Estas memorias rockeras me recordaron una escena que encontré en el aeropuerto de Quito hace unos dos o tres años.
Era una tarde soleada cuando entré al despacho de las aerolíneas. El de Quito es un aeropuerto con escaso movimiento y esa tarde había pocos vuelos. Eché una mirada a la cola que me tocaba hacer, la de Avianca y vi que estaba más o menos vacía. Sin embargo me llamó la atención un grupo de personas que estaban contra la pared. Era la típica imagen de una banda de forajidos a la que acaban de apresar con un matute.
Al acercarme vi que eran unos gringos de diversa edad. Unos hippies de más de sesenta junto a unos peludos de treinta. Algunos parecían incluso un par de motociclistas escapados de una pandilla de los Hell Angels. Pensé, pobres tipos; seguro los agarraron con perica. Sin embargo algo no encajaba. Les estaban tomando fotos y las pocas personas presentes los miraban y cuchicheaban sobre ellos. Entonces caí en cuenta de quienes eran. Reconocí (con dificultad) a Ray Manzarek y a Robby Krieger, los dos integrantes de The Doors que estaban viajando con una nueva banda en una gira llamada Riders on the storm. Estaban por subir al mismo vuelo que yo iba a tomar con destino a Bogotá.
En el equipo que rodeaba a los músicos eran reconocibles los utileros y jefes de escenario, viejos como Manzarek, parecidos a Hell Angels envejecidos de estar en la carretera.
Más tarde vi que todos viajaban en diversas sillas de la categoría turista. Ni Manzarek Ni Krieger tomaron asientos en Bussines. Eran iguales a sus utileros y músicos. Y yo no podía dejar de notar esa modestia, esa manera de viajar, para unos músicos que habían tocado la cima del cielo del rock cuarenta años antes. Pensé que sería un asunto de dinero, claro pueden estar quebrados, pero también pensé que eso es difícil porque ellos forman parte del fideicomiso que protege los derechos de The Doors y que recoge los beneficios de unas ventas de discos que alcanzan, en promedio, un millón de ejemplares al año.
Lo que me gustó de esa hora de vuelo en la que compartimos la cabina del avión, escuchándolos conversar y divertirse durante el viaje entre Quito y Bogotá, es que esos dos músicos sesentones, parecían disfrutar el hecho de estar en la carretera, en la ruta de una larga gira por diversos países. Como si el hecho de estar en el camino, una vez más, fuera un asunto nuevo, como si fueran otra vez los mismos jóvenes que en 1964 deslumbraron al mundo con su idea de la música. Con las nuevas puertas de la percepción que abrieron al rock.
viernes, diciembre 30, 2011
jueves, diciembre 29, 2011
Beach Boys on the road
En 1967 conocí a Olga Lucía y Alvaro, unos niños, en tránsito a la adolescencia, que tenían la mejor colección de discos de rock que yo había visto en mi corta vida. Allí estaban los Rolling Stones, Los Everly Brothers, Los Beatles, The Mamas and the Papas, y sobre todo en esa colección estaban todos los discos editados hasta entonces por una banda californiana llamada The Beach Boys.
Esos amigos míos tenían un papá que viajaba todos los meses a Miami por asuntos de trabajo y les traía siempre los últimos discos (que en esa época eran los LP) que llegaban a la tienda del aeropuerto. Ese era el origen de la colección. En realidad la dueña era solo ella, Olga Lucía, la consentida del papá, y Álvaro apenas era un usuario afortunado, como yo, a los que Olga nos prestaba los discos siempre y cuando no salieran más allá de un radio de cinco metros de su habitación.
Ahí inicié mi aprendizaje sobre la música Pop de los años sesenta. Escuchando esas canciones de los Beach Boys que hablaban del sol de california, de las chicas de medio oeste, y otros temas baladí, cantados con unas armonías extrañas para la época y que siguen siendo ejemplos afortunados de lo que el rock dio a la música contemporánea.
Ahora nos informan que la vieja banda de chicos playeros inicia una nueva grabación e intenta hacer una gira de cincuenta conciertos por diferentes países. De los integrantes originales quedan cuatro, después de pasar por decenas de cambios en la formación, decenas de pleitos legales entre ellos, contra sus managers y contra las adicciones, particularmente las sufridas por el lider de la banda, Brian Wilson.
El baterista, Dennis Wilson, murió en 1983. Era un joven percusionista inexperto cuando se hicieron famosos en 1963. Sin embargo, en un concierto memorable ("Live At Knebworth", está en YouTube) grabado en 1980, lo vemos tocando la batería como los dioses. Murió, obviamente, haciendo deportes acuáticos, buceando en el mar Pacífico.
