viernes, mayo 22, 2015

La red, los jóvenes y la literatura

En una columna reciente publicada en el diario El Tiempo, la escritora Yolanda Reyes se quejaba  de esos muchachitos que son promovidos por las editoriales y las empresas de la red (léase Google, Youtube), como nuevos fenómenos culturales y que las editoriales consideren escritores por el simple hecho de llevar al papel sus menudas aventuras. Menciona dos casos: una niña que cuenta en su canal de Youtube su relación medio incestuosa con su hermano y un muchachito, que tambien en Youtube, ha conseguido cinco millones de descargas gracias a sus confesiones sobre su experiencia al salir del closet.

Lo primero que se me ocurre es que estos fenómenos no son nuevos. Lo que resulta novedosa es la plataforma mediante la cual se difunden ahora ese tipo de cosas. Pero la industria editorial y la industria cultural, para incluir aqui a Google y a Youtube, hace rato que se alimentan de estos escandalos ligeros para tratar de comercializar el morbo que el público siente por las personas que abren una ventana hacia su propia intimidad y si esta parece un poco retorcida, mejor.

Lo que pasa es que ahora hay una gran diferencia. Antes se usaba la plataforma de la revista, de la página de periódico impresa, salir en un programa de radio o televisión. Medios que implicaban una mayor intermediación del periodista de escándalo. Ahora la red ofrece una cantidad de balcones que antes eran impensables; ahora cualquiera puede tener un canal de televisión propio en Youtube y conseguir millones de espectadores. Un blog puede ser visitado miles de veces, conseguir muchas más lecturas que la revista de antaño.

Entonces, lo que sorprende no es que una gran mayoria se interese por temas sin importancia, sino que eso es lo normal bajo la dictadura de los medios de comunicación actuales. De la imposición de un gusto nivelado por lo bajo. Es normal que el reguetón se escuche más que el son cubano. Que el nacimiento del bebé de la princesa Leticia en España sea más importante para los medios que difundir el hecho de que Antonio Muñoz Molina sacó una nueva novela (y muy buena).

Tal vez, lo que habría que mirar es como en estos tiempos de redes sociales, de viralismo e inmediatez, los jóvenes y las personas de todas las edades, leen mucho. Lo que pasa es que la lectura varió. Ya no se hace en periódicos de papel, diseñados con columnas abigarradas, como era la prensa colombiana de los años cincuenta, ni en revistas ligeras como la Cromos de diversas épocas, sino que ahora se lee en Blogs, en Twitter y se visualizan contenidos mediante canales de imagen como Instagram o Youtube. Es una nueva situación para la que hay que ofrecer nuevas respuestas. Nuevos retos que implican actitudes diferentes. 

Obviamente, en las redes o en los medios análogos, el trabajo literario siempre será minoritario. Dirigido a pocos lectores, en proporción a los temas que se viralizan. Ya quisiera uno que un buen cuento literario fuera un fenómeno en las redes. Pero, en realidad, lo que más se difunde es lo que sacude, en mayor o menor escala, el morbo de la gente. Y la literatura, con su mirada crítica, está lejos de satisfacer a esos lectores más interesados en las veleidades de las celebridades que las reflexiones sobre la naturaleza humana.

martes, mayo 19, 2015

Collazos

Foto: Carlos Duque
No fui muy amigo de Oscar Collazos. Coincidimos en muchas reuniones de escritores, conferencias, encuentros, festivales, etc. En ocasiones estuvimos en la misma mesa de conferencias o de restaurante y poco más. Sin embargo, por una suma de pequeñas casualidades, Oscar fue importante para mi formación como escritor en los primeros años que dediqué a estos asuntos.

Conocí a Oscar Collazos cuando yo todavía estaba en el colegio y él era un escritor que acababa de regresar a Colombia después de haber dirigido el Centro de Investigaciones Literarias de Casa de las Américas de la Habana y de haber tenido su famoso debate epistolar con Julio Cortázar y Mario Vargas Llosa en las páginas del semanario Marcha de Montevideo.

Yo estudiaba en un colegio de garaje en el norte de Bogotá donde recalábamos los estudiantes problema de los colegios bien, así como muchos profesores problema que en aquella época estaban tirando piedra en las universidades donde terminaban de formarse. Alguno de esos profesores problema invitó a Oscar a dar una conferencia en el colegio a nosotros, los estudiantes problema. No recuerdo mucho de que habló Oscar pero si recuerdo que me impresionó el hecho de haber conocido a un escritor de verdad. El primero que veía en mi vida.

Meses después, la hermana mayor de mi amiga Kelly Velásquez, Aseneth, necesitaba viajar y me pidió que le cuidara su apartamento durante un fin de semana. En aquel tiempo disponer de un apartamento prestado donde quedarse con la novia por un fin de semana era un privilegio que no se podía rechazar.

El apartamento estaba ubicado en la Macarena, era un dúplex más o menos loft (lo llamarían ahora) y contaba con una cama grande y una biblioteca aún más grande. Durante aquel fin de semana disfruté esos dos muebles de diversa manera. Pero lo pertinente para esta historia es que en aquella bien surtida biblioteca encontré los dos primeros libros de Oscar Collazos, publicados por la editorial Arca de Montevideo: Son de Maquina y El verano también moja las espaldas. Obviamente fue una coincidencia afortunada y me los devoré ese fin de semana, o a lo mejor me los robé, no recuerdo bien, el caso es que esos cuentos me gustaron mucho y los releí más de una vez.

