años. El crimen en la novela negra contemporánea es
un asombro que abre la puerta hacia asuntos mas perturbadores. Usa el crimen
para explicar la vida y sus pasiones, pero no convierte la encuesta criminal
propiamente dicha en su objetivo principal.
Los primeros rasgos de lo que se comenzó a denominar
literatura criminal se encuentran mayoritariamente en obras del siglo XIX. Las del género negro aparecieron en la narrativa
policiaca de la década de 1930, dos momentos claves en el desarrollo del género
y por tanto importantes para el sentido de esta conferencia.
Nataniel Hawthorne, el gran cuentista norteamericano
public aficionado Augusteo. A amente
ens literarrias, es pobre. RTA FORMA ES EL REV﷽﷽irada que da sobre la realidad.
Lo negro es una fó en 1834 un primer ejemplo de lo que sería el cuento con
elementos de investigación policiaca. La
catástrofe de Mister Higginbotham. Como es natural el detective todavía no
existe, pero es un vendedor de tabaco el que hace la encuesta criminal y
termina por develar el misterio y es gratificado con largueza.
A Poe se le ha echado la culpa de haber creado el
relato policial. Esto tiene tanto de cierto como de inexacto. A él le
interesaban los relatos analíticos, en los que el juego de los componentes daba
como resultado soluciones sorprendentes. Los
crímenes de la calle Morgue, es un cuento que no está construido alrededor
de las víctimas sino del misterio de cómo las destrozaron. Esta primera salida
del detective aficionado Auguste Dupin lo que interesa es la resolución de un
misterio y no de las causas del crimen. Hay algunos elementos que luego serán
comunes a la narrativa negra, particularmente el placer que siente Auguste
Dupin, al burlarse de la Policía, gracias a su particular y afinada capacidad
de análisis. Según Brander Mathews: “el verdadero cuento policial como lo concibió Poe
no se basa en el misterio en sí, sino más bien en los sucesivos pasos que
permiten al observador analítico resolver el problema y que podrían ser
desechados por cualquier ser humano”. Luego, Arthur Conan Doyle con su Sherlock
Holmes llevaría el raciocinio forense a extremos que siguen siendo modélicos
dentro de lo policiaco.
Aquí cabria hacer mención al surgimiento de la
institución policial como un elemento que contribuye a la configuración del
genero policiaco. La existencia de un cuerpo regulador de la vida en sociedad,
es muy antiguo. El papel de la Policía o el cuerpo armado equivalente, ha
tenido muchas funciones, controlar esclavos, proteger emperadores, perseguir
ladrones, etcétera.
Se considera que el primer cuerpo de policía se creó
en España en el siglo XV, se llamaba la Santa Hermandad. Es mencionada en el
Quijote en el episodio de los Galeotes. Sobra decir que Cervantes conocía a
esta Policía muy bien ya que debido a los diversos problemas de tipo económicos
que sufrió, antes y después de escribir el Quijote, fue apresado por la Santa Hermandad
en un par de ocasiones. Por otro lado, también vivió once años secuestrado en Argel
lo que le permitió conocer como vivían las victimas de la injusticia.
La policía como una
institución que centraliza el poder de coerción ciudadana surge en Europa en
las primeras décadas del siglo XIX. Su aparición tiene lugar en una época en
que la concentración de la riqueza se hace cada vez más grande al mismo tiempo
que la pobreza también se extiende de manera incontrolada. Dos aspectos
íntimamente relacionados con la revolución industrial.
Curiosamente la máquina de vapor que provocó esta
revolución industrial también sacude el negocio de la imprenta y facilita la
multiplicación de las ideas y de la producción literaria. Se crean las
condiciones para el desarrollo de una industria editorial en la que surgirá el
cuento moderno, la novela por entregas o de folletín, que a su vez consolidarán
el gran momento de la novela moderna durante el siglo XIX.
Durante ese siglo algunos autores dedican muchas
páginas a la vida criminal, aunque no necesariamente desde el punto de vista de
la búsqueda del criminal y su explicación de los hechos, sino simplemente
mostrando la miseria de la condición humana. Balzac, Dumas, Victor Hugo y muy particularmente
Charles Dickens. Aunque sería su asociado, Willkie Collins, con quién escribía
y producía piezas de teatro, el que propondría la que podemos considerar primera
novela policiaca, pues incluía algunos elementos de lo que más adelante se
conocerá como novela negra. Se trata de la La piedra lunar, en la cual encontramos
el detective anómalo, o investigador que no responde a ninguna autoridad. Es un
detective que proviene en línea directa de Arsenio Dupin y Sherlock Holmes.
