Cuenta Malcom Deas en su ensayo sobre el poder y la gramática, que Miguel Antonio Caro se burlaba de sus enemigos políticos por su forma de hablar y de escribir. El general Rafael Uribe Uribe, harto de esa prepotencia contrató a un profesor de latín que le ayudara a dominar el idioma. A los tres meses de su aprendizaje (era muy eficiente el General en sus tareas) durante un discurso en el congreso hizo una cita en latín. Obviamente el gramático Caro comentó de inmediato lo mal que pronunciaba las palabras el aprendiz de latinista y se burló jocosamente de su ignorancia acerca de dónde estaba el acento en el olvidado idioma.
Aquella forma de arrogancia que los gramáticos dejaron para la cultura política nacional era una forma de ejercer poder que hoy podríamos denominar "descrestar calentanos", pero al menos utilizaban el lenguaje con corrección en sus alegatos acerca de transformar un país con estructuras coloniales en una democracia moderna. Asunto que en medio de tanta retórica les quedó a medio hacer. Tal vez por eso, hoy la elocuencia parlamentaria resulta escasa como escasos son los congresistas que sepan leer y escribir algo más que pactos, micos y componendas. Esos cambalaches que sostienen los privilegios coloniales intactos: latifundio e inequidad.
La palabra era depositaria de poderes inconmovibles. La gramática se apoderó de la presidencia de Colombia durante casi cincuenta años y otro gramático le impuso al país una constitución que rigió durante 105 años. Nada mal para un grupo de intelectuales.
Ahora la gramática como arma política ha decaído hasta el asco. Ahora está en manos de tipos como el innombrable ex asesor (da mala suerte citar su nombre) y columnista defensor de la herencia uribista. Un tipo que exhibe un matonismo retórico con el que sueña liquidar moralmente a sus oponentes mientras trata de crear un pedestal a su vanidad.
Probablemente aquellos grámaticos nuestros del siglo XIX y comienzos del XX, a los que este año se les dedica un homenaje en cabeza del ilustre cervecero y filólogo Rufino José Cuervo, se estarán revolcando en las páginas de sus diccionarios al ver la triste sombra en que se convirtió su arrebatada retórica.
1 comentario:
Sí.
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