En su conocido ensayo Los negroides, Fernando González, el filósofo de Otraparte, el pensador de Envigado, decía la "Vanidad es la ausencia de motivos íntimos, propios, y la hipertrofia del deseo de ser considerado". Más adelante subrayaba "La vanidad está en razón inversa de la personalidad. Por eso, a medida que uno medita, que uno se cultiva, disminuye".
Estas ideas de Fernando González me llevaron a pensar en esas personalidades insufribles, pagadas de sí mismas, agotadoras en su narcisimo y a plantearme una pregunta obvia ¿Los escritores somos vanidosos? ¿No es esa una acusación recurrente al gremio?
Tal vez, pero...
Los escritores son seres con un ego enorme, un ego incluyente que los lleva a querer compartir sus experiencias con los demás. Pero ese ego no necesariamente es vanidad. El sociópata (el asesino, por ejemplo) también tiene un ego enorme, pero es un ego excluyente que antepone sus privilegios y su visión personal a la de todos los demás, no comparte, impone. El sociópata es vanidoso por principio y probablemente dueño de un ego muy pobre.
Entre mis estudiantes de escritura creativa abundan los grandes egos, como es natural. Y a veces, afortunadamente pocas veces, aparece algún vanidoso. Se destaca. En medio de todos esos egos reunidos dispuestos a progresar un poco en su afán de compartir el mundo, aparece un vanidoso o vanidosa, que todavía no se ha cultivado, como diría Fernando González; cuya personalidad no ha crecido y por eso sufre de "la hipertrofia del deseo de ser considerado". Es de esos escritores que no soportan que les señalen sus errores. Que consideran que su estilo es el cúmulo de prejuicios y de errores que sustentan su escritura. Normalmente este rechazo a la corrección les impide avanzar, crecer, encontrar su voz. Creen que ya la tienen.
Por eso creo que los escritores que profundizan en su obra, que encuentran el camino de su realización vocacional, tienen un ego enorme pero no son necesariamente vanidosos. Y también creo que la calidad de un escritor se mide en su capacidad para aceptar la crítica de sus correctores, de sus editores, y sobre todo, de sus lectores.
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