La mayoría
de las novelas criminales, tienden a tomar prestados sus esquemas de la comedia
clásica: un impulso demoníaco (avaricia, deseo, celos, ira) y un acto
calamitoso (el asesinato) ponen a una personalidad y a una sociedad (familiar,
barrial, ciudadana) al borde de la aniquilación hasta que el crimen es
resuelto, el impulso contenido y la personalidad reintegrada, de modo que la
sociedad pueda proseguir con su armoniosa misión.
Dice
Hubert Pöppel en su conocido texto: La
novela policiaca en Colombia:
“En su forma ideal,
la novela policíaca construye un mundo puramente ficcional, del cuál el
lector bien sabe qué es, por lo esquemático, un mundo altamente artificial (la
ficción de una realidad) y del que puede disfrutar porque le ofrece la
posibilidad de olvidarse momentáneamente de su propia realidad. El autor bien
sabe que el lector sabe que la novela no le ofrece sino una construcción y
ficción de la realidad. Lo sorprendente de la novela policíaca es que, en
general, ese conocimiento recíproco se refleja en el texto.”[iv]
Tal vez esta
cualidad de analizarse a sí misma o de proponer un escenario propicio para
ilustrar las miserias de la naturaleza humana hace que muchos autores
contemporáneos se inclinen por la parodia del género. Como si desde su origen
no fuera ya una parodia de la vida y de la muerte, una suerte de ópera oscura;
un juego narrativo que termina exhibiendo al ser humano con mucha seriedad.
Por supuesto que no
todos los autores interesados en este género cuentan con esa afilada navaja
estilística que es el humor. En nuestro medio se tiende a creer que el humor en
el policiaco es lo mismo que la parodia. De ahí los detectives que comen
chunchullo y morcilla, que hacen chistes gruesos y visitan burdeles. Se
confunde el humor con la caricatura más gruesa. Como de “meme” para redes
sociales.
El crimen, en el
género negro, como motivo es mucho más amplio que un cadáver en un callejón. En
la novela policiaca británica alcanza con un cadáver envenenado vestido de
smoking.
El poder
del detective
Aunque como autor no me
interesa el detective, sobre todo porque no me siento a gusto creando
personajes que en nuestro medio siempre han estado del lado del poder, como
lector lo disfruto mucho y por eso destaco su papel.
Por otro lado creo
que el detective como personaje no es indispensable, pero en cambio sí creo que
la mirada del detective (o su equivalente) es una condición indispensable para
la existencia del género.
Gracias a Auguste Dupin,
que no fue creado como detective sino como un inteligente analista, surgió ese personaje
que se ha convertido en sinónimo de la literatura policial, o de crimen: el investigador
que trabaja al lado de la ley sin obedecer del todo sus reglas. Este arquetipo
ha sido explorado hasta la nausea por los autores del género. Desde Dupin y Sherlock
hasta el inspector Wallander de Heining Mankell. Hay un catálogo que incluye
matones como Sam Spade, fracasados como Marlowe, asesinos como muchos de James
Ellroy, policías corruptos y mujeres como la detective Kinsey Milhone de Sue
Grafton
El detective ha
devenido en sinónimo del género. Por eso llega a creerse que sin él no es
posible la novela negra. Lo cual no es del todo cierto porque como sostengo, es
su mirada lo indispensable, no su figura.
Pero, en cualquier
caso, ¿quien es el detective? ¿Un ser dotado de superpoderes? ¿De una capacidad analítica excepcional?
Rara vez la ética
personal es un superpoder, pero se parece bastante. La fuerza física ayuda, pero no
necesariamente es definitiva. Muchas veces el detective ni siquiera está muy
capacitado para los golpes, tal vez sucede, con algunos personajes de la obra James Ellroy. Tampoco su capacidad de
análisis tipo Sherlock Holmes o Auguste Dupin es un poder excesivo. Sobre esto
Dashiel Hammett escribió:
“…muchos sistemas
de descubrimientos científicos son excelentes cuando se mantienen en su
terreno, pero cuando se establecen como métodos infalibles quedan en pura
charlatanería y nada más. el problema es que los criminales no son nada
científicos Y seguirán haciéndolo durante mucho tiempo, ya que uno de los
rasgos criminales más señalados es el infantil deseo de hacerse rico en un
abrir y cerrar de ojos.”[v]
Hacia 1915 Dashiell
Hamett, ingresó a la agencia de detectives Pinkerton. Pese a su nombre tan urbano,
esta agencia en realidad había hecho su prestigio protegiendo los trenes y los
envíos de la Wells Fargo. Era casi un ejército paramilitar que actuaba entre el
centro de los Estados Unidos y el polvoriento Oeste de la gran colonización
norteamericana. Hamett ascendió a detective y permaneció algunos años en ese
trabajo que le dio las experiencias que lo llevaron a escribir para los
magazines de pulp fiction, como Dime detective, Black Cat y otros similares.
