Acaba de pasar la Feria del Libro de Bogotá. Los escritores quedan cansados de hablar, de conversar, de ver gente, de tomar vino en los cocteles y de bailar en la fiesta de despedida (no fui, pero supongo que lo hicieron). Entonces el guayabo, la resaca, o el chuchaqui –como lo llaman los invitados ecuatorianos– que dejó la feria, es una buena circunstancia para recordar un texto sobre la salud y la vida del escritor.
En los últimos años han surgido, por aquí y por allá, informaciones sobre la relación entre la salud del cuerpo y el intelecto. Se insiste en que las personas con una actividad intelectual como la del escritor tienen la posibilidad de vivir más tiempo y con mejor calidad de vida. Quizá una prueba sea el poeta Gonzalo Rojas, quien murió a los 93 años y hasta no hace mucho seguía subido a los aviones y ofrecía recitales y charlas divertidas a donde quiera que lo invitaban. Estuvo en la Feria de Bogotá apenas hace cuatro años y habló, recitó y brindó y siguió como un pétalo.
Hay médicos escritores y escritores que además son médicos. Entre nosotros podemos citar a Manuel Zapata Olivella, ya fallecido y a Octavio Escobar que ejerce de escritor pero ya no más como médico. Hay novelas sobre médicos y textos sobre medicina y los médicos. Cuentos de médicos como los de Williams Carlos Williams o la novela Doctor Arrowsmith de Siclair Lewis, recién reeditada y con nueva traducción.
Pero lo que resulta más extraño es que haya existido un tratado sobre la salud de los escritores que data de 1768. Sabemos de él, o por lo menos yo lo sé, gracias a una nota de prensa escrita hace decenas de años por el escritor italiano Leonardo Sciacia, quien en 1967 recordaba la existencia de este libro cuyo titulo lo dice todo. Della preservazione della salute de´ letterati e della gente aplicata e sedentaria de Giuseppe Antonio Pujati, profesor de medicina práctica de la Universidad de Padua.
Dice –o decía– don Giuseppe que los literatos pertenecen a una categoría tan exclusiva que se disculpaba si algunas de las prescripciones propuestas por él le servían a los zapateros o a los carpinteros. En general don Giuseppe Pujati analizaba los efectos del movimiento o la falta de movimiento en el cuerpo. Era obvio que los escritores de la época (y también muchos de los actuales) eran poco dados al movimiento, al ejercicio, al baile al menos.
Por otro lado, ya en los oficios propios del literato, Pujati encuentra que estos se dividen en dos, los oficios severos y los amenos. Más saludables los segundos, entre los cuales se incluye la poética y la oratoria, y en los cuales "actúa mucho la fantasía, la mente se solaza y no se inmoviliza".
Por otro lado, los problemas vienen con aquellas disciplinas que “arruinan a los hombres, incluso de fuerte temperamento, son los estudiosos de meditación y raciocinio, justamente llamados severos”. Estas actividades relacionadas con los estudios severos hacen que “finalmente aquel pobre cerebro tan bien hecho y tan bien construido, comienza a hundirse, y si la apoplejía le perdona, memoria y raciocinio menguan, (los escritores) se hacen estúpidos y chochean”.
Una vez lograda la distinción entre los aplicados a los estudios amenos y aquellos dedicados a los estudios severos, el doctor Pujati señala que sus remedios y medicaciones serán de buen provecho para los que se dedican a los estudios amenos y en mucha menor medida para los que se dedican a los estudios severos.
La prescripción básica del doctor Pujati recomienda una moderada meditación. En segundo lugar recomienda procurarse “quilificación”, o sea una buena digestión mediante la tranquilidad y el reposo. La sobriedad debe ser la regla, porque hay alimentos que espesan la sangre, por ejemplo el cordero castrado, los macarrones, las lasagnas, la pastelería y las setas, la “fungosa malicia”. En cuanto a las bebidas, buena el agua, menos el té, siempre el café. El chocolate no es bueno para los coléricos. Por último, el gran secreto: dormir bien.
Otras prescripciones consisten en mantenerse en movimiento. Esto puede ser desde caminar hasta ir a bailar (cosa que los escritores de la Feria cumplieron con creces). El baile es “gran medicina, no solo contra los males físicos, sino siempre contra los tratamientos aburridos, a los que, desgraciadamente, además de los Estudiosos, siguen estando sujetos los Literatos”.
Otra actividades para mantenerse en movimiento son montar a caballo e ir en barca.
Finalmente recomienda nuestro buen doctor del siglo XVIII, que todo escritor debe practicar de manera cotidiana la declamación y la lectura en voz alta. Es saludable para los pulmones, el corazón y el estómago. En la misma medida, debe evitar las pasiones del alma.
Cosa extraña para un oficio que si de algo trata, es de las pasiones.
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