Por razones de trabajo, con mis estudiantes, leí hace poco Los ejércitos de Evelio Rosero. Fue una nueva lectura de esta novela (que había leído hace cinco años, cuando salió) pero que volvió a generar en mí la misma inquietud. La sensación de que es la primera novela moderna sobre la mal llamada "literatura de la violencia colombiana".
En esta literatura sobre la violencia se reconoce un primer periodo que cubre las obras que se intentaron desde la década de 1940, hasta la década de 1970, más o menos. (Según algunos analistas literarios son 74 novelas). Entre ellas se destacan El cristo de espaldas, de Eduardo Caballero Calderón, El día señalado, de Manuel Mejía Vallejo, algunos de los cuentos de Hernando Téllez, La casa grande de Álvaro Cepeda Samudio y muchas novelas inanes e intrascendentes que contrastaban con los cuentos de Gabriel García Márquez en Los Funerales de la Mama Grande y su novela La mala hora. En menor medida, pero también enmarcable en ese grupo de novelas sobre la violencia se podría incluir El Coronel no tiene quien le escriba, novela en la cual la violencia de la guerra de los mil días está ligada a la violencia por la tierra de los años cuarenta del siglo XX.
Este pequeño grupo de novelas, de todos modos no impidió que el mismo García Márquez, al hacer un balance sobre este periodo de la literatura colombiana, la definiera como un simple “inventario de muertos”.
Hacia 1970, gracias a la influencia de este autor, surge una nueva y amplia generación de escritores colombianos, entre los cuales todavía hay varios activos, como Oscar Collazos, o Miguel Torres que escriben sobre el tema de la violencia urbana. Sin embargo la mayoría de escritores de aquella generación fue un poco ingenua, fue muy influida por la militancia política y su obra se diluyó en gran parte, en buenas intenciones.
La violencia rural se convirtió primero en una imposibilidad. Ningún escritor lograba un acercamiento vivo al tema. Pesaba mucho García Márquez y su llameante y crítica opinión sobre el inventario de muertos.
Hoy existe un amplio espectro de novelas sobre el conflicto colombiano. Pero prácticamente ningún escritor importante había vuelto a intentar un retrato de la violencia rural, hasta la llegada de Los ejércitos, de Evelio Rosero.
La violencia rural contemporánea ha sido contada más por sus protagonistas, a través de libros testimoniales, los paramilitares, los secuestrados, los militares, que por la literatura. Abundan los libros testimoniales donde secuestrados, o secuestradores cuentan su versión, unos desde la libertad los otros desde la cárcel. Es casi un género literario, “el libro de delincuente” y “el libro de secuestrador”. Hay por supuesto un proyecto que reina sobre todos estos textos oportunos y oportunistas, es ese monumento llamado Memoria Histórica, el proyecto dirigido por el historiador Gonzalo Sánchez. Gracias a este trabajo de investigación se ha recuperado la memoria de las víctimas, se ha cuantificado el alcance del delito paramilitar, se conocen los móviles (los mezquinos móviles) de los usurpadores de tierras y en general es una pequeña biblioteca que ilustra claramente cómo es el conflicto colombiano. Sin embargo, este trabajo hecho desde las ciencias sociales, aún no encuentra su equivalente en la literatura del conflicto. A excepción, claro, del libro de Evelio.
Pero, ¿qué hace diferente a Los ejércitos?
Obviamente,
La forma. El narrador. La voz narradora es la de alguien camino del patíbulo. No es un relato que narra en retrospectiva sino que avanza con el personaje hacia su destino. Hace remembranzas sí, pero siempre el tiempo de la novela nos va llevando de un estado de terror a otro estado de terror y destrucción.
El argumento. Que recoge un inventario del conflicto y lo supera. Pese a que el pueblo donde se desarrolla la historia es un lugar genérico (Rosero habla que se inspiró en muchos pueblos de cordillera de Nariño donde pasó su adolescencia), la novela también muestra los fenómenos de la ciudad. Ya no es un pueblo incomunicado (como los descritos por las 74 novelas de la violencia), los medios de comunicación notan que el pueblo existe, por lo menos cuando un cilindro bomba destruye la iglesia, o cuando hay una masacre.
La atmósfera. Es un acercamiento intimista a la violencia. Incluye, de hecho, elementos ya tratados en novelas como El día señalado o La mala hora. Pero los lleva más lejos: los sustrae del estereotipo. El retrato del cura del pueblo es preciso e implacable. La historia del cura con mujer, servidor de dios y de los hombres.
Los ricos del pueblo se muestran como son, sin necesidad de ser calificados como tales. Casi sin darnos cuenta nos vamos enterando de quienes son los gamonales, aunque nunca son definidos así. En cierta forma, ellos son tan víctimas como cualquier otro. Los ejércitos solos se bastan a sí mismos, los civiles solo están a su servicio.
Es un retrato de los señores de la guerra. Aunque apenas vemos sus rostros lejanos: el del comandante enfermo que desprecia al curandero, el del capitán del ejército que asesina a tres civiles sin ninguna razón, el del guerrillero que le lanza una granada al protagonista, a través de ellos distinguimos con claridad las muchas cabezas de la hidra de la guerra.
Las desapariciones. Son casi de película de horror, propias del terror fantástico. La violencia es tan demencial, como dice Rosero, que resulta irreal. El terror va cercando al hedonista maestro que narra la novela, hasta que descubre junto a él al anónimo combatiente que se apresta a asesinarlo.
Por todo esto, y muchos otros detalles que me quedan sueltos, Los ejércitos es una novela excepcional.
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