lunes, agosto 17, 2015

Niebla al mediodía

A propósito de la entrada anterior, recordé que escribí esta nota para la revista Diners de Ecuador.

Poco a poco la obra de Tomás González ha terminado por ser uno de los trabajos literarios más reconocidos en Colombia. Desde su novela inicial, Primero estaba el mar, publicada por el legendario bar El Goce Pagano de Bogotá, en una edición para los amigos, hasta Niebla al mediodía, su novela más reciente, es un conjunto de títulos que hoy se lee en varios idiomas. Una obra construida a partir de pequeñas historias, con grandes personajes, narradas con las palabras precisas.

Este libro, para decirlo en pocas palabras, se lee con pasmosa facilidad. Esto no significa que sea una trama liviana, sino más bien que es una novela narrada con mucha eficacia. Sus poco más de cien páginas dejan la impresión de que uno ha leído muchas más. Tal la intensidad del relato.

Niebla al mediodía está contada desde la perspectiva de cuatro personajes que van construyendo un lugar casi metafísico poblado por personajes que practican yoga y meditación zen; paisajes con amenazantes riscos, cascadas, una laguna sin fondo y mucha guadua. Las ciudades aparecen apenas como un eco lejano de si mismas: Bogotá, Nueva York, Cartagena. Hay también algún pueblo lejano de la zona cafetera donde un cura con ínfulas modernistas derriba la iglesia de guadua construida por Raúl, una parábola sobre la debilidad del arte frente al pragmatismo.

Lo fundamental para Tomás González, cuya vida cotidiana transcurre en un paisaje idéntico al descrito en esta novela, es el paisaje interior de sus personajes. A través de ellos va elaborando una trama de relaciones existenciales en la que queremos, como lectores, permanecer. Y esto es algo que solo los buenos escritores consiguen: espacios donde queremos estar. Aunque sea, como en este caso, el lugar de un crimen fantasmal.

miércoles, agosto 12, 2015

La literatura colombiana y el pececito de colores

Es una queja más o menos reiterativa de parte del mundo literario hacia el periodismo colombiano: los medios no le dan importancia a las noticias relacionadas con el mundo de los escritores y el libro. Es cierto que cubren las ruedas de prensa de la ministra de cultura cuando anuncia pomposamente nuevas inversiones en proyectos de lectura que probablemente terminarán en cerros de libros embodegados, en municipios periféricos, esperando el momento en que algún funcionario los remate como pulpa de papel.

Pero, poco más, porque el periodismo colombiano no tiene memoria y no le interesan los procesos culturales. Es como el pececito de colores encerrado en su jaula de cristal para el cual cada vuelta a la pecera siempre es nueva y sorprendente.
Tomás González


Cuando se habla de un escritor, se necesita que este haya ganado un premio más o menos importante, o hecho una publicación que tenga alguna respuesta comercial. Hay nombres de escritores que por alguna de las dos razones mencionadas han logrado quedarse grabados en la memoria del pececito de colores. Más o menos todo periodista sabe quien es Hector Abad o Fernando Vallejo, quizá con alguna dificultad recuerda a Mario Mendoza y a Jorge Franco, con más dificultad a Miguel Torres, y de ahí en adelante se necesita que el escritor, como la foca amaestrada, haga su número publicitario para merecer la atención del pececito de colores.

Caso patético es el de Tomás González. Uno de los más serios escritores colombianos, autor de una consistente colección de novelas, cuentos y poemas. Un hombre serio y privado al que le cuesta relacionarse con los medios. Tal vez por eso cada vez que publica un libro se vuelve a leer la frasecita ridícula escrita en alguna parte: "uno de los secretos mejor guardados de la literatura colombiana". 

Claro, el pececito de colores no tiene por qué saber que Tomás públicó unos pocos cuentos más o menos sorprendentes antes de que apareciera su primera novela, Primero estaba el mar. Por tanto tampoco recuerda que Tomás ganó en 1987 el premio de novela colombiana otorgado por la editorial Plaza y Janés a su novela Para antes del olvido, que en su momento fue reseñada por Enrique Santos Calderón en su columna Contraescape, lo que contribuyó a la consolidación pública de la novela de Tomás, como ya lo había hecho, un año antes, con la novela Rosario Tijeras de Jorge Franco.

Después de estas dos primeras novelas, Tomás continuó publicando persistentemente, y el pequeño mundo lector de Colombia así lo reconoció. Su obra se publicó en el resto del mundo de habla hispana, se tradujo, pero de eso no se enteró el pececito de colores. Por eso cuando Tomás publicó La luz difícil con gran éxito de ventas, volvieron a mencionarlo como "uno de los secretos mejor guardados de la literatura colombiana". Y lo seguirán haciendo hasta el final de los tiempos, o hasta que se rompa la pecera y el pececito de colores termine boqueando sobre el tapete interconectado de la Internet.

Después, por un breve momento, "uno de los secretos mejor guardados de la literatura colombiana" pasó a ser Evelio Rosero, cuando su excelente novela Los ejércitos, ganó el premio Tusquets de novela. Ahora el nuevo secreto mejor guardado es Pablo Montoya, quien acaba de ganar el Premio Rómulo Gallegos con su Tríptico de la infamia.

Pablo Montoya
El pececito de colores se ha puesto los anteojos para mirar a través del vidrio de su pecera y saludar por unos segundos a este nuevo "secreto". Y bueno, si eso sirve para que la obra de Pablo Montoya circule un poco más, estará bien. Lo triste es que esta ausencia de memoria en lo que se refiere al mundo de la cultura, de la literatura y de los escritores, se extiende también a todos los ámbitos de la vida colombiana. Por eso cada cuatro años, gracias, entre otras cosas, al pececito de colores desmemoriado, los desharrapados, los hambrientos de todos los rincones de Colombia, a cambio de una teja, un saco de cemento o un tamal, siguen eligiendo a los corruptos que asaltan los recursos públicos, porque nadie en los medios se dedica a recordar sus crímenes.

La desmemoria en la sociedad colombiana es reforzada permanentemente por el pececito de colores, que a cada vuelta de la pecera se sigue sorprendiendo por la nueva reina de belleza, los Pablo Escobar, los Diomedes, etc. Por todos esos fenómenos que la literatura supera y explica.