miércoles, marzo 30, 2011

Novelas de Caballería y novelas de conquistadores

Los primeros cincuenta años de la conquista española fijaron para siempre un imaginario histórico: el de unos caballeros en armadura que surgían de la selva con la barba poblada de piojos y una espada inoxidable con la cual degollaban a diez mil indios antes de hacer una fogata y poner a asar a un venado recién cazado.
Este imaginario se construyó a través de las narraciones de los propios caballeros y aventureros. Esos documentos, llamados probanzas, eran la crónica de sus actos aguerridos en favor de la corona y se dirigían al rey. En ellas la palabra más utilizada era pacificar la tierra. Es decir, hacerla obediente a su majestad y para pacificarla había que matar muchos habitantes nativos, o tomarlos prisioneros, o violar a las mujeres o casarse con ellas, o negociar con las capas altas, lo que fuera necesario con tal de demostrar resultados que impresionaran al ubicuo lector de probanzas.

Obviamente las probanzas eran como los blogs, solo muy pocas gozaban del favor de ser leídas por alguien y sobre todo muy escasas llegaban a los ojos del rey. Tal vez por esa dificultad es que sus autores magnificaban el tamaño de sus proezas.

En ese momento: comienzos del siglo XVI, todavía se leían con dedicación las novelas de caballerías. Eran textos populares en la corte y en los mercados. Se leían en la privacidad de los aposentos, como los de don Alonso Quijano, y en voz alta en los lugares públicos. Esas novelas están llenas de superlativos.

Yo, por suspuesto, solo he leído con cuidado la mejor de ellas, El tirante el blanco, pero me sirve para ilustrar mi punto. Los autores de las probanzas agrandaban el tamaño de sus gestas porque las novelas de caballerías hablaban de actos inauditos; el caballero blanco liquidaba en un solo día a diez mil sarracenos, se acostaba con varias doncellas y consumía un banquete que podía intoxicar a cien soldados. Claro que Tirante es una novela realista dentro del género. En general, la gran mayoría solo hablaba de gigantes y enormes ejércitos y monstruos y cosa extraña sin fin.

Por eso, tal vez, es que las probanzas sobre la conquista española están llenas de descripciones de batallas en las que veinte españoles pueden liquidar a diez mil indígenas, luego bautizar medio millón y de esta manera apoderarse de miles de hectáreas de tierra pacificada para su majestad. Este lenguaje se morigeraría con la llegada de la encomienda en la cual las probanzas debían dar explicaciones realistas sobre el destino de los indios a cargo.

Sin embargo, la historia de la conquista que se construyó a partir de las primeras probanzas está permeada por una gran cantidad de mitos. Novelas de caballerías en tierra americana.

martes, marzo 29, 2011

Un editor habla del libro en el mundo digital

Antoine es el tercer editor de la saga familiar de una marca legendaria, Gallimard. Esta editorial es famosa entre muchas otras razones (Gide, Proust, y un largo eccétera), por haber creado la serie negra, que a su vez casi bautizó el género negro policiaco y por haber absorbido una gran colección editorial: la Pléiade. Esta última es una creación del editor Jacques Shiffrin quien en 1933, ante una necesidad de crecimiento se la vendió al primer Gallimard, Gastón, quien lo mantuvo como director de la colección hasta que terminó por echarlo, durante la Segunda guerra mundial, para quedar bien con las autoridades nazis de ocupación. Pero bueno, así suele ser el lado oscuro de los grandes personajes y que los herederos nunca quieren recordar.
Hoy este tercer Gallimard, que considera que un editor se carateriza por la paciencia, responde a un largo cuestionario sobre la vida del libro en la era digital.
A continuación incluyo algunos fragmentos escogidos por mí (RRV) acerca del gran interrogante ¿Cómo ve un gran editor el porvenir del libro?