Otro integrante de la banda, Carl Wilson murió en 1998 víctima de cáncer de pulmón, era un fumador empedernido.
Ahora los que quedan hacen lo posible para reeditar viejas glorias. En la década del ochenta, tocaban mejor que nunca. Habrá que verlos como suenan ahora.
El viejo rock, o más bien, los viejos rockeros, terminarán por morir, pero hacen lo posible por demorarlo.
Esos amigos míos tenían un papá que viajaba todos los meses a Miami por asuntos de trabajo y les traía siempre los últimos discos (que en esa época eran los LP) que llegaban a la tienda del aeropuerto. Ese era el origen de la colección. En realidad la dueña era solo ella, Olga Lucía, la consentida del papá, y Álvaro apenas era un usuario afortunado, como yo, a los que Olga nos prestaba los discos siempre y cuando no salieran más allá de un radio de cinco metros de su habitación.
Ahí inicié mi aprendizaje sobre la música Pop de los años sesenta. Escuchando esas canciones de los Beach Boys que hablaban del sol de california, de las chicas de medio oeste, y otros temas baladí, cantados con unas armonías extrañas para la época y que siguen siendo ejemplos afortunados de lo que el rock dio a la música contemporánea.
Ahora nos informan que la vieja banda de chicos playeros inicia una nueva grabación e intenta hacer una gira de cincuenta conciertos por diferentes países. De los integrantes originales quedan cuatro, después de pasar por decenas de cambios en la formación, decenas de pleitos legales entre ellos, contra sus managers y contra las adicciones, particularmente las sufridas por el lider de la banda, Brian Wilson.
El baterista, Dennis Wilson, murió en 1983. Era un joven percusionista inexperto cuando se hicieron famosos en 1963. Sin embargo, en un concierto memorable ("Live At Knebworth", está en YouTube) grabado en 1980, lo vemos tocando la batería como los dioses. Murió, obviamente, haciendo deportes acuáticos, buceando en el mar Pacífico.
Otro integrante de la banda, Carl Wilson murió en 1998 víctima de cáncer de pulmón, era un fumador empedernido.
Ahora los que quedan hacen lo posible para reeditar viejas glorias. En la década del ochenta, tocaban mejor que nunca. Habrá que verlos como suenan ahora.
El viejo rock, o más bien, los viejos rockeros, terminarán por morir, pero hacen lo posible por demorarlo.
miércoles, diciembre 14, 2011
Todos son fotógrafos
Ahora los medios informativos publican fotos y grabaciones de celular con contenidos oportunos –que antes le hubieran dado un premio Pulitzer a sus autores– y además les salen gratis. De hecho los grandes medios invitan a sus lectores a enviar sus fotos y grabaciones con ofertas como “sea usted el reportero de su barrio”, “conviérta sus fotos en noticias”, etc, etc.
Hoy los cronistas de guerra que trabajan para televisión o medios impresos o electrónicos, ven suplantado su trabajo por los mismos protagonistas de la noticia. La muerte de Gadafi fue filmada y fotografiada por sus verdugos y los medios no pagaron nada por tal exclusiva.
La ubicuidad de las cámaras fotográficas permite que hoy los medios cuenten con reporteros gratuitos en cada rincón del planeta. Por eso resulta sospechoso que todavía no haya una buena filmación de un Ovni, o de un extraterrestre, entre los tantos avistamientos que se reportan cada año.
En un reciente coloquio sobre fotografía, en España, se mencionaba que uno de los problemas que afronta un fotógrafo de guerra es que ahora no le pagan por su trabajo, o le pagan muy poco. Para qué necesitan los medios un fotógrafo en el lugar de la batalla, basta esperar que alguno de los combatientes saque se celular, clic y ya está. De esta manera, los fotógrafos profesionales especializados en información ven cada día más recortadas sus fuentes de financiación.
Lejanos están los tiempos en que los fotógrafos cubrían los campos de batalla y conseguían la foto de un hombre en el momento de su muerte. La famosa foto de Robert Capa, por ejemplo, en la que un miliciano republicano es abatido en el mismo momento en que el fotógrafo tomaba la foto.
Capa fue fiel a esa manera de entender la información fotográfica y estuvo en el campo de batalla en momentos muy difíciles, por ejemplo la invasión aliada en Normandía. Fue uno de los primeros fotógrafos en desembarcar en medio del fuego graneado de las defensas alemanas; tomó dos rollos arriesgando su vida en cada foto, y dos días después un laboratorista en Nueva York arruinó los rollos mientras los secaba y solo se salvaron ocho negativos. Ocho valiosos negativos que de todas formas, junto con todo el material filmado y fotografiado ese día, le sirvió a Steven Spielberg para componer su famosa secuencia con la que comienza la película Salvando al soldado Ryan. Los mejores veinte minutos del cine sobre la segunda guerra mundial.