El cuento era un género que cada vez me fascinaba más y esos dos libros de Oscar Collazos reafirmaron mi interés por esa forma perfecta de la narrativa.

Tiempo después, meses o semanas después, andaba yo con un grupo de amigos un poco hippies patrullando calles y parques y metederos varios, con unas brasileras muy bonitas y muy hippies que en algún momento nos dijeron que tenían que ir a visitar a un escritor. Seguramente si nos hubieran dicho que las acompañáramos al infierno igual hubiéramos ido, pero yo acepté acompañarlas aún con mayor gusto, porque todo lo que tuviera que ver con el asunto de escribir era importante para mí, que desde que estaba en cuarto bachillerato intentaba ser parte del oficio.

Llegamos a un apartamento de la carrera tercera con diecinueve, cerca de la escultura de La Pola. Al lado de donde quedaba la galería Belarca donde trabajaba Aseneth. Entramos al lugar y oh sorpresa, el escritor que las brasileras iban a visitar era Oscar. No estuvimos allí mucho tiempo, y en todo caso no pude manifestarle mi admiración por sus cuentos, sobre todo porque Oscar estaba más ocupado coqueteando con las brasileras que interesado en escuchar los elogios de un fan recién salido de la adolescencia. Así que aproveché para mirar los libros que leía Oscar, su máquina de escribir sobre una mesa con una cuartilla a medio hacer. Todos esos detalles que me parecían absolutamente significativos y que sumados a la lectura de sus cuentos, avivaban en mí el deseo de convertirme en escritor.

La tarde se saldó conmigo y los amigos medio hippies con los que yo andaba, patrullando solitarios esas calles bogotanas de los años setenta, sin las brasileras que, obviamente, terminaron quedándose donde Oscar. Comenzaba a descubrir una de las virtudes de la literatura: que ayudaba a tener carreta para el levante.

Años, muchos años después, en alguno de esos encuentros de escritores donde volví a encontrarme frecuentemente con Oscar, por fin pude decirle lo mucho que me gustaban sus cuentos y qué tanto los había leído. Hasta le conté el incidente con las brasileras que él cortésmente dijo recordar aunque era obvio que no tenía ni idea de qué le estaba hablando. Un hombre amable.

Ahora Oscar se ha ido y me ha parecido que la mejor manera de despedirme de él es recordar la manera como lo conocí.

Saudade.

domingo, mayo 10, 2015

Lo público y lo privado en la lectura

Hoy renové mi carnet de socio de la biblioteca Luis Ángel Arango. Necesitaba sacar unos libros, seis para Lucila y uno para mi. Así que fui, hice la vuelta y los solicité.

Produce cierta felicidad cuando uno recibe de un solo golpe un paquete de libros, porque lo hace a uno volver por esos momentos más o menos navideños, aquellos sentimientos que se producen en el acto de ser agasajado con regalos. Por eso recibí los libros encantado, como si fuera una parva de regalos, y me senté en una de las bancas de la biblioteca a revisarlos buscando las sorpresas de su contenido. Casi todos eran libros muy usados, muy leídos por otras personas. Pero esa es la función del libro de la biblioteca. Ser compartido por muchas personas. Por eso me sorprendió el estado de casi todos los ejemplares. Estaban muy usados, eso es natural, pero también muy maltratados, poco queridos. El que me interesaba a mí, un libro de Norman Cohn, titulado En pos del milenio, según el archivo de la Biblioteca, había sido prestado doscientas cuarenta veces. No muchas, considerando que es un ejemplar publicado en 1983, pero es agradable saber que otras doscientas cuarenta personas habían disfrutado de su contenido. Lo que no me pareció tan chévere fue encontrar en él y en los otros seis libros solicitados por mi, anotaciones en lápiz y bolígrafo.

Es asombroso que un libro de uso público sea subrayado por alguien. Subrayar un libro que uno ha comprado es una manera de apropiárselo, de poder volver sobre pasajes que interesaron durante la lectura, fragmentos que se quieren citar en algún trabajo. También es abrir la posibilidad de releerlo de manera rápida en otro momento de la vida. Cada subrayado, refleja una manera personal de leer, refleja intereses particulares, refleja sesgos culturales, una manera de entender un contenido, muy diferente a como lo haría otra persona. Y eso es algo que se hace, o se puede hacer (depende de los gustos personales) con los libros que uno colecciona en su bilblioteca personal.


Algunas personas que tienen el hábito de subrayar libros, lo advierten cuando prestan esos libros marcados por su impronta personal; para que el nuevo lector no sienta que lo están conduciendo por un sendero distinto al que él buscaba. Y si uno es el depositario de ese libro prestado, acepta esa regla de juego y se arregla como puede.


Pero como usuario de una biblioteca pública resulta ofensivo encontrar que los libros que son de todos, han sido marcados, secuestrados, rotulados y en cierta forma desguazadados, por lectores invasivos que no respetan lo público. 


Esta falta de respeto hacia los bienes públicos son una constante en la sociedad colombiana. Nadie asume lo público para protegerlo, quizá, a lo sumo, para apropiárselo, convertirlo en un bien personal. Una costumbre que se llama corrupción. Subrayar un libro es una forma, si se quiere, modesta de la corrupción. Pero corrupción a fin de cuentas.