Jacques Shiffrin
Antoine Gallimard:
No me preocupa el lugar del libro en el futuro. Estoy seguro de que seguirá siendo extremadamente importante. El libro digital, lejos de suponer el fin del libro, es una nueva oportunidad para este. Un libro no es simplemente una alineación de caracteres, una maquetación, unos capítulos..., y el libro digital no hace más que añadir un cuerpo nuevo, un peso nuevo al libro tradicional. El libro digital, como la fotografía, permite una gran flexibilidad: diferentes formatos, reimpresiones limitadas. Por lo tanto, es una oportunidad para enriquecer el catálogo y mantener los libros vivos. Creo que el porvenir del libro depende a la vez de los editores y de los autores. Para ejercer este oficio no solo hay que amar la literatura, sino también a los escritores y a la gente, al público. Es un oficio que surge del afán de compartir, a través del libro, universos secretos.
(...)
La cuestión sería saber si nuestra civilización (...) va a sufrir una especie de regreso a la Edad Media y a convertirnos en monjes en sus monasterios o, al contrario, vamos a saber dirigirnos al gran público. No hay que temer la desaparición de un cierto tipo de lector: sigue habiendo escritores muy exigentes, como Javier Marías en España, con un gran éxito de ventas. Pero también ha habido una gran distancia entre escritores como Borges u Octavio Paz y la literatura que "llega" al gran público. No hay fatalidad en estas cosas. Podríamos preguntarnos si ese gran público va a dedicarse exclusivamente a Facebook o va a seguir leyendo. Yo estoy convencido de que seguirá habiendo lectores. La literatura siempre ha sido algo precioso: extremadamente frágil y, a la vez, asombrosamente resistente. No, no hay que temer su desaparición, ya la hemos visto sobrevivir al surgimiento de los nuevos medios de comunicación; pero tampoco debemos esperar que se extienda.
(...)
En el oficio de editor hay que saber amar, pero también hay que saber elegir. No hay que ponerle límites al gusto literario. Siempre hay que buscar, como busca un pescador, pero también hay que conocer y dejar que lleguen las mareas en lugar de intentar atraerlas.
(...)
La revolución digital es una revolución tecnológica, basada en la rapidez con la que podemos captar contenidos. Lo importante es saber si esta revolución va a transformar el comportamiento del lector o del imaginario del escritor. Yo no creo que eso suceda, del mismo modo que ni la radio ni la televisión transformaron nada en ese aspecto. El peligro no es lo digital: como dije antes, la edición digital es una oportunidad. El auténtico peligro es la gratuidad. No se trata de culpar a Internet sino a la piratería. Estamos trabajando en crear una colección digital que sea atractiva para los jóvenes, no demasiado cara. Gallimard ha entablado procesos judiciales contra servidores de acceso como Orange, para que dejen de alojar sitios en los que la gente sube ilegalmente libros de la editorial. Y hemos conseguido que se cierren esos portales, pero a la vez Orange nos ha atacado en nombre del libre acceso. Como presidente del SNE [Sindicato Nacional de la Edición], actualmente lucho por los derechos de la explotación digital y por conseguir una ley que asegure el control de precios del libro digital, tanto para preservar el valor del libro, de la creación y de la edición como para proteger a los libreros y a los escritores.
(...)
En Estados Unidos, el mercado digital empieza a ser importante. En Francia, por ahora, supone menos del 1%. Encontramos en él muy poca literatura, y apenas libros de arte. Sin embargo, hemos digitalizado nuestro catálogo para que las obras estén más disponibles, lo cual nos facilita también la capacidad de reacción a la hora de editar. En 2007 se instaló en Estados Unidos la primera máquina pública de "libro expreso", que permitía al usuario la impresión y encuadernación "a la carta" de un libro en cuestión de minutos. Sin duda, el libro digital facilita muchas cosas; por ejemplo, las devoluciones de las librerías suponen una gran dificultad para el editor, pero el libro digital soluciona el problema del almacenamiento.
(...)
El libro digital nos preocupa porque puede suponer, sobre todo, la desaparición de los intermediarios naturales entre el lector y el autor. Y se teme que esto arrastre toda una conmoción, un cambio radical en el mundo del libro. Que ya no haya necesidad de editores o de libreros. Yo creo, al contrario, que puede producirse un retorno a ciertos valores tradicionales, un rechazo a la idea de que nuestra vida gira en torno al dinero, del mismo modo que ya existen movimientos alternativos de reacción contra la comida rápida de mala calidad o contra el consumismo compulsivo, especialmente a raíz de la crisis económica. Esta es mi apuesta.

