Publiqué esta nota en este blog hace algunos meses. La rescato hoy, cuando se confirma la muerte de Steve Jobs. Quisiera decir algo más, pero creo que con lo dicho es suficiente. Se fue el jefe de los chicos buenos.
Pertenezco a una secta, perdón, no; más bien a una religión integrada básicamente por chicos buenos llamada Apple, su máximo gurú se llama Steve Jobs y desde 1985, cuando compré mi primer Apple II no he dejado de tener sobre mi escritorio un aparato de escritura identificado con la manzanita. He visitado la famosa tienda de la Quinta Avenida, y al entrar bajo su pirámide de cristal lo he hecho como cualquier católico lo hace al entrar al Vaticano, con alegría y reverencia. Actualmente en mi casa hay tres portátiles, además hay un Ipod y un Ipad, todos ellos con el loguito de mi iglesia favorita.
Mi mujer –una conversa–, al principio se burlaba de mi fanatismo. Poco a poco fue inclinándose ante la realidad de la gran manzana y fue renegando de la secta presidida por el demonio de Bill Gates, el jefe de los chicos malos. También poco a poco y sin necesidad de mayor proselitismo logré convencerla de unirse a nuestra religión (que ahora es un asunto familiar); vamos el domingo al templo, lo que puede significar ver series de televisión juntos en la pantalla del Apple donde hemos trabajado toda la semana.
Ella a veces se molesta con los directores de arte de las películas, probablemente correligionarios, que consiguen que en los escritorios de los personajes inteligentes siempre haya un Apple, mientras que en los escritorios (más bien mesas de comedor cutres) de los personajes sórdidos a lo mucho haya un IBM. Esto que es un asunto de negocios (nada aparece en una película de alto presupuesto sin haber pagado una gruesa suma) de todos modos se reproduce en la realidad. Ya se sabe, la realidad puede que ya no imite al arte pero si imita al cine.
Una prueba: leo en El País una noticia sobre una banda de traficantes de sexo que usaban un completo sistema de ordenadores para controlar sus prostíbulos mediante cámaras activadas por Internet. Las fotos que ilustraban la noticia mostraban varios computadores portátiles en los cuales se veía la clásica imagen de las cámaras de vigilancia, con una pantalla dividida en cuatro que permitía observar la actividad de las habitaciones y salas de trabajo. Gracias a este centro de control los dueños de este ciberprostíbulo controlaban la facturación de las mujeres esclavizadas por ellos.
Obviamente los computadores que utilizaban estos chicos malos eran PC, con sistemas Windows y toda la tecnología que caracteriza a los chicos malos. Una prueba más de que Apple solo llega a las manos de gente buena, como los personajes de Stieg Larsson.
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