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Acaba de aparecer
una edición de los cuentos completos de Gabriel García Márquez. Pareciera que a
esta altura de la vida decir algo sobre esta obra es superfluo, y quizá lo sea;
sin embargo, no puedo evitar una reflexión sobre estas piezas maestras de
nuestro más conocido escritor.
En medio de
tanta maravilla narrativa: Cien años de Soledad, El otoño del patriarca, El
amor en los tiempos del cólera, etc, se puede olvidar que la obra cuentística
de García Márquez es excepcional.
Gracias a
algunos de sus cuentos, los del período reunido en Ojos de perro azul, García
Márquez se dio a conocer ante el gran novelista y periodista Eduardo Zalamea
Borda, quien como responsable de la página cultural de El Espectador fue el
primero en publicarlos. En estos cuentos ya se anunciaban algunos de los temas
y maneras de contar que GGM frecuentaría más adelante. Luego vendría un periodo
de maduración en el cual se sentiría mucho la influencia de los autores
norteamericanos. Son aquellos cuentos de Los funerales de la Mama grande (1962). Este
es el que yo llamaría su período anglosajón, la segunda etapa
en su proceso personal. El registro de estos cuentos es muy diferente al de los
primeros y también distinto al de La hojarasca (1955) y al Monólogo de Isabel
viendo llover en Macondo, un texto que se desprendió de aquella novela y que
fue rescatado por la revista MITO. Con estos cuentos y con El Coronel no tiene
quien le escriba (1961), GGM logró
transmitir su mundo con esa sobriedad aprendida a Hemingway y a Fitzgerald, pero también al Faulkner cuentista. Asimiló todo lo que había que aprender
sobre cómo componer un cuento leyendo a los grandes maestros de idioma inglés,
que, hasta ese momento, eran los mejores exponentes del cuento moderno.
Pasaría un
tiempo, una novela escrita también bajo esta influencia, La mala hora (1964),
hasta que pudo encontrar su voz definitiva en Cien años de soledad (1967).
Posteriormente haría unos cuentos de nuevo registro, muy personales en su tono
de voz, La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela
desalmada (1972). Este es el que podemos considerar su tercer momento como
cuentista. Aquí todavía el mundo desbordado de Cien años de soledad está
presente. La voz que se alza es la de un narrador en proceso de surgimiento que se
expresará con toda su fuerza en El otoño
del patriarca.
El cuarto
momento de las búsquedas de GGM en el cuento lo encontramos con sus Doce
cuentos peregrinos (1992). En estos hay una libertad enorme al momento de
componer esos relatos que narran otros mundos diferentes al del Caribe. Algunos
incluso se expresaron primero como notas de prensa (o guiones) antes de
encontrar su envoltura bajo la forma del cuento.
En estos
cuatro momentos de la obra del GGM cuentista podemos encontrar o visualizar una
búsqueda exigente. Una exploración sobre la manera de contar que nunca se conformó
con los logros alcanzados y nunca se repitió ni se propuso escribir utilizando
los descubrimientos hechos como una fórmula garantizada.
García Márquez
siempre supo cual era el oficio fundamental del escritor: encontrar la forma
perfecta de echar el cuento.
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