miércoles, marzo 23, 2011

Sensibilidad

Era el verano de 1978. Hacía sol y en el taller la Huella, un lugar para el desarrollo del arte gráfico, el tiempo se iba en volutas de humo de marihuana, largas partidas de ajedrez, y divertimentos con una cámara de video que un amigo venezolano nos había dejado a cambio de unos grabados. Aparte, claro está, hacíamos fotografías, pinturas, grabados y serigrafías. Tratábamos de ser artistas serios.

Aquel año se conmmoraba el quincuagésimo aniversario de la huelga de las bananeras y el Soldado Benavides, un compañero del Moir, apareció por el taller a ver en que podíamos aportar para la celebración. Rodrigo Arenas Betancur había ofrecido una escultura que se pondría en el centro de la plaza de Ciénaga, muchos artistas estaban preparando algo, según el Soldado; y ya saben, dijo, hasta García Márquez escribió sobre el asunto en Cien años de soledad: así que ustedes compañeros qué se ponen.

Los miembros del taller se miraron entre sí con gesto burlón, así que yo tomé la iniciativa y los convencí de que hiciéramos algo; que tal una valla de doce metros de ancho para poner en Ciénaga.

Poco a poco el grupo se entusiasmó y el soldado prometió conseguir ayuda. El sindicato de los empleados bancarios financió la lata y las pinturas y durante dos meses el taller trabajó más con la dedicación de pintor que con las técnicas industriales de las vallas publicitarias. Representaba a un grupo de trabajadores agrícolas enarbolando machetes y en actitud de rebeldía.El resultado fue un enorme cuadro hecho a muchas manos que al Soldado y al secretario de la mesa directiva del sindicato les pareció demasiado "artístico".

La mesa directiva del sindicato se dividió acerca del uso que debían darle a la valla, unos querían mandarla a Ciénega pero finalmente un sector (poco interesado en lo artístico) logró hacer que se quedara en la sede del sindicato, con el argumento que la lata era propiedad de todos los compañeros bancarios. Fue exhibida cuatro días, durante los actos de conmemoración de la masacre de las bananeras y al quinto día  fue mandada a cubrir de blanco y encima escribieron las siglas del sindicato, en letra muy grande y la leyenda "Por la unidad del trabajador bancario" o algo así.

sábado, marzo 19, 2011

El tesoro desaparecido

El término El Dorado es uno de los más manoseados en la cultura colombiana. Hasta el aeropuerto de Bogotá se llama así. Es un concepto sin contenido, asociado a la laguna de Guatavita, al oro de los muiscas (chibchas diría un ciudadano de a pie) y al imaginario de la conquista española, plagado de armaduras en la selva y caballos atropellando indios.

Llevo más o menos un año investigando y escribiendo una serie de televisión sobre la conquista en el siglo XVI en la región comprendida entre el imperio Inca (Quito) y la región Caribe (Gobernación de Santa Marta). Una de mis fuentes obligadas fue visitar al lugar donde los restos del posible El Dorado reposan: el Museo del Oro del Banco de la República. Hacía años que no lo visitaba, en parte por la remodelación, en parte porque uno cree que ya no hay nada que ver allí. Pero no es así; esta vez la experiencia, a la luz de mis lecturas recientes, fue enriquecedora (aunque la nueva museografía también ayudó).