Capa murió en su ley. Llevando dos cámaras en la mano, sobre un campo minado en Vietnam, en 1954.
Ahora ese tipo de profesional, si bien sigue existiendo, se encuentra con una competencia feroz a cargo de cualquier aficionado. Ahora los actores de la noticia controlan ellos mismos su propia imagen. Los manifestantes hacen sus propios reportajes, testimonian sobre lo que están protagonizando y difunden su punto de vista a través de las redes sociales, imponiendo una nueva agenda informativa. Es una transformación radical del uso de la imagen informativa. Ahora todos son fotógrafos y el fotógrafo profesional debe comenzar a repensar su actividad para sobrevivir en un mundo plagado de cámaras y testigos, cuyo material es suministrado a los medios de manera gratuita.
Estamos en una nueva era del periodismo gráfico.
Hoy los cronistas de guerra que trabajan para televisión o medios impresos o electrónicos, ven suplantado su trabajo por los mismos protagonistas de la noticia. La muerte de Gadafi fue filmada y fotografiada por sus verdugos y los medios no pagaron nada por tal exclusiva.
La ubicuidad de las cámaras fotográficas permite que hoy los medios cuenten con reporteros gratuitos en cada rincón del planeta. Por eso resulta sospechoso que todavía no haya una buena filmación de un Ovni, o de un extraterrestre, entre los tantos avistamientos que se reportan cada año.
En un reciente coloquio sobre fotografía, en España, se mencionaba que uno de los problemas que afronta un fotógrafo de guerra es que ahora no le pagan por su trabajo, o le pagan muy poco. Para qué necesitan los medios un fotógrafo en el lugar de la batalla, basta esperar que alguno de los combatientes saque se celular, clic y ya está. De esta manera, los fotógrafos profesionales especializados en información ven cada día más recortadas sus fuentes de financiación.
Lejanos están los tiempos en que los fotógrafos cubrían los campos de batalla y conseguían la foto de un hombre en el momento de su muerte. La famosa foto de Robert Capa, por ejemplo, en la que un miliciano republicano es abatido en el mismo momento en que el fotógrafo tomaba la foto.
Capa fue fiel a esa manera de entender la información fotográfica y estuvo en el campo de batalla en momentos muy difíciles, por ejemplo la invasión aliada en Normandía. Fue uno de los primeros fotógrafos en desembarcar en medio del fuego graneado de las defensas alemanas; tomó dos rollos arriesgando su vida en cada foto, y dos días después un laboratorista en Nueva York arruinó los rollos mientras los secaba y solo se salvaron ocho negativos. Ocho valiosos negativos que de todas formas, junto con todo el material filmado y fotografiado ese día, le sirvió a Steven Spielberg para componer su famosa secuencia con la que comienza la película Salvando al soldado Ryan. Los mejores veinte minutos del cine sobre la segunda guerra mundial.
Capa murió en su ley. Llevando dos cámaras en la mano, sobre un campo minado en Vietnam, en 1954.
Ahora ese tipo de profesional, si bien sigue existiendo, se encuentra con una competencia feroz a cargo de cualquier aficionado. Ahora los actores de la noticia controlan ellos mismos su propia imagen. Los manifestantes hacen sus propios reportajes, testimonian sobre lo que están protagonizando y difunden su punto de vista a través de las redes sociales, imponiendo una nueva agenda informativa. Es una transformación radical del uso de la imagen informativa. Ahora todos son fotógrafos y el fotógrafo profesional debe comenzar a repensar su actividad para sobrevivir en un mundo plagado de cámaras y testigos, cuyo material es suministrado a los medios de manera gratuita.
Estamos en una nueva era del periodismo gráfico.
jueves, diciembre 08, 2011
Consejitos 5
Hallar la forma correcta para un cuento es sencillamente descubrir la manera más natural de contarlo. El modo de probar si un escritor ha intuido o no la forma natural de su cuento consiste sencillamente en esto: después de leer el cuento ¿puede uno imaginárselo de una forma diferente, o silencia el cuento la imaginación de uno y parece absoluto y definitivo? Del mismo modo que una naranja es definitiva, algo que la naturaleza ha hecho de la manera precisamente correcta.
Truman Capote
(Citado en Alquimia de escritor)
Truman Capote
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