Sus primeros
cuentos reflejan la naturaleza de su trabajo en la agencia Pinkerton, que en su
obra literaria será conocida como la Agencia Continental. Son cuentos, así como
su novela Cosecha Roja, ambientados en pueblos al borde de la vida rural, muy
Lejos de los callejones donde transcurrirán los primeros años del género negro,
en manos de otros autores.
Hammett definía el
oficio real del detective, ese que lo llevaba a estar largas semanas vigilando
una fábrica a debajo de un techo, o persiguiendo un ladrón de mercancías, de la
siguiente manera:
“Simplemente te
paseas por algún lugar sin perder de vista al sujeto y, salvo un golpe de mala
suerte, lo único que puede hacer que lo pierdas es que estés demasiado
preocupado. Se puede seguir durante semanas incluso a un criminal inteligente,
sin que lo sospeche. Se de un detective que estuvo siguiendo a un astuto y viejo
falsificador durante más de tres meses, sin levantar sospechas. Yo mismo
perseguí a uno durante seis semanas, cogiendo trenes y recorriendo, con él,
media docena de pequeñas ciudades; y yo, qué mido algo más de un metro con ochenta,
no era precisamente una persona discreta. No debería preocuparte la cara del
sospechoso. Para seguir a alguien es más importante el porte, la manera de
llevar la ropa, el aspecto general, los modales –todo lo que puede verse de
espaldas– que la cara.”[vi]
Aunque no es el
único autor en escribir sobre detectives privados, si es el más destacado.
Justamente porque en su vida real ejerció el oficio. Hammett, además tenía una
sólida formación literaria, lo cual hizo que sus escritos se destacaran sobre
la media de aquellos autores que sobrevivían con la paga de esas revistas, que
era un centavo por palabra.
La verdad es que el
trabajo del detective en la vida real es muy aburrido. Cuando yo comenzaba a interesarme
en el género policiaco aproveché un encargo periodístico y visité las oficinas
de detectives privados que había en Bogotá en la década de 1980. Eran oficinas
ocupadas por antiguos policías, o militares, que se ocupaban de casos de robo
continuado de almacenes, infidelidades y muy rara vez tenían que verse
comprometidos con asuntos de armas. Ellos mismos se burlaban de mis
requerimientos sobre su oficio, “no tiene nada que ver con las películas de James
Bond”, me decían.
|
Dashiell Hammett
|
Chandler que a su
vez había hecho la misma averiguación en algún momento en la ciudad de Los
Angeles, había descubierto lo mismo que yo descubriría años después. Que el
oficio real del detective privado es bastante aburrido. Por eso afirmaría en
algún momento, qué el detective privado del género negro es una invención
literaria.
Por supuesto que
más tarde aparecerían autores que gustarían detectives más relacionados con la
realidad: personajes rudos y algo
corruptos, como es el caso de James Ellroy. Cuyos policías se parecen mucho a
los que conoció en sus años vivir en las calles y dormir en campos de golf al
aire libre.
Pero incluso estos
policías duros y realistas tienen muchísimo de invención literaria. Si damos
una mirada a los detectives construidos por los escritores encontraremos esta
regla de oro: son básicamente
convenciones literarias. Parecen reales, hablan del mundo real, pero no
vienen de allí. O por lo menos no demasiado. El catálogo es amplio. El detective sin nombre de Cosecha
roja, de Dashiell Hammett, que acaba con una sociedad del crimen en un pueblo
fronterizo, recuerda características de los detectives de la muy real agencia
de detectives Pinkerton, en la cual trabajó Hammett. Sin embargo, su más
conocido detective, Samuel Spade, es absolutamente una maravillosa creación
literaria. Al igual que el legendario Philiph Marlowe, de Chandler. Hay
oficiales de policía, como el de Petros Markaris. Detectives más o menos
paródicos, como Beroscarain de Paco Ignacio Taibo, o el primer Carvalho de
Vasquez Montalban; está Mario Conde el detective
medio intelectual del cubano Padura, o el existencialista inspector Walander de
Heining Mankell.