Durante los primeros cincuenta años de conquista los aventureros castellanos que asolaron estas tierras se limitaron a recoger el oro de las tumbas, el de las ofrendas, el de los adornos de los jefes y shamanes. Salían daban una vuelta y volvían con tres mil pesos de oro fino y dos mil de oro bajo (Tumbaga). Lo mandaban fundir, lo marcaban y separaban la parte del emperador romano, lo echaban en el arca comunal y se lo repartían al final del recorrido.

Muchas piezas, adornos, fragmentos de oro fueron entregados como presentes respetuosos a los recien llegados. Eran costumbres civilizadas de atender a los inesperados (o no tan inesperados) visitantes. El resto fue arrebatado por los maleducados aventureros que donde había amabilidad veían sometimiento, donde había ofrendas veían derechos adquiridos. De hecho un conquistador famoso de nuestra historia, Nicolás Federman, creía que los habitantes americanos eran invasores y él un encargado de recuperar estas tierras a nombre de su verdadero dueño, el emperador romano.

Bajo esa perspectiva resulta insoportable pensar cuantas figuras primorosamente trabajadas desaparecieron en el crisol de la conquista. Cuantas máscaras, balsas muiscas, sapitos, pajaritos, y otras figuras votivas desaparecieron en las faltriqueras de los conquistadores. Entonces, bajo esta mirada, el museo deviene en testimonio de lo que no podemos ver, porque lo que quedó –lo que podemos ver– fueron las migas del banquete donde se festinó el lenguaje de una y muchas culturas.

martes, marzo 15, 2011

De Roberto Calasso...

El mundo, en virtud de una especie de enorme alucinación, intoxicado por la telemática, se hace preguntas más bien vacuas acerca de la supervivencia del libro. Mientras el fenómeno grandioso que está frente a nosotros y que nadie menciona es de índole bien distinta: la alta, inédita concentración de potencias que se ha condensado, y se sigue condensando, en el acto de leer. Que frente a los ojos haya una pantalla o una página, que por ella discurran números, fórmulas o palabras, no modifica sustancialmente el hecho: se trata en todos los casos de lectura. El teatro de la mente parece haberse dilatado, para acoger prolíficas hileras de signos en espera, incorporados en esa prótesis que es el ordenador. Sin embargo, con supersticiosa seguridad, todos los sortilegios y todos los poderes son atribuidos a aquello que aparece sobre la pantalla, no a la mente que lo elabora y que, ante todo, lo lee.
(En Alquimia de escritor)

lunes, marzo 14, 2011

Consejitos 1

Creo que para escribir buena prosa hay que tener buen oído o, por lo menos, conocer las reglas de versificación, para evitar que se deslicen versos en la prosa. Porque surge un desagradable cambio de ritmo cuando en la prosa aparece un verso bien acentuado.

Adolfo Bioy Casares

domingo, marzo 13, 2011

El poder y la gramática

Cuenta Malcom Deas en su ensayo sobre el poder y la gramática, que Miguel Antonio Caro se burlaba de sus enemigos políticos por su forma de hablar y de escribir. El general Rafael Uribe Uribe, harto de esa prepotencia contrató a un profesor de latín que le ayudara a dominar el idioma. A los tres meses de su aprendizaje (era muy eficiente el General en sus tareas) durante un discurso en el congreso hizo una cita en latín. Obviamente el gramático Caro comentó de inmediato lo mal que pronunciaba las palabras el aprendiz de latinista y se burló jocosamente de su ignorancia acerca de dónde estaba el acento en el olvidado idioma.

Aquella forma de arrogancia que los gramáticos dejaron para la cultura política nacional era una forma de ejercer poder que hoy podríamos denominar "descrestar calentanos", pero al menos utilizaban el lenguaje con corrección en sus alegatos acerca de transformar un país con estructuras coloniales en una democracia moderna. Asunto que en medio de tanta retórica les quedó a medio hacer. Tal vez por eso, hoy la elocuencia parlamentaria resulta escasa como escasos son los congresistas que sepan leer y escribir algo más que pactos, micos y componendas. Esos cambalaches que sostienen los privilegios coloniales intactos: latifundio e inequidad.

