Ya he
mencionado, en este blog, que periódicamente visito colegios en diversas
ciudades del país por encargo de la Editorial Panamericana que publica mis
novelas para lector juvenil y mi libro de cuentos Cincuenta agujeros negros,
títulos que circulan con alguna frecuencia entre aquellos lectores, es
decir, estudiantes de quinto a grado once de educación básica.
En esas
visitas observo mis libros en manos de sus lectores. En muchos casos, cuando se
termina la conversación y comienza la sesión de firma de libros, encuentro toda
clase de adornos en ellos. Ilustraciones con marcadores de colores, el nombre
de la propietaria o propietario escrito en gran tamaño. A veces tengo
desagradables sorpresas, como cuando me ofrecen para firmar un libro en
evidente edición pirata.
Otras veces
también aparecen los libros con pegatinas con temas que les son atractivos al
estudiante. Muchas de ellos, la mayoría, son estampas más bien femeninas, con
flores y unicornios y corazones o en todo caso motivos románticos. Otras veces,
como estos ejemplos que incluyo en esta nota, sus autores se interesan en
decorar el libro con temas más bien raros para estar en un libro de literatura,
por ejemplo una estampa de Messi, o una mujer de voluptuosos pechos.
Cuando me
encuentro estos casos pienso en el destino de mis libros en los colegios. Allí
dejan de ser ese objeto sagrado que alguna vez fueron los libros firmados por
mí. Como mi primer libro, esa masa de papel y cartón que reunía mis deseos de
convertirme en escritor. Ahora son libros que viven y acompañan a sus
propietarios y se integran a sus demás posesiones, sus colecciones de carros de
juguete, sus guayos de fútbol, sus Barbies o sus proyectos escolares. Si además
los leen, puedo sentirme más que satisfecho, entonces.
Gracias a los
buenos oficios del librero Álvaro Castillo y su San Librario, cayó en mis manos
un libro editado en Cuba, Buscando a Caín (De Elizabeth Mirabal y Carlos
Velazco, ediciones Icaic, La Habana, 2013). Una colección de testimonios de
personas, escritores, críticos de cine y periodistas que frecuentaron a
Guillermo Cabrera Infante en sus años de formación. Sus años habaneros.
A través de
esos recuerdos descubre uno otra versión de este legendario, para muchos y para
mí, escritor cubano. Descubre al apasionado por la literatura, el cine, el
cuento (él seleccionaba el cuento semanal que publicaba la revista Carteles).
Quizá el retrato que surge de estas páginas no es el que sus fanáticos
preferirían pero tampoco el que desearían sus malquerientes. De hecho, para los
que conocemos bien su obra, sabemos que el Silvestre de Tres Tristes Tigres es
bastante parecido al Cabrera Infante habanero, así este último en sus años de
inmersión en el mundo literario del Boom dijera que él llevaba una vida muy
diferente a la del Silvestre de la novela. Y sí, hay detalles que los
diferencian. Por ejemplo, Cabrera Infante conducía un descapotable Nash
Metropolitan; un autito ridículo fabricado en Detroit (aunque carrozado en
Inglaterra), parodia de un auto deportivo, mientras que el Silvestre de la
novela (y del cuento El gran Ecbó) se movía en un sofisticado descapotable MG
de fabricación inglesa.
Pero esta solo
es una anécdota que habla de cómo un escritor con algunos márgenes de arribismo
se describe como se gustaría ver. Lo fundamental es más cierto. Su activismo
cultural a través de la organización cultural Nuestro Tiempo fue preludio de la
gran organización cultural que se creó durante el inicio de la revolución. El
libro también es un retrato de viejos celos culturales y de la manera como
algunos intelectuales, a falta de otros talentos, utilizaron sus simpatías
políticas para crecer con la revolución.
El libro
también es un gran reconocimiento a la calidad como crítico de cine de
Guillermo Cabrera Infante, Caín. Como periodista y gestor de un magazín que de
una u otra forma estableció los parámetros de lo que serían las publicaciones culturales
de la Cuba Socialista. Lunes de revolución (1959-1961). Este periódico, en sus 135
ediciones llegó a tener tiradas de 500.000 ejemplares. Fue una publicación
revolucionaria, con la mirada abierta hacia las nuevas corrientes de
pensamiento y creación literaria que se daba en el mundo. Le dio espacio al
poeta comunista Pablo Neruda o al disidente existencialista Jean Paul Sartre.
Dio a conocer a los Beatniks y Allen Ginsberg antes de que la homofobia hiciera
estragos en el ambiente cultural cubano. Presentó a Picasso y a Jasper Johns.
En su diseño le dio espacio a nuevos creadores plásticos cubanos que
establecerían una pauta que después harían famosa la imagen de la revolución
como una experiencia política enmarcada en buen diseño.
Ya más en la
intimidad, el libro muestra a los amigos, cómplices, seguidores y detractores
de Caín girando alrededor de una personalidad conflictiva, pero fascinante. La
de un escritor que descollaba de lejos en su medio. Por otro lado, también nos
muestra a un grupo de gente joven inventándose el mundo, su obra literaria,
como se hace siempre, a punto de prueba y error. Cometiendo equivocaciones y
acertando otras veces.
El Cabrera
Infante descrito en esta sucesión de voces que surgen de los testimonios
recogidos en este libro a veces se parece mucho a los tristes personajes de sus
primeros cuentos. Nacido muy pobre en un hogar formado por dos militantes del
Partido Socialista Popular (Comunista). Su madre era una mujer culta y
entusiasta, y su padre un corrector de pruebas de imprenta, que por otro lado,
fue su primer contacto en la relación de Cabrera Infante con las letras. Su
perfil socioeconómico lo marcó profundamente. Incluso uno de sus contradictores
dice que fue la miseria quien lo formó, lo hizo tan fuerte y decidido. Puede
ser que así haya sido, pero Cabrera Infante tampoco se victimizó por ello. Más
bien miró hacia su experiencia personal con humor. De hecho el título de uno de sus libros, Cine o sardina, viene de
un planteamiento que su madre les hacía para que los hermanos Cabrera
escogieran: ir a cine o comprar una lata de sardinas para el almuerzo. En
general los muchachos (y la madre) preferían la boleta de cine. Ese humor que
le permitió a Caín graficar la pobreza del lugar donde había nacido de esta
manera: él decía que en Gibara, cerca de Santiago de Cuba, los perros ladraban
recostados contra la pared, de lo hambrientos que estaban.
En síntesis,
para los lectores de la obra de Guillermo Cabrera Infante (1929-2005), este libro resulta
de lectura indispensable. Sin embargo, por ahora, la única forma de conseguirlo
en Bogotá es a través de la librería San Librario.