El detective en la
novela policiaca tiene una larga historia y una presencia dominante. Es su
marca de fábrica. Sin embargo, yo me inclino a creer que el detective, en el
caso del genero negro, no es necesariamente obligatoria. Por lo menos bajo la
encarnación de un private eye, o de
un inspector de policía, o un juez, o cualquier otra autoridad judicial. En
cambio si considero indispensable su mirada, aunque no sea la de un detective. Es
un pegamento fundamental de la trama. Y una manera de definir esta mirada del
detective, es entenderla como algo más participativo que la de un narrador. Esa
mirada del detective se convierte así en la de un observador privilegiado. Un
analista que es algo más que un testigo. Puede ser la mirada de un periodista,
un ciudadano de a pie o cualquier testigo que conozca los acontecimientos. La
mayor parte de las veces esta mirada adopta la forma del narrador en primera
persona pero también puede ser el eje de la narración en los relatos contados
en omnisciente.
Tal vez el gran
poder del detective o de quien ejerza esa mirada participativa sea el de ser un
sobreviviente. El detective no evoluciona en la mayoría de las sagas
detectivescas. Va en contra de la ley no escrita donde el protagonista de la
novela evoluciona de acuerdo al argumento.
El detective cumple
un papel curioso y contradictorio. Parece ser el protagonista pero no lo es.
Los verdaderos protagonistas son aquellos seres cuyos avatares son narrados a
través de la mirada del detective.
En realidad el
detective termina siendo un falso protagonista de sus novelas. O un peculiar
protagonista, pues nunca cambia, cruza por sus propias aventuras apenas con
heridas en el cuerpo y en el alma. Termina convertido en ese narrador
privilegiado que nos cuenta el destino de los verdaderos protagonistas, las
víctimas, sea que sobrevivan o no. Por eso algún especialista en el género
decía que en la novela policiaca solo los secundarios mueren. Yo rectificaría,
diciendo que solo los verdaderos protagonistas mueren, el detective casi nunca.
Esto es algo que
hace muy artificial al detective, pero también puede decirse que es parte de su
naturaleza. Normalmente una narración de ficción cuenta un hecho extraordinario
que le ocurre a una persona ordinaria. Resulta extraño que a un persona
ordinaria, como lo es cualquier detective, le sucedan tantas cosas
extraordinarias. Por eso mismo resultan un poco inverosímil aquellas
colecciones de cuentos en las cuales el protagonista le ocurren todas las
historias, pues por naturaleza el cuento narra una situación extraordinaria que
le ocurre a una persona ordinaria.
Chandler
consideraba que el detective, pese a ser un personaje que solo puede existir en
la novela policiaca, es el elemento que genera el equilibrio de la justicia, en
un temprano
estudio (1957) sobre la obra de Raymond Chandler, un comentarista francés, Robert
Champigny, señaló:
“Chandler cuida extraordinariamente el ritmo.
Así es cómo, tras la primera reacción ingenua, se desprende de estas novelas
violentas, teatrales, una firme tranquilidad, una serenidad poética. La
redención no está ligada al personaje del detective como afirma Chandler en su
manifiesto (El sencillo arte de matar)
sino que es, afortunadamente, más intrínseca: es la obra en sí.”[vii]
Lo político
Si el detective sólo es el protagonista en
apariencia. Los verdaderos protagonistas son las víctimas del crimen. El individuo, por tanto,
se encuentra enmarcado por sus circunstancias sociales. De hecho el discurso de
la novela negra nunca se aleja del alegato ético contra el poder. Y ese es otro
elemento esencial en el género. El
crimen es una metáfora de la enfermedad social, no es un destino en sí mismo,
es un medio para representar otra clase de delito más amplio y significativo
para la sociedad.
El género
negro considerado como la versión realista de esa novela artificial como es la
policiaca, se ocupa de ofrecer una mirada crítica sobre la vida social. Al
ambiente donde los individuos hacen su vida. Por eso podría considerarse como
una versión moderna y contemporánea ddel detective, a la que me he referido, son
narradosarece ser el proitago nista pero no lo es. Los verdaderos protagonistas
soáner de la alguna vez mal
llamada “novela social”. El negro es un género político. Cada vez más
posmoderno y sorprendente, pero político hasta el tuétano. Esa mirada del
detective, a la que me he referido, pone el acento en el ser humano y sus
alrededores. Es la puesta en escena de hombres y mujeres que se recortan contra
el violento e injusto fondo social en el cual luchan por sobrevivir.