La palabra era depositaria de poderes inconmovibles. La gramática se apoderó de la presidencia de Colombia durante casi cincuenta años y otro gramático le impuso al país una constitución que rigió durante 105 años. Nada mal para un grupo de intelectuales.

Ahora la gramática como arma política ha decaído hasta el asco. Ahora está en manos de tipos como el innombrable ex asesor (da mala suerte citar su nombre) y columnista defensor de la herencia uribista. Un tipo que exhibe un matonismo retórico con el que sueña liquidar moralmente a sus oponentes mientras trata de crear un pedestal a su vanidad.

Probablemente aquellos grámaticos nuestros del siglo XIX y comienzos del XX, a los que este año se les dedica un homenaje en cabeza del ilustre cervecero y filólogo Rufino José Cuervo, se estarán revolcando en las páginas de sus diccionarios al ver la triste sombra en que se convirtió su arrebatada retórica.

martes, marzo 08, 2011

Columnas frescas

Habitualmente, leo con sumo placer la columna de Antonio Muñoz Molina en Babelia. Este domingo (o sea hace varios domingos) escribe sobre pasados y presentes lejanos. Se trata de los diarios escritos por diversos autores, a lo largo de los últimos trescientos años. El motivo, o la suerte de encontrarlos reunidos, es una exposición en Nueva York sobre el tema: El diario, tres siglos de vidas privadas. The Morgan Library Museum.

Los columnistas que escriben sobre temas culturales o literarios son un descanso en la prensa, pero no abundan los que realmente lo hagan bien. Bueno, hay que decirlo, tampoco abundan los buenos columnistas que hablan de politica, o de deportes. La inteligencia en la prensa escasea; corrijo, no la inteligencia, sino la discreción, la pertinencia.

Mas allá de lo atractivo que resulta lo que escribe o sobre lo que escribe Muñoz Molina, surge una reflexión. A veces los comentaristas culturales tienden a caer en una suerte de endogamia, o casi autocanibalismo al escribir para la prensa. Son esos columnistas que terminan hablando de sus propios libros, de sus conferencias, de sus sus y sus, cosas. O sea de aquellos temas que interesan principalmente a ellos mismos. Ser impertinente es una condición del columnista vanidoso que habla mas de si mismo que del mundo que lo rodea. Por eso resulta reconfortante ese tipo de columnistas culturales que, como Muñoz Molina, pueden contarnos algo fresco cada domingo sin necesidad de mirarse el ombligo.

Puede jugar a su favor el hecho de que Muñoz Molina viva y escriba desde Nueva York, puede ser, o también que sea un buen lector, un lector curioso que persigue los secretos de la escritura en cuanto asunto lee.

Esa tal vez sea la razón de sus aciertos.

martes, marzo 01, 2011

El editor moderno y los autores no

Umberto Eco nos propone las cartas de rechazo que escribiría el editor moderno promedio ante la obra de cuatro libros y autores clásicos.


Umberto Eco: "lamentamos comunicarle que su libro…"


