Este es el título de un estremecedor
documental de Werner Herzog realizado en 1971. Trata sobre un centro de acogida
para personas sordociegas donde nos descubre el mundo de una de ellas, Fini
Straubinger, una mujer que debido a un accidente perdió dos sentidos fundamentales,
el oído y la vista y aprendió a comunicarse mediante el tacto. Cuando vi esta
película revaloricé absolutamente esa bendición de la vida que es el poder
escuchar y ver las maravillas de este mundo.
Fotograma del documental de W. Herzog. |
Pero ¿por qué me viene a la memoria este
documental? Tal vez porque hace unos días leí un artículo sobre cómo sería el
mundo sin los libros. Sin esos depósitos de saber y de la memoria del hombre.
Probablemente sería un mundo más oscuro que esa tierra del silencio y la
oscuridad que nos mostraba Herzog. Pero ese mismo artículo nos recordaba que son
muchas las personas que viven en esta condición. Puede decirse que la
mayor parte de la humanidad, en la actualidad, vive sin los libros. Sin
necesitarlos. Sin deberles nada.
Y lo más extraño es que esas personas que han vivido su vida sin abrir un libro
son felices. O podrían ser felices a su manera, o en todo caso no hay ningún
estudio que nos diga que los libros les hicieron falta. Es probable que tengan
alguna y hasta mucha información recibida a través de la radio y la televisión.
Pues vamos a suponer que tampoco leen periódicos o revistas.
La mayoría de esas personas leen mensajes en sus smartphones, por tendencia,
por seguir la corriente, por la razón que sea. Esas personas que pueden pasar
felices sin abrir un libro jamás, difícilmente podrían pasar un día sin tocar
un Smartphone, sin revisar sus mensajes de texto.
En nuestro país hay incluso un pequeño segmento de personas que no saben leer
ni escribir (2.078.000 personas de acuerdo a cifras del Ministerio de Educación)
y que por tanto no solo no han tocado un libro sino que tampoco pueden usar su
teléfono portátil (si lo tienen) para escribir y leer mensajes de texto.
No hay que ser muy sagaz para imaginar que esas poco más de dos millones de
personas están en la base de la pirámide social colombiana. Pero también estoy
seguro de que tampoco han leído un libro jamás muchas de las personas
que están al otro lado del espectro social, o sea entre el cinco por
ciento de la población con mayores ingresos y con algunos estudios.
Este cinco por ciento de la población colombiana, que, aunque pudiendo hacerlo,
nunca abre un libro o escucha una melodía hermosa, u observa una imagen
estremecedora, o mira una película ingeniosa o sorprendente, vive en un
silencio y una oscuridad más profunda que el de Fini Straubinger, la
protagonista del hermoso documental de Werner Herzog. Son personas que tienen,
a cambio, el ruido y los fuegos artificiales que se encienden cada minuto en su
smartphone (en promedio un usuario consulta su teléfono nueve veces por hora),
viven en un mundo de ruido y vanidad. Ahogados en la sobre oferta informativa
de las redes y la opinadera verborrágica de millones de personas que tratan de
diferenciarse entre ellas, sin conseguirlo.
El libro sigue siendo esa tierra firme
del silencio y la meditación. Un espacio que es luminoso, amable, cálido, donde
el pensamiento fluye, aclarando la oscuridad del mundo y donde nuestras ideas
se renuevan con cada título leído.
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