Esta es una de las razones por la cual la
novela negra es en sí misma el vehículo mediante el cual se produce la catarsis
del lector frente a las miserias de la existencia.
Pero no hay que confundirse y pensar que es un
género moralista. En general los autores de esta narrativa no creen que la
policía protege al ciudadano, más bien el ciudadano necesita que lo protejan del
abuso policial, del abuso del poder. Este es casi el paradigma general que da
sentido al género negro. Digamos que es una forma que analiza las anomalías de
la ley.
Si la narrativa policiaca de enigma, al estilo
de Ágatha Christie, se encargó de establecer el asesinato como un acto de buen
gusto, y si, además, hay una narrativa policiaca que se encargó, cómo le
gustaba a Poe y a Conan doyle, de observar el crimen como un experimento de
laboratorio; el género negro se ocupa de
lo que no es tan elegante. De La basura
social. Qué es el margen donde el individuo se pierde más allá de los bordes de
la ley.
Esa mirada es la
que lleva al lector a sumergirse en la furia del vendaval social con un
salvavidas que le permite salir a la superficie. Ese flotador es la misma
novela. No hay moral, no hay discurso vivificador ni valores que se trasmitan.
La lectura de las novelas son en sí misma la catarsis que transforma al lector.
Un
género influyente
Puede decirse que el género negro tiene una
estilística peculiar. Una manera efectiva de utilizar el suspenso, que de todos
modos está presente en casi cualquier obra narrativa. Es la tensión o el “efecto
de Sherezada”, eso que consiste simplemente en decirle al lector: “esto te lo
cuento después”.
Pero por otro lado sus formas de contar qué buscan
la mayor eficiencia, sin desconocer la poesía del lenguaje, hacen que su
influencia se encuentre presente en otras formas narrativas
contemporáneas.
El género negro desborda sus límites, se inmiscuye
en todas las formas narrativas. Pero ¿por qué razón? ¿Será porque estimula
nuestra adrenalina lectora? ¿Será que produce el mismo efecto morboso que hace
que los conductores se detengan a ver los accidentes al borde de la carretera? ¿Será
por aquel elemento qué hace que los animales se alarmen cuando ven a un
congénere muerto: el temor a la muerte? En términos literarios, entonces
podríamos pensar que es el temor al final. La ansiedad de conocer los secretos
mejor guardados de los personajes. De lo que no dominamos. En suma, se trata de
ese temor a la nocturnidad. Ese temor a la noche. Ese temor al bosque oscuro. Al
mundo de los dragones o al de los habitantes de la carrera séptima a
medianoche. El miedo y la curiosidad como dos fuerzas que se atropellan
mutuamente. El deseo de mirar en la boca de la muerte para entenderla y no
temerle. Ese sentimiento tan básico, quizá es en el que se fundamenta el
género.
Y esa curiosidad es la que cualquier escritor
quisiera imprimirle a todos sus textos de ficción. Por eso creo que cada vez se
profundiza esa línea que separa al policiaco paródico comercial, más o menos
repetitivo, en el que resulta indispensable el crimen, la sangre y el
detective, de esta otra corriente en la que el Thriller o género negro se va
imbricando en los temas convencionales de la literatura haciendo surgir una forma
contemporánea, más acorde con el volátil lector de nuestro tiempo.
Por eso, como una recomendación obvio, considero que
conviene conocer los mecanismos de la novela negra. Su efectividad para
describir y construir escenas. El interés que logra despertar en el espectador.
Esa misma eficiencia que sirve para contar cualquier historia. Que enseña a
administrar los recursos, a no
perderse en disquisiciones lejanas a la idea central de lo que queremos contar.
Y ese es otro
encanto de esta variante narrativa y realista de lo policiaco.
[i] Chandler, Raymond. El sencillo arte de matar. Editorial
Diana. México D.F. 1956.
[iii] Truffautt, Francois. El cine según Hitchcock. Alianza
Editorial. Madrid. 1974
[iv] Pöppel, Hubert. La novela policiaca en Colombia.
Editorial Universidad de Antioquia. Medellín. 2001.
[v] Citado en, Johnson, Diane. Dashiell Hammet, Biografía. Six Barral.
Barcelona. 1985.
[vii] Citado en Hoveyda, Fereydoun. Historia de la novela policiaca. Alianza
Editorial. Madrid. 1967.