La Biblia
Debo decir que cuando comencé a leer el manuscrito, y durante las primeras cien páginas, me sentí entusiasmado. Es pura acción y tiene todo lo que el lector de hoy exige de un libro de evasión: sexo (muchísimo), con adulterios, sodomía, homicidios, incestos, guerras, desastres, etcétera.
El episodio de Sodoma y Gomorra, con los travestis que pretenden violar a los dos ángeles, es rabelesiano; las historias de Noé son el más puro Salgari; la fuga a Egipto es una historia que tarde o temprano acabará por ser llevada al cine… En suma, la verdadera novela-río, bien construida, que no ahorra efectos, plena de imaginación, con esa dosis de mesianismo que agrada, sin llegar a lo trágico.
Después, más adelante, advertí que se trata, en cambio, de una antología de varios autores, con muchos, demasiados, trozos de poesía, algunos francamente lamentables y aburridos, verdaderas jeremiadas sin pies ni cabeza.
Resulta así un engendro monstruoso que corre el riesgo de no gustar a nadie porque tiene de todo. Además, será un fastidio establecer los derechos de los distintos autores, a menos que el representante de todos ellos se encargue de eso. Pero el nombre de tal representante no lo encuentro ni siquiera en el índice, como si hubiera cierta reserva en nombrarlo.
Yo diría que hay que tratar de ver si se pueden publicar separadamente los primeros cinco libros. En tal caso marcharíamos sobre seguro. Con un título como "Los desesperados del Mar Rojo".

Kafka, Franz
El Proceso
No está mal el librito, es policial, con momentos al estilo de Hitchcock: por ejemplo, el homicidio final, que tendrá su público.
Sin embargo, parecería que el autor lo escribió bajo censura. ¿Qué significan esas alusiones imprecisas, esa falta de nombres de personas y de lugares? ¿Y por qué el protagonista está bajo proceso? Aclarando más tales puntos, ambientando en forma más concreta, dando hechos, hechos, hechos, la acción resultaría más límpida y más seguro el suspenso. Estos escritores jóvenes creen hacer "poesía" porque dicen "un hombre" en vez de decir "el señor Tal a tal hora en tal sitio". En síntesis: si se le puede meter mano bien; de lo contrario, devolver.

Proust, Marcel
En busca del tiempo perdido
Es, sin más ni más, una obra comprometida, quizá demasiado larga: pero puede venderse haciendo una serie de pocket. Tal como está no anda. Hace falta un vigoroso trabajo de editing. Por ejemplo, hay que revisar toda la puntuación. Los periodos son harto fatigantes, hay algunos que ocupan toda una página. Con un buen trabajo de redacción que los reduzca a dos o tres líneas cada uno, con una más frecuente utilización del punto y aparte, el trabajo seguramente mejoraría. Si el autor no estuviera de acuerdo, mejor será no editarlo. Tal como está, el libro resulta… ¿como diré?: bastante asmático.

Kant, Emanuel
Crítica de la razón práctica
Di a leer este libro a Vittorio Saltini, quien me informó que el tal Kant no vale gran cosa. De todos modos, yo también le eché un vistazo: un texto no muy voluminoso sobre moral podría andar en nuestra coleccioncita de filosofía, pues no es improbable que lo adopte alguna universidad. Pero sucede que el editor alemán nos ha comunicado que debemos comprometernos a publicar no solo la obra precedente, algo extensa (dos tomos por lo menos), sino también lo que Kant está preparando, no sé si sobre el arte o el juicio. Las tres llevan títulos muy parecidos: o se las vende en un estuchecito (a un precio inaccesible para el lector) o en las librerías las confundirán unas con otras y la gente dirá "Esto ya lo leí". Sucede como con la Summa de cierto dominico, que comenzamos a traducirla y después tuvimos que ceder los derechos porque costaba demasiado.
Y todavía hay más. El agente literario alemán me ha dicho que habría que comprometerse a publicar también las obras menores de Kant, que son unas cuantas y entre las cuales hasta hay algo de astronomía. Anteayer traté de comunicarme telefónicamente con Konisberg, para ver si se podría llegar a un acuerdo sobre un solo libro y la empleada por horas me respondió que el señor no estaba y que no telefoneara nunca entre las cinco y las seis porque a esa hora el señor salía a dar su paseíto y tampoco entre las tres y las cuatro, porque a esa hora el señor hacía la siesta, y así por el estilo. Yo no cerraría trato alguno con gente de esa calaña: las pilas de libros se nos van a dormir en el depósito.